Contuvo la respiración cuando él sujetó su rodilla herida. En la otra mano, sostenía una gasa empapada en líquido desinfectante que colocó sobre la lastimadura dando suaves toques. Clara emitió una mueca de dolor. Luca se dio cuenta, juntó los labios y sopló lentamente. El aire fresco le proporcionó un alivio inmediato. Sin embargo, él continuó sujetando su rodilla y eso le despertó un confuso escalofrío. Sumidos en el silencio, permaneció quieta y se dejó hacer. Observó cada uno de sus movimientos, aunque eso le hiciera sentir extrañamente nerviosa. Luca terminó de limpiar la herida, después recortó otro pedazo de gasa esterilizada y con cinta adhesiva apta para curaciones, la dejó fija en la rodilla que aún sangraba ligeramente.
—¿Estás más tranquila?
—Un poco, sí. Pero debería ir a casa. Ya hiciste mucho por mí —la verdad, sentía vergüenza. Había sido tan torpe que un vehículo casi la arrolló. Luego, acabó preocupando a un ocupado abogado que seguramente tenía mucho trabajo que hacer.
—Puedes quedarte un rato más. Hasta que te sientas mejor. Te prepararé un té, ¿quieres? Y algo para comer —ofreció. Tenía un entusiasmo que incluso le sorprendió a sí mismo. ¿Hacía cuánto que no se animaba así? Esperando por una respuesta positiva.
—Bueno, está bien. Si no molesto —respondió Clara con cierta timidez.
—Claro que no molestas —aseguró—. Ahora vuelvo.
Antes de ir a la cocina, Luca fue al toilet. Se quitó la corbata y se aflojó algunos botones de la camisa. El saco se lo había quitado apenas ingresaron al apartamento. Luego, se acercó al lavamanos y se restregó la cara con agua fría. Un golpe necesario para extinguir los pensamientos inadecuados que habían intentado aflorar. Clara era preciosa. Tenía una sonrisa dulce, expresión tierna y unos ojos avellanas tan limpios, casi transparentes. La clase de persona que no tiene un prontuario de errores ni cargas pesadas en la espalda. Destellos de inocencia. Ella era trigo limpio. ¿En qué estaba pensando? Esa chica podría ser su hermana menor. ¿Qué edad tendría? ¿Veinticinco, como mucho?
Inspiró y exhaló hasta que el ritmo de sus latidos se calmó. En la cocina, preparó dos tazas de té y puso en un cuenco galletitas dulces. Clara lo recibió con una sonrisa cuando lo vio aparecer cargando la bandeja y atinó a levantarse del sofá.
—No, no. Quédate ahí. Es más cómodo, ¿no?
—La verdad que sí —admitió. Él le extendió la taza de té, colocó el cuenco sobre la mesita ratona y se sentó en el sofá de un cuerpo que estaba enfrente.
—¿Te gusta? Es de frutilla.
—Me encanta el té de frutilla —sonrió con ilusión. Le dio un ligero sorbo. Aún estaba caliente—. ¿Y vivís solo?
Él asintió.
—Tengo una hermana, Cora. Estudia en la universidad. A veces viene y se queda unos días —comentó—. ¿Tú?
—Vivo con mi familia —contestó—. No te imaginas, siempre es un caos. Somos cinco hermanos. Gritos todo el tiempo. Desorden. Gente entrando y saliendo de casa constantemente —contó con un dejo de diversión—. Me encantaría vivir sola. Debe ser genial.
Luca sonrió por la manera en que ella hablaba. Se hacía agradable escucharla.
—La verdad que sí, lo es. Es bueno tener tu espacio. Nunca voy a olvidar el día que cumplí veinte y logré mudarme. Era un departamento muy chiquito, un monoambiente. Pero era mío.
—Lo sé. No puedo esperar a reunir el dinero suficiente para hacerlo. Llevo ahorrando desde hace un año.
—Bueno, estás trabajando para hacerlo. Tarde o temprano lo vas a lograr. No lo dudo.
El móvil de Luca sonó. Lo llamaba su mejor amigo y también colega, con el que trabajaba en un caso importante; así que se levantó y se apartó hacia la cocina para contestar. Federico necesitaba datos que se encontraban en un expediente que Luca tenía. Así que no le quedaba otra opción que ocuparse.
—¿Clara? —murmuró. Ella, que revisaba su móvil, alzó la mirada—. Tendrás que disculparme unos minutos. Me llamaron del trabajo para pedirme un favor y tengo que ponerme con eso. Puedes encender la tele, si quieres. Estaré en mi oficina.
—Tranquilo. No te preocupes. Ocúpate de tus obligaciones. Me quedaré aquí.
Luca se marchó a su oficina. Mientras hacía su trabajo, no podía dejar de pensar en la criatura angelical que lo esperaba en la sala. Lo esperaba a él. ¿Acaso estaba teniendo nuevamente pensamientos indebidos? No podía hacerlo. Tenía que apartarlos cuánto antes.
Clara terminó el té y vació el cuento de galletitas. Dejó los restos sobre la mesita ratona y curioseó con la mirada a su alrededor. El departamento de soltero de Luca se veía impecable. Madera oscura, detalles negros y evidentemente pulcro. Había algo acogedor. Aunque Clara creía que al espacio le faltaba personalidad para que se viera aún más cálido, como un hogar. Sabía que no estaba casado, ni siquiera llevaba un anillo. Pero no estaba segura de que estuviera completamente soltero. Un tipo como Luca de seguro tenía a alguien. Una mujer tan interesante y atractiva como él.
Todavía agotada por el accidente y con el cuerpo adolorido, se acurrucó en el sofá de dos cuerpos y se cubrió con la manta que estaba perfectamente doblada en una esquina. Olía a menta, vainilla y cedro: fresco y dulce. El mismo aroma que desprendía Luca.
Poco a poco, perdió el sentido del tiempo. Clara cayó dormida.
Cuando Luca terminó su trabajo, regresó a la sala y la encontró hundida en los brazos de Morfeo. Respiraba con tranquilidad. Contempló sus pestañas largas y espesas, que resaltaban sobre su piel blanquecina. Su nariz curva y respingona, el cabello ondulado que caía a sus costados y su boca, dueña de la sonrisa más hermosa que había visto.
Tragó saliva y dio un paso hacia atrás. Le dio pena despertarla. Clara descansaba como si no lo hubiera hecho en años. Desprendía una extensa paz que incluso, lo contagió. No había nada malo en que esa chica durmiera en su sofá. ¿O sí?
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Tú y yo, para siempre.
RomanceDieciséis años de diferencia son insignificantes cuando dos mundos están destinados a colisionar. ♡♡♡ Luca perdió la fe. Clara está repleta de optimismo. Él, abatido por su pasado, dedica su vida al trabajo. Ella, asfixiada por su presente, se refu...