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Evitó contestar los primeros llamados que recibió de Federico. Su interior estaba colapsado de preocupaciones. Pensamientos que, tarde o temprano, se volverían en hechos. Y no estaba seguro de cómo los enfrentaría. ¿Podría, siquiera? El panorama en general era un desastre, pero tendría que encontrar la forma de afrontarlo porque se trataba de su hija. Por ella tenía que poder enfrentar lo que sea. Hacer lo correcto aunque doliera; la recompensa acabaría llegando en un punto, ¿no? Quería creer que sí. Que podría reconstruir esa relación padre e hija que alguien se encargó de destruir cuando ni siquiera sabían la existencia el uno del otro.

Tomó una bocanada de aire justo antes de recoger el móvil y saludar a su mejor amigo. Después, lo dejó hablar. Se veía venir las noticias que le daría; su corazón empezó a sentir el dolor pero tuvo que anteponerse.

—Todo está listo, Luca. Tenemos que proceder con la denuncia —indicó Federico.

—Lo sé. Mañana a primera hora. ¿De acuerdo? —desde el umbral de la sala, observó a Jazmín que coloreaba un libro infantil, el que Clara le había obsequiado. Se veía pacífica e inmersa en su mundo. Deseó saber la clase de pensamientos que habitaban su mente aniñada, pero hasta el momento Jazmín había adquirido un comportamiento poco expresivo. No decía mucho.

—Dijimos que sería hoy.

—Necesito un día más, Federico. ¿Lo puedes entender?

Su amigo suspiró con cansancio.

—Un día. Eso es todo. Las cosas podrían complicarse si esperamos más tiempo —advirtió—. Por casualidad, ¿Cora está ahí contigo?

—Salió —de pronto su tono se volvió seco.

—¿A dónde? ¿Salió con alguien?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿No le preguntas a donde sale?

—¿Por qué le preguntaría? —cuestionó impaciente—. Cora tiene veintiocho años. Es una adulta.

—Tienes razón. Supongo que es la costumbre —se retractó al darse cuenta que había quedado como un imbécil desesperado—. Tengo que dejarte. Llegó un cliente. Adiós.

La llamada finalizó, Luca apartó el celular y se acercó silenciosamente a Minni. No quería perturbar su tranquilidad. El televisor aún continuaba encendido en el canal infantil. A través de la ventana se colaban rayos de sol brillantes y ella arrugó ligeramente los ojos porque estos la acariciaron.

—Así que... ¿te gustó ese libro, eh? —trató de entablar una conversación. Minni asintió—. Llevas mucho coloreando. ¿Cuántos has pintado?

Minni permaneció concentrada en el dibujo de los ositos de picnic en el bosque. A sus seis años, no había tenido demasiado tiempo para centrarse en hacer cosas de niños. Aunque no lo demostrara con efervescencia, estaba encantada con las crayolas y los dibujos para colorear.

—Uhm... como... —finalmente levantó una mano y empezó a contar con los dedos. Lentamente—. Uno... dos... tres... cuatro... cinco. Sí. Cinco —Luca le sonrió contemplando cada una de sus facciones y su garganta se hizo un nudo; aún le costaba creer que esa niña adorable era su hija. «¿Cómo pudimos perder tanto tiempo juntos?» se preguntó. Dolía recordarlo—. ¿Hoy no tengo que hacer nada? —preguntó de pronto.

Tú y yo, para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora