Capítulo uno: Enjaulada

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“Como un ave sin alas”

Sakura llega hasta la mansión de los Haruno, —una pareja prestigiosa en la alta sociedad, que camina de la mano junto a otras más— alrededor de las dos de la tarde

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Sakura llega hasta la mansión de los Haruno, —una pareja prestigiosa en la alta sociedad, que camina de la mano junto a otras más— alrededor de las dos de la tarde. Estuvo muchas horas fuera de casa, por esa razón su madre la esperaba sentada en un diván frente a la puerta principal.

Sakura entra de manera silenciosa, pero es innecesario cuando la señora Haruno tose y hace ver su presencia.

—Madre…

—Llegas tarde. Dijiste que llegarías antes de las ocho.

—Y apenas son las dos.

—¡Las ocho de ayer!

Sakura rasca su mejilla nerviosa, y se sienta junto a su madre. —Me necesitaban en la casa de caridad.

—Estoy horrorizada de ver en lo que Tsunade te convirtió.

—¿Qué tiene de malo? Ayudo a las personas que lo necesitan y estoy integrando un proyecto para los niños huérfanos de guerra.

—El proyecto sería innecesario si el difunto emperador hubiera hecho bien su trabajo.

—Pero no fue así, entonces estoy arreglando su error. Déjame hacerlo, por favor, madre

Sakura hace esos ojitos brillosos y Mebuki frunce el ceño para alejarse de su hija, con la intención de perderse en su oficina.

—Lo que sea. Partimos hoy a las cinco.

—¿La fiesta de la emperatriz?

—Su hijo regresó.

—Larga vida al príncipe heredero.

Mebuki rueda los ojos y deja a Sakura sola, pero son horas más tarde cuando se está paseando por los pasillos de la mansión, al igual que los sirvientes que hacen sus tareas de manera rápida y eficaz, solo para no hacer más grande la ira de la vizcondesa.

A veces Mebuki maldecía un poco a Sakura, porque resultaba ser irresponsable para ciertas cosas, como ir a fiestas glamurosas.

Aunque a Mebuki tampoco le interesaban mucho.

—¡Haruno Sakura, hicimos un trato así que ven ahora mismo!— Grita ella, asustando a todos a su alrededor. —¿Ella escuchó acaso? ¿Me está ignorando?

—Por supuesto que lo hace querida, asustas a todos a tu alrededor—, su marido sonríe y le da un beso. —Partiré ahora.

—No se porque te tienes que ir todavía.

La emperatriz consorte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora