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Los siete días siguientes fueron eternos para Santiago.

Cada minuto, no podía sacar a Germán de su mente.

Todas las cosas que habían ocurrido.

Debía estar preparado para lo que sea que fuese a ocurrir.
Acomodó su uniforme azul marino, colocó el gorro color negro que Germán le había obsequiado sobre sus rubios rulitos, y se dirigió al centro comercial.

-Llegaste temprano –dijo el encargado con las llaves
en sus manos, comenzando a abrir el local para la jornada del día.

-Sí, me desperté temprano y no pude volver a dormir –dijo con una risita.

En realidad apenas si había podido conciliar el sueño
durante la noche.
La jornada laboral empezó. Santiago trataba de
mantenerse ocupado tanto como le fuera posible para alejar todos los pensamientos que tuvieran que
ver con Ger, pero era inútil. Cada figura humana que
ingresaba al local, él la veía inmediatamente, esperando que se tratara de él.

Pero no era así.

Hacía rato había pasado el horario del almuerzo y él no
aparecía.
¿Tenía hambre? sí, pero nada que no pudiera soportar.

—¿Por qué tenés que tardar justo hoy? –susurró más
para sí mismo que para ser oído.

Los minutos y las horas pasaban y lo que más temía se
hizo realidad. Era la hora de cierre de MusicWorld.
Un nudo se formó en su garganta.
El encargado tenía listas las llaves para asegurar todo.
Santiago le pidió por favor que se tomaran quince minutos extras ese día alegando que debía ocuparse de un papeleo.
Él recordaba aquella vez que Germán había llegado
justo minutos antes del cierre. Tenía la esperanza de
que eso volviera a ocurrir. Pero una vez más no fue así.

—Quince minutos, perdón, no puedo esperar más  –dijo fríamente el encargado, apagando las luces que iluminaban el salón.

Santiago quedó devastado.

Él no había ido después de todo.

Sofia y Julieta lo observaron preocupadas.
—Tal vez sólo tuvo un inconveniente y no puedo venir –
dijo la rubia tratando de darle alguna especie de consuelo a lo que sea que el chico estuviera sintiendo en ese momento.

—Andá a tu casa, necesitás descansar, ni siquiera
almorzaste –dijo ahora la morena, afligida.

Pero Santiago no emitió sonido alguno.
Ellas se despidieron de él simpáticamente y se
marcharon.

Ahora sólo quedaba él y su vacío.

¿Por qué?

Esa pregunta se repetía una y mil veces en su cabeza.

¿Por qué?

Era el segundo sábado que Germán no aparecía en el
local. Santiago comenzaba a sentir un horrible ardor en la boca de su estómago cada vez que pensaba en ello.

Tercer sábado sin rastro de él.

¿Acaso había echado a perder todo y Germán jamás volvería a dirigirle la palabra?

Cuarto sábado.

Santiago se encerró en el baño durante toda su hora de descanso.

—¿Una promesa no vale nada para vos?– susurró, sentado en el frío piso del baño con sus brazos alrededor de sus piernas.

Quinto sábado.

Sofía vió lo destrozado que estaba Santiago por la ausencia del chico y colocó una mano en su hombro para darle su apoyo. Pero él se quitó rápidamente con una expresión de ira en su rostro.
Ya no era el chico alegre de siempre. Sólo estaba ahí, respirando con su mirada enfocada hacia la nada.

Sexto sábado.

Ya no podía soportarlo. No podía simplemente pararse
detrás de un mostrador con una estúpida y falsa sonrisa y fingir que todo estaba de maravilla cuando no era así.
Ese día, inmediatamente luego de acabar su turno, tomó su abrigo y se fue del lugar con prisa, sin siquiera
dirigirles la palabra a sus compañeras.
Cruzó el estacionamiento y luego la plaza continua.

No sabía exactamente lo que estaba haciendo. No
podía pensar con claridad. Sólo sabía que estaba dejándose llevar por cada una de sus emociones. Caminaba deprisa. El frío del invierno se colaba por sus huesos.
Él estaba sumido en sus pensamientos, pero era
consciente del camino. Ese camino.
Estaba yendo directamente hacia la casa de Germán. No tenía otra opción. No era como si pudiera verlo en otro lugar, o tuviera su número telefónico.

Dejó salir una sarcástica risa cuando cayó en la cuenta de sus acciones.

“El pibe no te quiere ver y vos vas hasta su casa, en serio Santiago, sos un pelotudo”

Pero necesitaba una respuesta o jamás volvería a conciliar el sueño adecuadamente por las noches. El lugar no era lejos. No tardó mucho en llegar. Sin mencionar que el bombardeo de pensamientos lograba
que se mantuviera lo suficientemente entretenido.
Allí estaba. Frente a esas rejas negras, cubiertas de
nieve en la base.

¿Por qué había ido?

¿Qué se suponía que debía decir?

Una vez más el impulso fue más fuerte y presionó el
timbre de la casa. Estaba temblando. De frío, de coraje, de miedo. Pasaron unos segundos hasta que la puerta del frente se abrió. Pudo distinguir la hermosa figura femenina y esbelta de su madre caminando hasta las rejas que daban a la acera.

el chico de los CD's - santutu x unicornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora