01.

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Llegó agotado, consecuencia del trabajo y largas noches sin poder dormir. Llovía. Irónicamente, el clima parecía una analogía de su vida. Un par de días atrás, una persona que había dejado una marca indeleble en su pasado, lo había contactado a través del teléfono. Con la excusa de ser honesta, largó una confesión cruel e inesperada, que lo rompió en pedacitos. Precavido, se refugió bajo el toldo verde oscuro que se encontraba en el exterior de la Biblioteca Café. Luca notó que el cartel tras la puerta vidriada anunciaba "abierto". Intentó abrir, pero la puerta se encontraba cerrada. Luego, agudizó la vista y contempló a una chica que se acercaba con una sonrisa.

—Lo siento mucho —murmuró detrás del vidrio—. Estamos cerrando —entonces, giró el cartel y mostró "cerrado".

—Ya lo veo —se lamentó.

Volteó hacia la calle. Llovía torrencialmente. Tendría que esperar o llegaría al auto empapado. No le importaba demasiado mojarse, pero tenía la mochila con los papeles de trabajo. Eso sí que no podía estropearlo. Entonces, escuchó la puerta abrirse.

—¿Aún quieres entrar?

—Dijiste que está cerrado.

—Lo sé. Pero se está cayendo el cielo. No podré irme de aquí hasta que no pare —comentó—. ¿Entrarás?

—Está bien. Gracias.

Luca se sorprendió por su amabilidad. Usualmente la gente tenía prisa por irse a casa o dejar el trabajo. Se aventuró en el cálido lugar, rodeado de libros y aroma a café. Eligió una de las mesas más pequeñas, se quitó el saco, lo acomodó sobre el respaldo de la silla y se sentó.

—¿Qué te sirvo?

—Un café. Negro —respondió.

—Muy bien —Clara sonrió y se perdió detrás del recibidor.

En seguida, encendió la máquina de café y la dejó hacer. Mientras tanto, prendió el parlante y colocó música, como de costumbre. Clara no vivía con prisas. Le gustaba disfrutar de los pequeños momentos. Lluvia, café y libros, ¿existía siquiera un escenario mejor? Suspiró en silencio, tras echarle un disimulado vistazo al hombre. No tardó en darse cuenta que probablemente trabajaba en el Palacio de la Justicia. Vestía como un abogado y se veía exhausto. Incluso, distinguió una angustia indescifrable que afloraba en sus ojos.

Sirvió dos cafés. Acomodó el de Luca sobre una bandeja y cortó un buen trozo de pudín de limón, que colocó al lado.

—La casa invita. Es nuestra especialidad —agregó con alegría—. ¿Traigo algo más?

—No. Gracias —él le dio una sonrisa afable, al mismo tiempo que acomodó sobre la mesa una carpeta cargada de papeles.

—Mucho trabajo, ¿eh? —comentó desde el recibidor—. ¿Descansas en algún momento?

—En algún momento, sí.

—Será mejor que apague la música —susurró casi para sí misma. Él escuchó.

—No me molesta la música. En serio.

—Oh —levantó las cejas, sorprendida—. Cualquiera de tus colegas me habría pedido silencio. Estoy segura.

Luca asintió sosteniendo una pequeña sonrisa. Ella tenía razón. En el Palacio de la Justicia abundaba el silencio. La gente allí lo prefería porque era sinónimo de seriedad. Sin embargo, lo que sonaba en el altavoz le recordó a viejas épocas, cuando era un estudiante que escuchaba música para concentrarse. Debería hacerlo otra vez, pensó.

Así, entre melodías, el sonido de la lluvia y el café caliente, Luca adelantó el trabajo. Clara, en cambio, avanzó en esa historia romántica sobre una mujer que creyó muerto al amor de su vida hasta que, años después y con una vida armada, él apareció vivo. No conseguía detenerse. Devoraba cada capítulo con ansias.

Cuando la lluvía cesó, Clara recogió los trastos y le entregó la cuenta. Él pagó la suma, pero también dejó una generosa propina.

—Gracias, otra vez. Me gustó este lugar. Es muy lindo.

—Nada que agradecer —ella volvió a sonreír—. ¿No lo conocías?

—No. Es la primera vez que paso.

—Eres nuevo por aquí, ¿no? —adivinó.

—No, en realidad... No soy mucho de salir.

—Oh, lo entiendo. Soy Clara. Aquí puedes venir cuando quieras.

—Luca —se presentó—. Seguramente lo haga. Por cierto, tienes una hermosa sonrisa, Clara.

Tú y yo, para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora