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Chocó con Luca a mitad de camino. A pesar del temor y la adrenalina que recorría sus venas, tardó unos efímeros segundos en darse cuenta de que se trataba de Clara. Su Clara. La abrazó con fuerzas, dejó en evidencia lo mucho que la necesitaba y el alivio que sintió al volver a verla. Minutos atrás, Luca pensó que moriría. Podrían haberle quitado la vida en un parpadeo y lo más escalofriante es que quizá también habrían ido por Clara, que aguardaba expectante en el interior del vehículo. Ella no resistió demasiado. En cuánto pasaron los minutos que habían pactado, salió a buscarlo. Le había prometido que no lo dejaría solo. Le había prometido que nadie lo lastimaría. Tomó una ligera distancia, contempló su rostro e inspeccionó con sus manos, quería comprobar que todo estuviera bien. Evidentemente nada lo estaba.

—Ey, ¿quién te hizo eso? —preguntó molesta. Miró tras su espalda e intentó ubicar al sujeto que se atrevió a darle un golpe—. ¿A dónde está? —se removió inquieta cuando Luca la sostuvo por la cintura.

—Vamos, preciosa. Esto era lo mínimo que podían hacerme. No te preocupes, estoy bien —trató de calmarla. Ella tenía el ceño fruncido y los puños apretados.

—¿Lo mínimo?

—Tenía un arma —reveló—. Vámonos de aquí ¿si?

—De acuerdo. Sí.

Su piel se erizó al oír que tenía un arma de fuego. Pensó en la facilidad con la que su mundo podría haberse caído, abrazó a Luca por la cintura y se mantuvo aferrada hasta que llegaron al vehículo. En seguida entraron y él empezó a conducir, por el momento lo más sensato era alejarse. Clara chequeó los móviles, vio un montón de llamadas perdidas de Federico. Le escribió un mensaje rápido diciéndole que estaban a salvo y de regreso a casa. Luego, apartó el teléfono. Su mayor preocupación era Luca que conducía, pero parecía ausente. Como si estuviera perdido en algún punto lejano de sus pensamientos. Lo miró afligida, deseando saber lo que estaba pasando por su cabeza, deseando saber la respuesta exacta para quitarle aunque sea un poco de toda la angustia que cargaba.

Luca aparcó el auto a una orilla de la calle donde vivía y fue cuando, finalmente, volvió a respirar. Habían llegado a un punto seguro. Largó una bocanada de aire, su pecho se hundió de forma dolorosa y le dirigió una mirada a Clara. Tenía los ojos decaídos y húmedos.

—Ey, estoy aquí. Tranquilo —sujetó su mano—. Dime lo que pasó. Lo que quieras contarme.

—La encontré, Clara.

—¿Qué? ¿Estaba ahí?

—Si, la vi. Es Mini. Es la niña que vendía descartables la noche que fuimos al restaurante. Y luego volví a cruzarla por la zona, dos veces más. Ahora lo entiendo —respiró—. La vida estaba tratando de decirme algo y yo no podía verlo.

Clara levantó las cejas. Prácticamente se quedó sin palabras.

—La vida fue sumamente injusta cuando lo separó, sabía que tenía que remediarlo y por eso todo este tiempo intentó juntarlos. Ya está. Ahora resta hacer lo correcto para sacarla de ahí —murmuró convencida de que todo iría bien. Él asintió, todavía conmocionado—. ¿Sabes con quién vive?

—No. Más o menos. Había un chico joven, el que me apuntó. Supongo que es como su hermano mayor o algo así. Pero todo ese lugar... —volvió a detenerse para respirar—. Nada de todo eso se ve legal. Es un sitio horrible para una niña. Es tan pequeña. Quiero sacarla de ahí y traerla aquí conmigo —expresó repleto de impotencia.

Tú y yo, para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora