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El señor y la señora era Fall eran gente blanca, atractiva y por lo que sugerían los anillos en los dedos de él y el collar en el cuello de ella, también pudiente.
Al llegar, lo primero que hizo la señora Fall fue abrazarme. Olía a perfume. El señor Fall me dio una palmada en la cabeza, sonriendo emocionado. Yo no podía dejar de preguntarme si despertaría pronto. Normalmente, en un sueño saltas de una escena a otra a la velocidad del pensamiento. Sabes que cosas que no deberías, como información sobre gente nueva. Te saltas las partes aburridas y vas al grano de todo. Atraviesas una puerta y de pronto estás en china, algo por el estilo. Sin embargo, esta vez no tenía idea de nada. No conocía a nadie, no tenía información y mucho menos podía saltarme las partes aburridas o estresantes, como la larga espera antes de que ellos llegaran o el viaje en coche que vino después.
El chico de pelos rizados me dio un fuerte abrazo y me pidió que le escribiera. Le aseguré que lo haría, aunque sabía que al despertar no sería fácil repetir ese sueño.
Y no fue hasta que me metí en el coche y vi los arboles pasar, los letreros, los nombres de las calles cuando llegamos a la ciudad, que me di cuenta que no estábamos en Buenos Aires, ni en Argentina... ni en ninguna ciudad que yo hubiera visto nunca. Me entró un tanto de ansiedad al darme cuenta que el viaje en coche ya tenía una hora de transcurso. La señora Fall intentaba sonsacarme información como, qué clase de juegos me gustaba y si me gustaban los libros o las películas o las naves espaciales. Yo en realidad contestaba lo menos posible. Estaba muy asustado. Y no debía estarlo, no debía porque si uno está en un sueño y lo sabe debería disfrutarlo, debería aprovecharlo para hacer cosas alocadas. Salvo que existía un problema, cada vez que intentaba controlar la situación como... imaginar un elefante a ver si aparecía. Un dragón a ver si lo veía... o que tenía poderes, a ver si me salían... nada pasaba.
—¿Qué estás haciendo con tus manos, Clay? —preguntó el señor Fall cuando me vio intentar usar mis poderes.
—Estoy intentando hacer el kame-hame-ha —contesté, no sin sentir vergüenza.
—Lo está haciendo mal —dijo, aparcando el coche junto a la calzada—. Tienes que hacer el grito.
¿El grito? Ah, claro.
Eso tenía sentido. No me salía porque no lo estaba haciendo como es debido.
—¿Lo intento gritando?
—Claro, amiguito. A ver qué saber hacerlo —dijo el señor Fall guiñando el ojo—. Pruevame que adopté un sayayin.
¡Ahí estaba! Este sueño iba a ser de sayayines. Claro. Yo debía ser una especie de Goku. Todo lo que tenía que hacer era jugar con esas reglas.
Asentí. Me concentré en juntar todo mi ki en mis manos, todo, todito todo.
Sentí como una corriente llegaba a la punta de mis dedos y concentraba en mis palmas. Tomé aire, estaba funcionando. Y con la vista al frente, dirigí mis manos a la ventanilla y grité.
—Kame.... Hame.... HAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaaaaaaaaaaaaaa.....?
Mi grito empezó muy enérgico... hasta que me di cuenta que no estaba funcionando. El señor y la señora Fall se rieron de mí.
No, por supuesto que no tenía poderes, para ellos yo era un niño con mucha imaginación. Claro, estaban siguiéndome el juego.
—Oh, querido. Hicimos la elección correcta —dijo la señora Fall.
—Ya lo creo —replicó su marido.
Mientras aún se reían se apearon  del coche y me abrieron la puerta para indicarme que este era el lugar. 
—Bienvenido a tu nueva casa, Clay Fall.
Me sentía avergonzado y burlado. Hasta que vi la casa, a partir de allí sentí mucha impresión e incertidumbre.
Era una casa grande de dos pisos. Tenía una cancha de tenis en el patio trasero y un pequeño jardín al frente. Estaba limpia. La cocina era grande y espaciosa. La sala llena de cosas valiosas y un gran televisor. El piso cubierto de alfombra.  Era preciosa...
Había un reloj antiguo de madera en la sala... y eso asustó todavía más a Clay. Porque al verlo recordó un recurso muy viajo para los sueños lucidos. Siempre, en un sueño lúcido hay que mirar un reloj, si la hora cambia repentinamente en el segundo vistazo estás en un sueño. Así que probó por última vez. Temeroso.
Miró la hora. Las 10:03 Am.
Cerró los ojos, contó hasta diez, incluso se dio un fuerte pellizco en el antebrazo.
Abrió los ojos...
Las 10:04 Am.
—¿Qué haces, Clay? ¿Te gusta el reloj del abuelo? —preguntó La señora Fall con curiosidad juguetona.
—Es que... quería ver si estaba soñando —dijo con voz temblorosa Clay.
La señora Fall se veía muy enternecida por aquel comentario, entendió que, para un niño huérfano, ser adoptado debía ser un sueño hecho realidad. Y para ella, tener un hijo en cierta forma también lo era.
Le puso las manos en sus pequeños hombros, y le dijo:
—No estamos dormidos. Esto es real. Muy real.
—Señora Fall... Yo no soy el niño que usted quería adoptar.
Ella le acarició la cabeza con paciencia, y con la otra mano le limpió una lagrima.
—Seas el niño que seas, no me arrepentiré, estoy segura.
—Pero... —gimoteó Clay.
—No me digas señora Fall. Es muy formal... puedes llamarme Elvira. O si lo prefieres... mamá.

DEL OTRO LADO NO SOY YO MISMO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora