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Germán actuó indiferente con su psicóloga el viernes. No mencionó las dos salidas de su casa. Pero Claudia se encargó de contarle lo que María le había dicho, en cuanto estuvieron a solas.

A Germán prácticamente no le interesaba más nada de su monótona y aburrida vida. Sólo pasó los días. Esperó ansiosamente el sábado sin decirle una sola palabra a su mamá. Deseaba con todas sus fuerzas que él no tuviera que pedírselo, y no tuvo que hacerlo.

—Hijo, en media hora voy a ir al shopping, hace una
semana accediste a ir conmigo... me preguntaba si querías volver a hacerlo –simuló no saber que lo más probable era que aceptara la invitación.
Germán asintió con los labios apenas curvados, sin llegar a formar una sonrisa.

Repitieron la rutina de una semana atrás. Con la
diferencia de que esta vez Ger tenía claramente decidido ir a ese local de música y su madre no fue
a la zapatería de enfrente. No obstante le dio privacidad a su hijo de hacer lo que él quisiera mientras ella se encargaba de comprar los víveres.

Allí estaba Germán, caminando hacia ese lugar.

Lo volvería a ver.

Esta vez ni bien observó dentro del lugar lo divisó y su corazón empezó a palpitar con fuerza.
Allí estaba, vistiendo su uniforme azul de trabajo, siempre con una sonrisa atendiendo a los demás. Germán se adentró al lugar, como si su cuerpo se moviera por sí solo. Quería estar cerca de él una vez más.
Sin siquiera voltear a ver la estantería llena de CDs, tomó uno cualquiera en sus manos y se dirigió en línea recta hasta él, acortando la distancia entre los cuerpos. Cuando el chico se despidió del cliente que estaba atendiendo se volteó simpático hacia Germán.

—Bienvenido a MusicWorld. ¿Puedo ayudarte en algo?

Su voz. Su maldita voz. Había estado retumbando en
su cerebro los últimos siete días. Era tan sublime.
Ger le dio la pequeña caja de plástico que había
tomado segundos antes y él la tomó con una sonrisa.
—¿Necesitas algo más? –el chico de ojos café negó
con la cabeza—bueno, por acá por favor, dame un minuto para envolverlo adecuadamente.
Santiago regresó con el paquete en sus manos, lo colocó dentro de la bolsa de plástico y se la entregó. Seguidamente cobró el dinero.
—Gracias, que disfrutes tu compra y esperamos que
vuelvas pronto.

Germán se retiró del lugar. Sus manos estaban
transpiradas y sentía un hormigueo en su cuerpo. Se sentía bien. Estaba nervioso por toda la gente, no podía negarlo, pero cuando se encontraba frente a Santiago era como si el resto del mundo se desvaneciera. Como si reinara la paz. Una sensación nueva y agradable.
Comenzó su marcha en busca de su madre.

Santiago lo había observado retirarse del local.
—Es él –dijo en un tono bajo de voz, que entre el
bullicio de los compradores no se dejó oír.

Alicia, la señora que trabajaba los martes y jueves en el
local le había comentado que una señora había preguntado por él, lo cual le resultó bastante extraño, ya que él no conocía a nadie que encajara con la
descripción de esa mujer. Pero lo que más le llamó la
atención fue que Alicia le dijo que la señora no estaba sola, que la acompañaba un adolescente.
Un joven de cabello un poco ondulado color castaño, bajo, tez blanca, ojos café, que en ningún momento tuvo intenciones de decir palabra alguna. Encajaba
perfectamente con la descripción de ese chico.
—Me gustaría saber su nombre –susurró y siguió
atendiendo a los demás clientes.

Germán no podía creerlo. Llegó a su casa y se encerró en su habitación. Su madre creía que le gustaba escuchar sus nuevas adquisiciones a solas y cuanto antes fuera posible, pero en lugar de eso, él sólo tomaba el paquete entre sus manos observándolo fijamente. Admirando cada milímetro de la fecha escrita a mano. Era como si se sintiera más cerca, o en todo caso, menos alejado de aquel muchacho al poseer en sus manos algo suyo. Algo que él se hubiera encargado de envolver. Algo que él se hubiera encargado de escribir. Luego de estar casi una hora mirándolo fijamente lo guardó dentro de la caja debajo de su cama, junto con el primer CD que había comprado. Luego se tumbó en su cama mirando hacia el blanco techo.
No podía sacarlo de su cabeza. Sintió un gran vacío en su pecho al pensar en que debía esperar otros largos siete días para volver a verlo. Tantas horas de espera para tan sólo poder verlo apenas unos minutos. Pero aun así creía que valía la pena.
María no interrogó a Germán preguntándole si había
logrado ver a quien buscaba, decidió que cuando él quisiera o estuviera listo lo haría por su propia cuenta. Además, ya había una persona encargada de oír sus
sentimientos, aunque Estela tampoco tuvo grandes
avances ese viernes.

—Decime Ger ¿saliste de tu casa alguna vez en estas últimas semanas? –él asintió- ¿fue una buena experiencia o no fue de tu agrado? –él levantó su
dedo índice, indicándole que optaba por la primera
opción dentro de su pregunta—¿pensás que volverás a salir dentro de poco?— si por "dentro de poco" se refería al día siguiente la respuesta era un innegable sí. Él asintió
–Que bueno, decime ¿hay algo que te esté sirviendo de incentivo para que esto se lleve a cabo?

Germán se tensó. Sí, había uno, aunque él lo desconociera daba por sentado que debía tener uno. Un incentivo con los ojos más hermosos del mundo. Pero no quería admitírselo, al menos no aún. Así que se limitó a negar con la cabeza. Estela supo de inmediato que estaba mintiendo. Ella esperaba que Germán mintiera incluso desde antes de formular su pregunta, que fue con esa intención.
–Bien, me alegra que estés progresando, el mundo exterior no es un lugar tan horrible –dijo mostrándose indiferente —¿cómo te fue en la prueba de historia? –
cambió de tema.

Al terminar la sesión, como cada viernes, Germán se
quedaba unos momentos solo mientras su madre y su doctora platicaban sobre él.
Al principio, cuando era muy pequeño, hizo demasiados berrinches sobre eso. Era algo muy incómodo, sentía como si fueran a decir cosas malas sobre él, a tratarlo como un bicho raro. Pero con ayuda de la plática de ambas lo convencieron de que eso jamás ocurriría y no tuvo más remedio que acostumbrarse.

—¿Estás segura de qué él fue a ese local con la
intención de ver a alguien en particular?

—Lo estoy, me lo dijo su profesora que es de suma
confianza.

—Cuándo hoy le pregunté si existía una razón en
específico para sus salidas, él negó.

—¿Qué estás queriendo decir?

—Que Germán mintió— Claudia se sorprendió mucho al oír eso, creía a su hijo un alma inocente incapaz de decir mentiras.
— Descuide señora Usinger, la mentira es un reflejo del humano natural, él está queriendo mantener su secreto lo más que pueda en una pequeña burbuja, aún hay muchas cosas por averiguar, cómo el porqué siente la necesidad de ver a esa persona y cuáles son sus
intenciones con ella.

—Él –le aclaró, determinándole el sexo de la persona en
la que Germán  mostraba interés- se trata de un chico.

—Bueno, él— le restó importancia. El género no era algo
de suma relevancia en casos así —Algunas de las posibilidades más comunes cuando esto pasa es porque se la ve a la persona como un ejemplo a seguir, alguien como quien desearía ser, porque le recuerda a alguien del círculo familiar más allegado, a quien le tienen mucho cariño, porque es alguien con quién
se siente cómodo y a gusto, a veces incluso la razón
no va más lejos de que la persona en cuestión sea apuesta... a veces una combinación de dos o
más factores de algunos de los que acabo de mencionar, y las intenciones también son muy variadas dependiendo de cada individuo, las más comunes son atracción física o emocional, vinculadas al deseo de
lograr formar un vínculo amistoso, fraternal o romántico con el sujeto en cuestión.

—¿Vínculo romántico? –preguntó confundida.

—Todo es posible Clau, solo Germán puede saber lo que pasa dentro de su cabeza.

Claudia había quedado estupefacta por las palabras de Estela, pero lo que decía tenía sentido. Con más razón aún decidió, con toda la fuerza de voluntad que poseía, que no se entrometería en la vida de Ger. Él sabía lo
que hacía y ella confiaba en él ciegamente.

el chico de los CD's - santutu x unicornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora