31.

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Hola. Por favor, si están disfrutando de la historia, no olviden dejar una estrellita y un comentario, por más cortito que sea. Me gustaría que esta historia siga creciendo en la plataforma, pero necesito de la colaboración de ustedes para que suceda. Se los pido de corazón. ¡Muchas gracias! ♥


—Se lo tengo que decir —murmuró. Por un instante creyó que había sido un pensamiento, sin embargo el sonido de su voz lo desconcertó.

Sentado frente a él, Federico hojeaba un caso que le habían presentado días atrás. Tenían que analizarlo y planear una estrategia, sin embargo, los pensamientos de Luca se encontraban sumidos en otra realidad. La culpa empezó a devorarlo. Él nunca había sido la clase de persona que guarda secretos. De hecho, empezó a costarle mirar a Clara a los ojos. Podía hacerlo pero, cada vez que lo hacía, recordaba que había una parte de su historia que escondía. No estaba siendo completamente sincero y eso lo torturaba.

—¿Me estás hablando a mí? —Federico miró de reojo. Luca negó e hizo un gesto de que no importaba—. No seguiré trabajando si estás pensando en otra cosa. ¿Qué pasó?

Luca se incorporó. Necesitaba esa conversación.

—Anoche oficializamos con Clara..

—¿Le pediste que sea tu novia como en los viejos tiempos? —bromeó divertido—. Eso es bueno. Felicidades. Espera, ha dicho que sí ¿no?

—Sí, pero estoy siendo injusto. Ella aún no sabe todo el asunto de Pía y nuestra hija. Nada.

—Bueno, ha decir verdad... No creo que cambie mucho —se encogió de hombros—. Me da la impresión de que Clara no te dejaría por algo así.

—Lo sé. Eso me da más culpa porque no soy capaz de decírselo —confesó. Resignado, dejó sobre el escritorio los papeles en los que no logró concentrarse. Era inútil—. Estoy enloqueciendo. Cada vez que salimos por ahí y veo una niña de su edad, me derrumbo. No lo puedo manejar.

—Tienes qué decírselo a Clara y encontrar un buen psicólogo. Eso ayudaría.

Luca frunció ligeramente el entrecejo.

—Tengo que encontrar a mí hija. Eso me ayudaría de verdad.

Aún no había avances referidos a la investigación. La desesperante incertidumbre lo consumía cada día. Casi sin esperanzas, volvió a escribirle a la única persona que podía llegar a encender una luz entre tanta oscuridad: Pía. Ella había dicho que «intentaría averiguar algo». Necesitaba que cumpliera con su palabra.

—Sí. Lo sé. Lo haremos —prometió su mejor amigo. Él también estaba haciendo lo posible para llegar a una certeza; sin embargo, era consciente que se movían por un terreno peligroso. Y, como era capaz de separar lo emocional de la razón, avanzaba con precaución—. Por otro lado, esta mañana llamó un viejo cliente.

—¿Quién?

—Lombardi. El del restaurante —comentó—. Se enteró que estuviste por ahí. Está por divorciarse, tiene unos temas legales que quiere resolver.

—No sé si me puedo ocupar de eso ahora.

—Lo supuse. Le dije que podía encargarme, pero te quiere a ti. Deberías tomarlo, ¿sabes? Es algo sencillo. Te vas a distraer un poco —sugirió—. Llamalo.


『♡』•『♡』•『♡』


La reunión con Andrés Lombardi le ocupó unas dos horas. Fue en la oficina que tenía en la planta alta del restaurante, un piso moderno y lujoso, donde se encontraba el área administrativa. El caso no era nada fuera de lo común. Quería divorciarse y no era un acuerdo amistoso, más bien, una guerra entre partes donde ambos querían llevarse la mayor porción de la fortuna.

Luca lo sacó de otro problema en el pasado, así que confiaba en él. Le insistió fervientemente en que asumiera su defensa y, sin demasiadas opciones, aceptó. Era una oportunidad. Los clientes de renombre tenían sus ventajas, por ejemplo, posiblemente lo recomendaría a otros conocidos prestigiosos y eso elevaría su reputación.

—De más está decir que puedes venir cuándo quieras. La invitación está abierta, siempre —murmuró el hombre, tras despedirlo.

—De acuerdo, lo tendré en cuenta —sonrió con cortesía—. La comida es excelente, así que es probable que me veas por aquí pronto —bromeó; después de todo, el sitio le traía buenos recuerdos. La clase de memorias que le hacían vibrar el corazón.

Luego de recorrer el restaurante porque Andrés quiso mostrarle algunas mejoras que había hecho, Luca atravesó la salida. Caminó unos cuantos pasos, todavía se hallaba lo suficientemente cerca del recinto cuando escuchó los gritos.

—¡Detengan a esa ladrona! ¡Alguien que la atrape! —gritaron.

Luca volteó. La supuesta ladrona era una niña de no más de seis años. La misma que le vendió pañuelos descartables días atrás. Ella se detuvo ante su firme presencia y, como si fuera su única salvación, ella lo miró con los ojos repletos de miedo y le extendió los brazos en un intento de refugiarse en él. Tras ella, venía un señor de unos sesenta años, alterado pero agotado de correr.

—Yo no hice nada. Por favor, créeme. Yo no le robé —murmuró; rogó con la mirada que Luca le creyera y él, lo hizo.

La recogió en sus brazos y ella, temerosa, ocultó la cara en su hombro.

—Eh, ¿qué pasó? —preguntó al señor que se detuvo a pocos centímetros.

—Esa mocosa me robó el móvil —espetó furioso—. Lo debe tener escondido, quiero ver —exigió. Dio un paso adelante e intentó inspeccionar a la pequeña que se aferró con fuerza a los hombros de Luca. Él puso una mano enfrente y lo detuvo.

—Tranquilo. Es una confusión. Ella ha dicho que no lo tiene.

—¡Es una mentirosa!

—Baje la voz, por favor. La está asustando. —pidió. Quería mantener la calma—. ¿No es posible que lo haya perdido en otra parte? —insistió. La niña era menuda y no traía ninguna clase de bolso, de tener el teléfono escondido, él lo habría notado.

—¡Cariño, ven aquí! —una mujer surgió del interior del restaurante—. Apareció el teléfono. Un camarero lo encontró en el baño.

—Oh, vaya —tardó unos largos segundos en asimilar lo que ocurría—. Entonces si ha sido una confusión —pronunció desconcertado—. Yo... Mejor me voy.

Luca lo miró, todavía a la defensiva.

—Sí, debería irse pero antes tendría que disculparse con alguien, ¿no lo cree?

El señor volteó, se mostró avergonzado.

—Lo siento, niña.

Todavía asustada, lo miró de reojo y asintió con timidez. Luego, el hombre se marchó de vuelta al restaurante.

—Ey, linda. Ya se ha ido —mencionó Luca en un tono tranquilizador—. ¿Estás bien?

—Sí. Gracias —sonrió con ternura y alivio. Después, regresó al suelo—. Me tengo que ir.

Luca tuvo que inclinarse para hablar.

—¿Qué te parece si te acompaño a casa? ¿Y le contamos a tus papás lo que pasó? —propuso. Quería conocer a los adultos "responsables" que permitían que una niña pequeña pasara tanto tiempo a solas en la calle.

Sin embargo, ella negó como si se tratara de la peor idea que escuchó en su corta vida.

—No, no puedo. Tengo que ir a otra parte. Lo siento —expresó resignada—. Adiós.

—Espera... —trató de plantear otra idea para retenerla, pero ella se escabulló agilmente. —Adiós. Cuídate —alcanzó a despedirse en lejanía.

Ella lo saludó moviendo la mano y se marchó corriendo. Luca la observó doblar en la primera esquina, hacia la izquierda. Se quedó con una sensación que oscilaba entre amargura e impotencia. La calle era un sitio extremadamente peligroso para un niño.

Entonces, deseó que su hija estuviera a salvo. En manos de una familia decente que la estuviera cuidando y garantizando una vida adecuada. Era todo lo que pedía en medio de esa tortura llamada incertidumbre. 


Tú y yo, para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora