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NOTA DE AUTORA: Hola! Disculpen la demora en actualizar. Pero estuve de viaje, participé de la Feria del Libro de Buenos Aires hablando sobre Caótico y Hermoso y firmando ejemplares. Fue una experiencia hermosa y soñada :'). Ahora sí, espero que disfruten mucho el capítulo. ♥



—Necesito saber si realmente eres consciente de lo que significa presentar esta denuncia —mencionó Federico con el ceño ligeramente fruncido—. Estás yendo contra gente pesada. Es probable que tengamos que pedir protección. Para ti y todos los que te rodean.

—Eso no será un problema —alegó—. Cora regresa a la universidad en un par de días. Está a punto de iniciar la residencia en el hospital.

—Lo sé. Me lo contó —las comisuras de sus labios se elevaron producto del orgullo—. ¿Clara?

—De momento se quedará en casa conmigo. Aunque es probable que se vaya a otra ciudad pronto.

—¿Eh? —la noticia lo descolocó.

—Quiere estudiar.

—Ya lo veo. Es lo más lógico. Entonces... ¿van a terminar?

—No. El plan es que lo haremos funcionar. Encontraremos la forma.

La boca de Federico dibujó una línea recta.

—No quiero pinchar la burbuja, pero las relaciones a distancia... —respondió abrumado—. No son nada fáciles. ¿De verdad la vas a dejar ir?

—Es su sueño. Sería un hijo de puta si me interpongo, nunca me lo perdonaría. Tendrías que ver la forma en que le brillan los ojos cuando habla de ir a estudiar —de hecho, a él también le entusiasmaba verla ir tras sus metas—. Quiero que sea feliz incluso si eso significa que solo pueda verla un par de veces al mes.

Federico tragó saliva. Estudió las palabras de su amigo pero se reservó la opinión. No veía con optimismo esa clase de relación que planeaban. Al parecer, la diferencia de edad les terminaría jugando una mala pasada, tal como él se lo advirtió. Sin embargo, no quiso añadir un peso más en la espalda de Luca. Ya tenía demasiado con su reciente hija. Miró el reloj que tenía en la mano izquierda e hizo una mueca.

—Uh. Me tengo que ir. Vete directo a casa, ¿de acuerdo? Llamaré a tu novia para comprobarlo.

—¿Ya te vas?

—Sí, yo... Tengo que cenar con un conocido —comenzó a reunir sus pertenencias a toda velocidad—. Hablamos mañana a primera hora.

Luca lo miró extrañado, pero no alcanzó a hacerle preguntas. Federico abandonó el despacho tan pronto como fue posible. Luego, condujo a casa con el corazón acelerado. Todo lo que podía pensar era en Jazmín o como la conoció, Minni. Deseaba tanto volver a verla. Quería conocerla más; saber cuál era su color favorito, su juego preferido, qué formas tenían sus miedos y qué cosas la hacían sonreír. Y aunque a su alrededor la mayoría desconfiaba de la veracidad de la historia de Pía, había algo en lo que Luca simplemente no podía dejar de creer. Lo que sintió aquella tarde, cuando Jazmín le pidió ayuda y se aferró a sus brazos con una confianza inaudita, como si en el fondo ella también lo supiera, inconscientemente. En aquel momento experimentó esa conexión padre e hija, nadie podría quitarle esa convicción.


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Lo primero que vio cuando ingresó a su habitación fue a Clara hundida en su cama mientras leía un libro, vistiendo sólo ropa interior y una de sus camisetas anchas. Tenía el cabello semi húmedo y podía olfatear aquel aroma a shampoo de coco desde el umbral de la puerta. Se relamió los labios ante la imagen de sus piernas desnudas y el resto de su piel tersa que invitaba a ser acariciada. Nunca dejaría de sentirse como en el cielo con Clara a su lado. En cuánto notó su presencia, ella apartó la mirada.

—Ey, tú. ¿Qué haces ahí? ¿Por qué no vienes a darme un beso?

—Te veías concentrada. Preciosa, de hecho. Demasiado.

Clara sonrió apenas sonrojada.

—Ven aquí, tonto —lo invitó ansiosa—. Por cierto, tu amigo me llamó. Dijo que si en diez minutos no estabas aquí llamaría a la policía.

—Está paranoico —contuvo una risa—. ¿Mi hermana?

—Se fue. No hace mucho. Tenía una reunión con una amiga, algo así.

—Por supuesto —acabó largando una risa de indignación—. Federico se retiró antes porque tenía una cena con un viejo conocido. Lo planearon.

—Ya lo veo. Tu hermanita y tu mejor amigo te engañaron, una vez más —lo molestó divertida—. Creo que alguien necesita olvidarse de todo por un rato, ¿no crees? —apartó la vista del libro, que cerró de inmediato y lo miró a él.

—Sabes que sí —comenzó a desprender la camisa. Seguido, se la quitó de un movimiento al igual que el resto de su prendas. Clara tuvo un instante de placer visual viéndolo quitarse todo hasta quedar solo en boxers—. Tú siempre sabes lo que necesito.


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A medianoche lograron salir de la cama para tomar una ducha y luego, fueron por algo de comer a la cocina. Luca deleitó a Clara con una pizza hecha con sus propias manos y sirvió dos copas de vino, aprovechando aquel largo momento a solas que la vida les regaló entre tanto ajetreo. Se tomaron la libertad de comer en el sofá, una playlist de rock clásico internacional sonó en los parlantes del televisor. Sin embargo, pronto regresaron a la cama. Clara moría de sueño, tenía que trabajar temprano y Luca tenía que ocuparse de oficializar la denuncia —por más que consiguió alejarse de las preocupaciones por un rato, no duró demasiado. Los nervios regresaron—. Ella abrazó su cuerpo tenso, apoyó la cabeza sobre su pecho y susurró con toda la dulzura del mundo «todo saldrá bien, descansa».

Horas después, Clara abrió los ojos. Tocaban la puerta. Tanteó la hora en el móvil, eran las tres y cincuenta de la madrugada. Su corazón latió rápido. ¿Quién tocaba a esa hora? Temió. Todavía adormilada, movió suavemente a Luca que había caído rendido producto del cansancio y el estrés emocional que le provocaba la situación. Le costó despertar, pero los golpes que no cesaban lo desvelaron a la velocidad de un rayo.

—Tranquila. Iré a ver. Probablemente sea Cora.

—Le diste un juego de llaves a tu hermana. ¿Recuerdas?

—Tal vez lo olvidó —mencionó mientras salía de la cama. Buscó rápido una camiseta y se la colocó—. Quédate aquí.

—No, espera. ¿Y si es alguien que quiere hacerte daño?

Luca caminó tras sus pasos y se sentó a la orilla de la cama, justo al lado de la chica.

—Si fuera alguien con malas intenciones, no tocaría la puerta. Iré a ver, ahora vuelvo.

Clara deslizó una sonrisa sintiéndose una tonta pero al mismo tiempo encontró algo de calma, lo que él decía tenía sentido. ¿Quién pediría permiso para hacer daño? Lo habría hecho sin vueltas. Sin embargo, también se colocó una camiseta —por si acaso, ya que sólo vestía ropa interior— e incapaz de resistir, siguió a Luca. Lo encontró de pie frente a la puerta, intentando visualizar algo por la mirilla. Intentó descifrar su expresión, pero no consiguió entender lo que estaba pasando.

—No puede ser —pronunció descolocado y de inmediato, abrió.

—¿Qué está pasando? —Clara se acercó por detrás. Lo que alcanzó a ver la dejó boquiabierta.

Jazmín estaba de pie con los ojos llorosos y cada una de sus facciones invadidas por el miedo. En un brazo cargaba un conejo de felpa, al que abrazaba con fuerzas. En el otro, tenía un bolso infantil con sus pertenencias. Los miró a los dos pero en particular a Luca, pidiéndole una respuesta con la mirada por qué no comprendía absolutamente nada. Él tampoco lo hacía, Clara aún menos. 

Tú y yo, para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora