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Me sentía como un intruso en la casa de los Fall. No sabía a donde ir ni qué hacer exactamente. Imagino que conoces la sensación de estar en un lugar sin saber qué pintas ahí, ni saber cómo divertirte ni qué hacer con tu existencia. Es esa sensación de ser invitado a un lugar pero no poder hablar con nadie cómodamente ni tener otra actividad que hacer salvo ver las paredes y la decoración.
Para cuando me llevaron a mi habitación, en el segundo piso, y me dejaron un instante para que me aclimatara al ambiente, me sentí así por un rato demasiado largo. Eso se sumaba a la incertidumbre de no saber qué hacer, porque estaba claro no era un sueño. La mente que tenía, el alma, los recuerdos o lo que sea que mi ser fuera no pertenecían a ese lugar, a ese cuerpo, a esa vida. Era un forastero. Saber que no estaba soñando fue un golpe duro.
Me quedé largo rato sentando en la cómoda cama con forma de auto de carreras. Viendo las paredes azul oscuro con dibujos de astronautas y estrellas. Con posters de anime, con una alfombra roja como tapete de puerta. Esa habitación con juguetes, sábanas temáticas de alguna caricatura que jamás vi. Un escritorio de madera con una laptop y una silla que sube y baja. Era la habitación para un chico, recién pintada y amueblada. El Clay de este mundo no podía pedir otra cosa para ser feliz que una casa bonita con padres buenos.
Aun así, él no estaba aquí para disfrutarlo.
En un rincón de la habitación había un espejo. Al mirarme pude apreciar mejor las diferencias. No, definitivamente este cuerpo no era mío. Ni siquiera era una versión más joven. Teníamos el mismo nombre, pero los ojos de esta persona eran grises. El cabello era liso, castaño oscuro igual que el mío. Pero más abundante y largo. Tenía algunas pecas, mis orejas era algo grandes. El cuerpo era simplemente demasiado delgado, si recuerdo a mi yo infantil, seguro que era el doble de ancho que esto, y a los 9 años era más alto que ahora.
Este Clay era, a todas luces, muy distinto.
¿Entonces qué hacía yo aquí? Y si yo estaba aquí ¿Dónde estaba el otro Clay? ¿En mi cuerpo?
Me estremecí de pensar que un niño de 9 años pudiera despertar en el cuerpo de un hombre adulto. Estaría demasiado asustado.
Tomé distraídamente uno de los juguetes. Un robot que caminaba y bailaba solo. Lo encendí para que anduviera por ahí. Era alucinante como mínimo. Verlo andar me aclaraba la mente. El sonido mecánico de sus pasos era atrapante.
No podía dejar de pensar dónde estaría el otro Clay.
Fui hasta la computadora. Tenía conexión a internet para mi buena suerte.
Tecleé mi nombre en el buscador sin obtener resultados deseados. Había otros Clay por ahí, pero ninguno Berry.
Me busqué en redes sociales, nada. Pero noté una cosa, todos estos Clay provenían de lugares con nombres extraños Alenjandría y Cantabrianía.
Busqué en el mapamundi web esos lugares. Viendo con horror que... todo el globo terráqueo estaba mal. Los continentes no eran los mismos. Al menos no tenían el mismo nombre. Los países y banderas estaban cambiados. Y te diré otra cosa. No sabía dónde estaba yo, pero en américa definitivamente no.
Esto era peor de lo que yo pensaba. No podía regresar a casa ni aunque me escapara (suponiendo que pudiera llegar lejos con este cuerpo y sin dinero)
Barajeé la posibilidad de que Clay Berry, mi cuerpo Clay Berry, no existía,o que simplemente, mi alter ego de este mundo era este niño huérfano. Lo que no tiene nada de sentido, porque si existen mundos alternativos, y este podría ser uno de esos, si las películas de ciencia ficción no me fallan, el Clay de este mundo debería ser un adulto también... a no ser... que en los otros mundos yo pudiera ser cualquier persona. ¿Qué era verdaderamente lo importante? ¿El nombre? ¿Se supone que lo único que no cambia de un mundo para otro es el nombre? Vaya tontería.
Todo lo que sabía ahora era que estaba atrapado en un cuerpo extraño, débil de paso, y dañado. Hasta ahora no tenía detalles. Sin embargo había oído algo sobre que recibí un fuerte golpe. Eso descompuso a este Clay seguramente, igual que yo tuve un accidente de autos. Era la única similitud que existía entre nosotros, el único nexo aparte del nombre.
Por favor, que no esté él en mi cuerpo, mañana tengo que pagarla luz y el seguro.
Pero entonces, otra posibilidad se estaba barajando en mi mente... ¿y si el Clay adulto jamás existió?
Mis elucubraciones fueron interrumpidas por la puerta de la habitación abriéndose. Al voltear un niño robusto con pelo negro apareció, era cachetón y risueño. Me inquieté inevitablemente al verlo; en mi defensa, me sentía tan perdido que cualquier nimiedad me alteraba.
—Hola —me saludó—. Me llamo Benji. Soy tu nuevo hermano mayor. ¿Qué tal estás?
Esto se me hizo... anticlimático. No sabía que iba a tener un hermano... no... ¡Ni siquiera sabía que todo esto iba a pasar! ¿Para qué me sorprendo?
<<¿Qué clase de persona se presenta diciendo eso?>>
—¿Hermano mayor?
—¿No lo sabías? —Benji se sentó sobre la que a partir de ese día esperaba que fuese mi nueva mi cama. Yo por mi parte me senté en el suelo con el robotito de juguete. El chico me superaba en estatura y robustez, su tono al decir "hermano mayor" le daba un aire de superior superioridad— ¿Cuántos años tienes? Yo tengo 12. Y soy el rey de la casa. No quieras revocarme el título.
Por su sucesivo tono humorístico con el que dijo esto último, pareció una broma, aunque hacía notar que también hablaba en serio.
—Tengo 25... y puedes quedarte con el título.
Benji se lo tomó a broma. Eso creo, porque se carcajeó falsamente y bajó el culo de la cama con un movimiento rápido para ponerse a mi nivel. En cierta forma me hizo sentir mejor ese pequeño gesto; cómodo es la palabra que busco, pero él seguía pareciéndome intimidante de una forma que no logro describir. No entendía el origen de mi ligera inquietud... aparte de las razones obvias.
Un recuerdo, uno que no era mío, apareció. Eran otros chicos, con uniforme. Ellos se estaban... riendo de mí. Y yo me molestaba.
Ese recuerdo falso me alteró. Mi mano fue a mi bolsillo, donde tanteó el inhalador instintivamente, buscando seguridad. Cosa que jamás hice antes en el otro cuerpo, porque nunca he sido asmático, hasta hoy... Y como asmático, tenía los impulsos propios de la prevención a un episodio de ahogo. Este Clay en el que estaba encerrado, incluso podría tener traumas diferentes a los míos.
—Ya en serio. Es lindo tener un hermano menor ¿sabes? Pero mamá ya no puede tener hijos... y decidieron adoptar. Espero que te guste la habitación, les dije a mis padres que la llenaran de cosas geniales. Este robot antes era mío ¿sabes? Lo llamo Roberto el Robot.
—Qué original... —musité por lo bajo.
—¿Tú crees?
—Es como los súper héroes con nombres especiales.
Un ligero brillo apareció en los ojos del chico, un brillo de genuino interés.
—¿Qué nombres?
—Ya sabes. Peter Parker. Matt Murdock, Stephen Strange, Susan Storm. Todos ellos.
—No los conozco —se encogió de hombros Benji—. Pero seguro que son interesantes.
—¿No conoces al hombre araña? —yo estaba extrañado. Las pocas dudas que tenía sobre si este mundo era el mío o no se cayeron; Si un chico de 12 años no ha oído hablar de Spiderman, una de tres: o es africanos, es Amish o en definitiva pertenece a otro universo.
—¡Chicos! A almorzar —gritó la señora Fall desde el pie de las escaleras—. Benji, Clay. Espero se estén llevando bien.
—¡Bien! Almuerzo. Qué hambre tengo —canturreó Benji animadamente—. Vamos, seguro que mamá preparó algo especial.
Sonriente, el chico robusto me extiende una mano para que me levante rápidamente. Se la acepto, para no parecer grosero.
Cuando estoy de pie, él corre escaleras abajo mientras yo lo sigo con un ritmo calmado. Este chico, Benji. Se me hacía raro. ¿Qué se traía? ¿De verdad estaba feliz de que yo estuviera ahí? Normalmente los hermanos mayores se sienten amenazado por la presencia de alguien que acapare su atención.
Encontré en el comedor de la casa a los señores Fall. Ella estaba sentada al extremo. Él en el otro lado. Benji en medio de ambos. Frente a Benji se lucía un puesto vacío y un plato sin empezar. Los tres me miraron complacidos. No empezaron a comer hasta que me senté.
Noté, no sin mucho ánimo que junto a mi plato tenía un babero blanco. Y por si tenía alguna duda, decía "Clay, úsame siempre que haya pasta y sopa"  inscrito en letras de colores.
Miré consternado a la señora Fall. Ella me sonrió amablemente, y como si estuviera adivinando mis pensamientos asintió con la cabeza.
—Los niños siempre deben usar babero para comer comida que manche, Clay. Es la primera regla de esta casa. ¿Verdad, Benjamín?
Benji lanzó un sonoro suspiro de cansancio, tomó el babero que estaba a su lado y se lo puso frente a mí. El suyo también tenía una inscripción. "A mis doce, aún uso babero". Escrito con dibujos de cubos de madera.
—Póntelo, no es broma —Aconsejó Benjamín—. Mamá tiene una amiga que hace estas cosas personalizadas. Si te quejas, te conseguirá una como el mío con algo súper humillante escrito.
Sin pensarlo dos veces me puse el babero. A mis veinticinco años parecía una ridiculez, pero mantener los modales en casa ajena era indispensable en esta situación. Agradecí que no hubiera alcohol en la mesa, de lo contrario se me haría difícil portarme bien.
<<Ni siquiera debería pensar en portarme bien a estas alturas. Coño, qué bajo he caído>>
—¡Buen provecho a todos! —dijo el señor Fall afablemente—. En especial a ti, Clay. Ya verás que la comida aquí es deliciosa, ¿verdad, amor?
—Haces bien en mencionarlo, querido —dijo a su vez la señora Fall—.Sigue con ese ánimo mañana, toca ensalada de remolacha, y sé lo mucho que te gusta.
Ella sonrió con malicia y el señor Fall hizo una mueca.
Me sirvieron un plato con espaguetis largos bañados en una salsa casera, recubiertos de queso y pimienta. Con trozos de jamón y granos de maíz. Era delicioso. Aunque hubiera disfrutado mejor la comida si no hubiera descubierto algo nuevo y terrible de este cuerpo.
Al sujetar el tenedor me sentía raro. Mi mano derecha era débil e inexperta. De hecho, se sentía extraño usarla. Estaba empezando a ponerme nervioso, mi mano y brazo no atendían mi necesidad de movimientos sencillos. Acabé enamorándome la cara un par de veces, el babero no salió impoluto de aquel almuerzo, te lo aseguro. La señora Fall me miró preocupada, yo estaba batallando con el tenedor. Quería hacerlo bien, que viera que yo no era un problema... aunque verdaderamente sí que lo era. Era muy extraño comer en un cuerpo que no me pertenecía... hasta que se me ocurrió una cosa.
<<Esta mañana no tenía este problema>>
Había desayunado sin problemas, ¿qué diferencia había?
Luego de un segundo repensarlo me di cuenta de mi error, esa mañana estaban tan nervioso y confuso que comí con la mano equivocada. Me percaté de ello ligeramente pero no le presté especial atención.
Tomé el tenedor con la izquierda, se sentía fuerte, habilidosa. El tenedor se dejaba guiar por mi cerebro hasta el espagueti, donde podía hacer círculos y llevar el bocado a mi boca de forma segura.
<<Este cuerpo es zurdo. Por eso me costaba tanto>>
Tomé una servilleta y me limpié la cara. Estaba empapada de salsa para cuando terminé. Benji me miró y sonrió para adentro antes de que me limpiara. No sé qué clase de primera impresión les estaba dando a todos, seguro que de chico listo no era.
Después de todo, sí necesité el babero. Eso hasta cierto punto me hirió el orgullo. Inclusive unos fideos lograron escaparse de mi plato y acabaron desperdigado en la mesa.
—Clay, ensuciaste el mantel. Era muy antiguo —dijo la señora Fall con impresión.
Yo no pude evitar agacharla cabeza, arrepentido. Esta señora me invitaba a su casa, yo comía como un cerdo y le manchaba el mantel. Qué vergüenza. Normalmente soltaría una broma de esto y me reiría de la situación. Salvo que no fue mi primer instinto. En su lugar me limité a disculparme.
—Perdón... Es que... olvidé que era zurdo.
La señora Fall, su marido y su hijo se me quedaron viendo unos segundos... y luego se rieron. Eso no era una broma, pero les sonreí incómodamente de todas formas. Seguro creían que yo era retrasado.
—Bueno. Eso sí que es interesante, Clay —comentó el señor Fall.
—No te preocupes. Yo lo olvido todo el tiempo—bromeó Benji—. Y la diferencia entre izquierda y derecha, eso también se me olvida.
—Y hablar con propiedad, no olvidemos hablar correctamente —le comentó la señora Fall a su hijo.
—¿Qué?
—Ya sabes —le dijo ella—. Siempre dices: subiré para arriba. Bajaré para abajo. Entraré por la puerta. La redundancia es tu estilo de vida, querido.
—¡Yo no hago eso! —protestó Benji—.Es redundante que digas que soy redundante. Eso me llena redundantemente de irritación molesta.
—Claro, porque la irritación agradable no la conoces.
Ambos me vieron con amplias sonrisas, el mensaje era claro. "No te preocupes, no pasa nada". Para mí fue de cierta forma un alivio saber que no les importaba mi imperfección motriz, antes, de niño, solía ser bastante torpe. Mis padres siempre me gritaban por eso, aún arrastro la presión de aquellos días.
Después del almuerzo, mientras la señora Fall lavaba los platos y el señor Fall, acompañado de Benjamín revisaba las noticias del futbol en el periódico, me escabullí por la puerta sin que me vieran. Le eché un vistazo mejor al lugar.
La casa de los Fall estaba pintada de blanco por fuera. En una de las paredes existía un mural muy artístico con una mujer de orejas picudas alimentando con bayas a una sirena pequeñita atrapada en un chaco. Me le quedé viendo a la obra un par de minutos. No era normal que una casa de familia tuviera un mural en la fachada; todas las demás viviendas tenían sus colores propios, unos más chillones que otros. Ninguna de ellas con un mural como el de los Fall.
El coche en el que llegamos del orfanato estaba aparcado en la acera. Era una camioneta roja y gris, bastante espaciosa; la impresión en la matricula eran símbolos en lugar de números y letras. Un sistema demarcado bastante particular.
Noté que el garaje de los Fall estaba medio abierto y dentro tenían un coche de modelo distinto. De modo que tenían dos.
<<Esta familia es adinerada>>
Me disponía pasear calle arriba, en busca de un letrero que me diera el nombre de la calle o la zona. Sabía que el hogar Fall era el número 1226.
Hubiera ido lejos si una mano sobre mi hombro no me hubiera detenido. Me sobre salté al voltearme y encontrar a Benji mirándome seriamente.
—Clay. ¿A dónde crees que vas? ¿Tan rápido te has cansado de nosotros que te quieres escapar?
—¿Eh? N-no... yo no. Eso nunca.
<<Me ha pillado>> pensé consternadamente.
—¿Qué haces aquí fuera tú solo? Es peligroso.
—¿Lo es? —eso me era demasiado raro, la zona en general se veía segura—. No lo parece.
Yo, que viví un tiempo en los barrios bajos de Argentina puedo asegurar que conozco la cara de la inseguridad, y esto estaba muy lejos de parecerlo.
—Los niños no deben andar por ahí sin compañía —dijo secretamente Benji, inclinándose ligeramente sobre mí con secretismo, haciendo su voz sonar como un susurro lúgubre—. A los niños solitarios se los lleva el señor de las patatas, en su saco lleno de tierra.
Eso era suficiente para mí. Era evidente que Benjamín instaba burlarse de mí.
Por impulso lo empujé para no tener que verle tan cerca su carota de chico mentiros.
—¡Eres un tonto! —gruñí—. No intentes asustarme. Yo no creo en el ropavejero ni la llorona ni el silbón y mucho menos voy a creer en un señor con un saco de papas.
—Los hombres con sacos de patatas sí existen, Clay. Yo que tú tendría miedo.
—¡Na-ah! —negué íntimamente. Acto seguido me tapé la boca con la mano. ¿Dónde había salido ese dialecto inmaduro? No suelo usar esas expresiones—. Quiero decir... por aquí no hay nadie que venda papas ¡No seas mentiroso!
—¡Genial! Otro niño para mi colección de esclavos —dijo una voz misteriosa y ronca detrás de mí. Parecía salida del mismísimo averno.
Me giré 90 grados tan rápido que trastabillé con mis zapatos y caí sobre el césped. Solté un grito ahogado por la sorpresa.
Al mirar bien, para mi espanto, un señor con una barba descuidada, sobre peso, cutis bronceado por el sol y un overol tan sucio como raído estaba ahí plantado con un saco vacío en una mano. Para empeorar la cosa, otro saco, este lleno de lo que parecían patatas estaba ubicado a su diestra.
—¡Entra al saco! Niñito. A los huérfanos sin hogar los llevo a los campos para que cosechen. Comerás una vez al día, lo prometo —gruñó ásperamente el hombre, agitando su saco con encanto—. Los nabos crudos son todo lo que necesitarás para crecer.
Como pude retrocedí espantado. Ya era suficiente con saber que estaba en un mundo ajeno al mío. Que intentaran secuestrarme sería ir de Guatemala a Guatepeor.
Un Escalofrío me recorrió la espalda, un estremecimiento me sacó lágrimas de mis ojos grises. ¿Eran lágrimas de pánico?
—¡Señor Gustavo! ¡Ha, ha! Deténgase. Asusta a mi hermano —pidió Benji, sonriente.
—¡Ah! ¿El señor Benjamín tiene un hermano? Enhorabuena —felicitó el hombre del saco—. ¿Está muy crecido? ¿De dónde ha salido?
No me costó mucho adivinar lo que estaba pasando.
Detrás del hombre había un camión verde estacionado, con un logo en forma de trébol; a juzgar por el motor aún en marcha y la puerta del copiloto semi abierta, acababa de llegar. El camión decía "VERDURAS DELIVERY. El mejor precio orgánico a la puerta de su casa."
Me sentí estúpido. El repartidor seguro que era amigo de la familia. Benjamín únicamente aprovechó la oportunidad para fastidiarme. Me reiría, de no ser porque estaba muy ocupado recogiendo los pedazos de mi ego herido.
—Salió de un melocotón —afirmó Benji, extendiéndome una mano al mismo tiempo para que me pusiera de pie. Yo acepté su gesto a regañadientes—. ¿Verdad, Clay?
—Un melocotón que flotaba en un río —completé yo, recordando una historia muy vieja de un niño que nació de una fruta, salvo que no podía recordar cuál con exactitud, apenas podía rememorar el contexto—. Era un melocotón muy grande.
—¡Ha! Ya hasta se ponen de acuerdo para completar las mentiras del otro. Tienen química. Enhorabuena de nuevo. Por cierto, Benji. Aquí están las patatas que pidió tu madre ¿se puede saber para qué quiere un saco entero?
—Montará una fiesta mañana y habrá papas fritas... y ensalada con papas... y sopa con papas. Y papas al horno... Necesita muchas papas.
—Pues eso es... —su siguiente comentario fue interrumpido por el sonido del claxon de su camión. Parece que el conductor tenía prisa por ir al siguiente punto de entrega—. Me tengo que ir ya. Ábreme la puerta, te dejo el saco en la cocina. Don aguafiestas de allá atrás quiere llegar pronto para hacer inventario... u holgazanear. Dice que hará lo primero para poder hacer lo segundo en paz.
Los repartidores de verduras se fueron, y yo para no levantar sospechas volví adentro, a mi habitación, a mirar por la ventana el cielo.
Cada segundo que pasaba aquí era tan real, nítido, extraño a la vez. De repente me sentía normal, como si nada malo estuviera pasando, de repente no me sentía intruso vistiendo esta piel. Eso, era lo peor de todo. Por un breve y espantoso momento empecé a considerar mi propia demencia.
<<¿Y si toda mi vida anterior fue verdaderamente el sueño? ¿Y si tengo amnesia y me enfrasqué en lo primero que recordé al despertar?>>
—¿Y si estoy verdaderamente roto?
—¿A qué te refieres? —dijo Benji a mi espalda.
A mi casi se me sale el corazón. Di un respingón, aferrándome el pecho al mirar hacia atrás. Estaba ahí, mi hermano postizo en todo su esplendor.
—¡No hagas eso! —le espeté— ¿Cuál es tu problema?
Me enojaba que se apareciera por detrás tan de repente, era inmensamente grosero, al igual que preocupante.
—¿Te asusté? —me sonrió Benji—. Eres un blando.
—¡No lo soy! Es que... ¿Por qué te apareces de repente? A la próxima te parto la cara.
—¿Tú a mí? ¿Con esos brazos?
Me miré las extremidades un instante. Benji tenía su punto. Yo no podía competir contra su robustez ni contra su fuerza superior. Aunque eso no le quitaba al asunto lo hiriente de las palabras. Apreté los puños fuertemente, sabiendo con pesadumbre que no podría hacer mucho con ellos en este estado.
—Creceré y te asustaré yo. Ya verás.
En mi mente se empezaban a elucubrar pequeñas venganzas contra Benji, si tuviera mi otro cuerpo sería mejor.
Él se lanzó de lleno en mi cama, como si fuera la suya propia. Me lanzó una mirada desafiante, no se tomaba en serio mis amenazas. En lugar de seguir la conversación por ahí, me hizo una pregunta.
—¿A qué te refieres con que estás roto? Yo te veo bien.
No esperaba que él comprendiera la situación. Ni siquiera yo la entendía.
—Es difícil de explicar. Haz como que no me escuchaste.
Dirigí mi vista de nuevo al paisaje tras la ventana. Era casi reconfortante. Mirar lo que estaba fuera de la casa me mantenía de cierta forma lejos del problema.
—Intenta explicarlo, puedo intentar.
—No. No puedes. Es un problema para gente lista.
Apenas lo dije quise morderme la lengua. Ni siquiera yo podía resolverlo.
—Soy mayor que tú ¿Qué te apuestas que lo resuelvo antes?
Ahí estaba otra vez, pretendiendo ser superior porque ser más grande. Qué asco le tenía de pronto... y qué envidia.
Solté un sonoro suspiro. No perdía nada con probar.
—¿Alguna vez tuviste un sueño y pensabas que el sueño era real?
—Todo el tiempo.
—Y cuando despiertas... no puedes saber si lo soñaste o en verdad era un recuerdo ¿así los has tenido?
—Pocos.
—¿Y qué pasaría si sueñas... y crees que te despiertas pero a lo mejor estás soñando?
—¿Cómo un sueño dentro de otro?
—Sí.
—Creo que una vez tuve uno así. Desperté 5 veces en mi cama, y de las 5, 4 veces desperté en mi cama pero en un sueño diferente.
Lo escruté con la mirada. No sabía si me decía la verdad, me estaba siguiendo el juego o me estaba tomando el pelo.
—El caso es —proseguí—. Qué olvidé como distinguir el sueño de la realidad. No sé si estoy dormido o si todo esto es real. Pensarás que es tonto. Pero hoy soñé que era un hombre mayor, con un departamento y un automóvil. Soñé toda una vida. Soñé tanto que... no sé si era real o me lo inventé. Pero no puede ser falso porque... de eso recuerdo todo y... de esto nada —señalé toda la habitación en general—. Digo, podría saltar por la ventana y ver si así despierto. Si despierto significa que este era el sueño. Pero si resulta que es la realidad...
Benjamín se movió rápido. Me tomó del hombro con firmemente; se notaba visiblemente preocupado.
—Clay. Está bien. Eso del sueño... no deberías prestarle mucha atención. Créeme. Estás despierto.
—Gran solución la tuya —dije con sarcasmo—. Ni siquiera me crees lo que te estoy diciendo.
—Sí. Lo creo. Clay —afirmó—. Puedo créeme que estés confundido.
Eso me alarmó. ¿Así de fácil?
—¿Por qué?
—Mi mamá me dijo que... No importa. Solo no saltes por esa ventana —por primera vez se lo veía asustado—. Ni por ninguna ventana o por ningún lugar alto.
—Suéltame —me aparté de él, me estaba apretando mucho el hombro con su mano, me acabó doliendo—. ¿Tú qué sabes? ¿Qué te dijo la señora Fall?
—Nada. No importa. Si no lo sabes tú no debería decirte.
—Pero...
—No saltes por ninguna ventana. Eso sería tonto ¿vale?
—Bueno, está bien —acordé, no sin sentirme raro por convenir evitar un acto obviamente dañino—. Pero dime qué te dijo ella.
—Es un secreto —cortó él—. Pero... te lo puedo decir... si me ganas jugando al monopolio.
Por supuesto, dinámica de niños. Esto iba para largo.
Accedí a jugar con él. El monopolio era un juego simple si se jugaba de 4 en adelante. De a dos personas era más eterno de lo normal. Noté que las piezas y los billetes aún tenían su olor a nuevo. Seguro que compraron el juego al mismo tiempo que el resto de cosas en esta habitación para preparar mi llegada; no cabía duda de que cuidaron hasta el último detalle para recibirme.
En mi defensa, nunca fui bueno en este juego. Pasaron 4 horas sin poder estar cerca de ganarle a Benjamín, de hecho él tenía las de ganar porque estaba construyendo casas en los colores mejor pagados. No fue hasta que me encontré exhausto que me di cuenta que no le lograría sacar información.
Ni siquiera pudimos acabar la partida cuando nos llamaron a comer. Dejamos el tablero hecho en el suelo cuando bajamos. La señora Fall preparó huevos revueltos, pollo y ensalada. A mí en particular me sirvió más pollo. <<Apuesto que quiere que engorde>> No la culpo, yo hubiera hecho lo mismo.
Durante la cena los señores Fall me hicieron un interrogatorio amigable. Me preguntaron qué caricaturas eran mis favoritas. Yo apenas pude mencionar las que fueron resaltantes en mi niñez. Les pareció curioso que me gustaran tantas series viejitas y ninguna nueva. Me preguntaron qué me gustaba jugar, yo contesté que prefería jugar solo porque no me llevaba bien con los niños del orfanato. No sabía si esto era mentira, aunque tampoco sabía si era verdad. Esta respuesta los conmovió de una forma que no logro dilucidar si es positiva o... era mera lastima. Otras preguntas vinieron, de las cuales inventé tonterías. Ellos estaban metidos en su papel de amorosos padres adoptivos.
Por mi parte yo no estaba tan comprometido a ser el hijo adoptado. Quería que la tierra me tragara. Tanta fue la incomodidad que sentí que se me olvidó preguntar a la señora Fall sobre aquello que Benji sabía de mí pero que no me quería contar.
La hora de acostarse llegó. Sorprendentemente me habían conseguido un pijama muy bonito de pokémon, tenía a bulbasaur estampados por todas partes. Era de esas caricaturas que había mencionado en la cena. Qué conveniente.
La señora Fall insistió en ser ella quien me pusiera el pijama en lugar de dejarme que lo hiciera yo. No puse mucha resistencia, tanto porque parte de mí empezaba a sentir simpatía por ella o porque estaba muy cansado, demasiado. El viaje, el monopolio, los sustos. Todo me dejó agotado.
El señor Fall, Adan, vino después a cantarme una nana para que me durmiera. Yo no podía parar de pensar que estos dos eran unos payasos. ¿A los 9 años a quién le cantan nanas para dormir? Se notaba el esfuerzo intenso por quedar bien.
Sin embargo, he de resaltar una cosa; desconozco que esta fuera la primera nana que me cantan en la existencia... pero puedo asegurar que es la única que puedo recordar hasta ese momento; y siendo sincero también, me dormí a la mitad de esta.
No recuerdo qué soñé, ni si soñé en realidad.
Y al despertar, después de un periodo breve de oscuridad... abrí los ojos. Desperté sintiéndome diferente, y viendo al techo de mi propio departamento.

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