05.

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Nadie le preguntó por qué llegó tarde. Nadie notó el raspón en su rodilla. Nadie recordó siquiera a qué hora debía llegar. Habían festejado los dieciocho años de su hermana, Magdalena. Reunidos en familia alrededor de la mesa, cenaron un banquete y finalizaron con pastel. Su madre hizo una mueca cuando la vio aparecer. «Oh, Clara. Deben quedar algunas sobras en el refrigerador. Puedes calentarlo en el microondas» murmuró. Clara, que tenía fama de «la chica amable y comprensiva que jamás se enfada», sonrió y saludó a su hermana con cariño. Después, subió a su habitación a darse una ducha. No iba a mentir. Aún le dolía cuando su familia la olvidaba. Pero esa noche había algo suave abrazando su enfado. Calmandolo. El dolor en el pecho no era tan agudo como había sido en alguna otra ocasión del pasado. «¿Qué importa si ellos no pueden verme? Él sí me vio», pensó. Ahí se encontraba la razón que suavizaba sus sentimientos de furia. No había tenido siquiera que esforzarse. Fue tan simple. Natural. Como algo que está destinado a ser y simplemente sucede. ¿Estaba en lo cierto? ¿O resultaría ser otra de sus ilusiones que acababan en la nada? Ella quería creer que sí. Que había algo real.

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—Quieta. Yo tomaré este pedido. Deberías ver lo apuesto que es el tipo —murmuró Lola, acomodándose un delantal alrededor de su cintura. Clara ni siquiera llevó la vista al recibidor. Siguió metida en el libro.

—Como quieras.

Segundos después, Lola estaba nuevamente frente a ella.

—¡Muévete! Pidió por ti.

—¿Qué?

—Sí. Ha preguntado por ti —entonces, Clara apartó la mirada de las páginas y lo vio. Los nervios la invadieron—. ¿Quién es?

—Un conocido —respondió. Cerró el libro, lo dejó sobre una mesita y caminó hacia el recibidor. Luca estaba de traje y corbata, a punto de ingresar al trabajo. Apoyaba los codos sobre el mostrador con tranquilidad—. Ey. ¿Qué haces por aquí?

—Vengo por un café para llevar. Pero también venía a ver cómo estabas y a traerte esto —le extendió un chocolate.

Clara sonrió de inmediato.

—Gracias —lo recogió, tratando de no sonrojarse. En vano. Su cuerpo ya lo había hecho—. Estoy bien. No ha sido más que un raspón. Solo tengo que dejar de ser tan torpe.

—Bueno, en realidad la gente debería conducir con más cuidado. Tú eres perfecta así —murmuró. Ella suprimió el labio inferior con los dientes. Ocultó otra sonrisa. Negó con la cabeza, ¿les hablará así a todas?, se preguntó.

—Deja de mentir —pronunció divertida—. ¿Cómo quieres el café?

—Negro —pidió—. No te miento. Nunca te mentiría.

—Sí, claro.

—¿Sabías que los abogados no podemos mentir? Sería atentar contra las reglas éticas de la abogacía.

—En este caso, no estás ejerciendo. Aquí eres simplemente Luca —contradijo. Sin embargo, eso le gustó. Le gustó que lo viera sin complicaciones—. Café listo. ¿Algo más?

—No. Por ahora no —respondió. Entregó un billete, ella le regresó el vuelto. Descubrió que no podía quitarle la mirada de encima. Se quedó como un tonto mirándola—. Que tengas un buen día, Clara.

—Igual tú.

Luca atinó a abandonar el recinto, pero regresó al instante. De nuevo en el recibidor, extendió una tarjeta de presentación hacia Clara.

—Ten. Por si algún día necesitas de un buen abogado. O también si simplemente quieres hablar. Llámame cuando quieras.

Ella sostuvo la tarjeta entre sus manos. Le echó un vistazo. Luca Rivera, ponía en letras grandes. Debajo, su profesión. También la dirección de su oficina y su número de teléfono. Clara la guardó en el bolsillo de su delantal, pero en cuanto se fue, corrió a guardarla en su bolso. Dentro de su libreta. Donde anotaba todos sus pensamientos más preciados, desde los más soñadores hasta los más oscuros. Allí lo guardó.

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—¿Qué? —Luca se topó con su mejor amigo que lo esperaba sentado en la oficina.

—Nada. ¿Qué hice?

—¿Por qué me miras así?

Federico negó con la cabeza.

—¿Quién es la mujer que está haciendo que sonrías así, eh? Vamos. Cuéntame todo —exigió.

Se conocían profundamente el uno al otro. La amistad comenzó cuando tenían seis años, vivían en casas contiguas y compartían tardes enteras correteando por el vecindario. Por aquel entonces, se volvieron inseparables. Hermanos.

—Nadie —ocupó la silla libre—. ¿Y si mejor empezamos a trabajar?

—No mientas, Luca. Sé que hay alguien. ¿Qué pasó?

—No pasó nada en específico —aclaró—. Solo conocí a una chica. Hablamos un par de veces. Es preciosa, Federico. Tiene una sonrisa... Se ilumina cuando sonríe. Es dulce, inteligente. No me había pasado algo así en mucho tiempo.

—¿Y por qué no avanzas? ¿Cuál es el problema? Ah, ya sé. Está casada o se está por casar, que es casi lo mismo.

—No, no. Nada de eso. En realidad, tiene veintidós.

—¿Qué? —exageró, alarmado.

—Sí. ¿Qué tiene?

—Nada —Federico ironizó y rió por lo bajo—. Mira, ya sé que todavía no avanzaron, pero a nuestra edad buscamos algo serio. ¿No? —Luca asintió—. A los veinte el ritmo de vida es distinto. Quizá ella se está divirtiendo, quiere experimentar. No sé. Ten cuidado.

—Ya estoy bastante grande para que me estés cuidando, ¿no te parece? Además, no la conoces. Esta chica es diferente. Se le nota. Sé que no lastimaría a nadie —dijo convencido.

Aunque tenía sentido que Federico quisiera cuidarlo. Después de todo lo que había pasado en su vida, lo último que merecía Luca era cruzarse con una persona que lo hiciera sufrir. Ya no cabía más tristeza en su corazón. Tristeza que aún no podía sanar porque los cabos sueltos seguían causando aberturas en su herida.

Era algo de nunca acabar.

Un problema que lo encontraba cuando abría los ojos, lo perseguía durante el resto del día y lo capturaba otra vez, cuando iba a dormir. Su rutina se había convertido en una jornada agotadora desde que lo supo y decidió involucrarse a fondo. Dedicarse a su profesión tampoco servía como una fuente de distracción, todo lo contrario. Luca no solo trabajaba como abogado de sus clientes, también se ocupaba de su caso más personal.

Aquel que marcó su vida para siempre y que continuaba abierto. 

Tú y yo, para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora