13.

5.3K 435 17
                                    

El resto del día transcurrió como de costumbre. Atendió a un centenar de clientes y tuvo que lidiar con el malhumor de algunos. Aunque a medida que pasaba el tiempo su caparazón ante ese tipo de comportamientos se endurecía, nunca lograría hacerlo totalmente firme. Había días que se sentía insignificante cargando bandejas de café de un lado a otro. Envidiaba a la gente que tenía una profesión y que, según ella, podía hacer algo realmente valioso en el mundo. Hacer la diferencia por más mínima que fuera. Anhelaba escapar de esa posición. Dejar de ser el saco de boxeo de personas que creían tener el derecho a descargar su mal humor en ella. Ese día también se sintió especialmente sensible después de lo que pasó con sus amigos. Pretendía ponerse feliz porque el sábado por la noche tendría una fiesta, pero al mismo tiempo su orgullo se lo impedía junto a una voz que constantemente musitaba «ellos no quieren que estés ahí».

En casa, subió a su habitación. Gritó en silencio al observar que había cosas fuera de lugar. La cama deshecha, el jarrón de flores sin agua y las prendas de su armario removidas, como si hubieran estado buscando algo durante horas. Apretó los dientes y se hundió en la cama, agotada. Largó un suspiro profundo; dos lágrimas gruesas escaparon de los ojos y mojaron sus sienes.

No tuvo tiempo de sumergirse en sus miserias. Ni bien el teléfono sonó, Clara extendió la mano y atendió el llamado.

—Ey, Luca —murmuró. Su tono de voz mutó a uno más animado—. ¿Cómo estás?

—Todo bien. ¿Tú cómo estás?

—Bien. Bueno, ha sido un día agotador pero fue medianamente bueno —respondió—. ¿Pasó algo que llamabas?

—No, no pasó nada. En realidad, tenía ganas de escucharte. Me gusta hablar contigo —confesó—. ¿Tengo que tener un motivo para llamarte?

—No, no es necesario —murmuró entre sonrisas—. A mí también me gusta hablar contigo. Puedes llamarme cuando quieras.

—Tú también.

—Lo sé —volvió sonreír ampliamente. Emocionada, escondió la cabeza en la almohada. Aquella voz masculina le produjo cosquillas—. ¿Y a quién salvaste hoy, Robin Hood?

Luca emitió una risa apagada.

—Muy graciosa, eh. Recuérdame que tengo que matar a Federico por contarte eso. Aunque la verdad es que sí, estuve ocupado con algunos casos —comentó. Sonaba exhausto—. Aún no termino de trabajar.

—¿Qué? Pero ya es hora de la cena. Tienes que ir a casa —entonó casi como si fuera una orden. Tenía el ceño fruncido y la nariz arrugada—. Necesitas un descanso. No sé. Hacer algo para distraerte.

—En realidad, tú estás siendo mi descanso. Estoy seguro de que luego de escucharte, tendré más energía para terminar lo que tengo pendiente.

—Entonces no deberíamos hablar de trabajo. Mejor... Cuéntame otra cosa. Lo que sea.

—Estuve pensando mucho en ti, Clara —reveló. Luca era simple y directo. Iba al grano. Eso le gustó a Clara que definitivamente no estaba hecha para captar indirectas—. Quiero invitarte a salir algún día. ¿Qué te parece?

—Sí. Creo que sería divertido. Ya sabes, vernos en otro sitio que no sea el café —bromeó. No entendía cómo lograba contenerse: a esas alturas, tanto su mente como su corazón se habían ilusionado. Una emoción que se expandía a cada segundo.

—¿A dónde te gustaría ir?

—Uhm, sorpréndeme.

—Está bien. Lo haré. Solo dame tiempo para pensar —también agregó en un tono divertido. Quería sorprenderla de verdad—. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, pero no te demores demasiado. Soy una persona muy ansiosa. Aún más cuando se trata de sorpresas —Las pulsaciones de su corazón se habían acelerado. Su interior se volvió cálido y su estómago, una cueva de mariposas alteradas—. ¿Luca? ¿Aún sigues ahí?

—Sí, aquí estoy.

—No fui honesta cuando dije que todo iba bien. En realidad, mi día fue una mierda. Pero ahora que hablo contigo sin dudas todo mejoró. Solo quería que lo supieras.

«Espero que entiendas que ya significas algo para mí. Por favor, no me rompas el corazón», fue lo que realmente quiso decir. 

Tú y yo, para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora