Capítulo 18

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Draco estaba de pie en la punta de la popa del barco, sus manos se alzaban hacia el frente elaborando una serie de movimientos meticulosamente controlados. La varita, hecha de una extraña madera que imitaba al marfil, se mantenía en su mano derecha, siendo cabecilla en aquella acción y el objeto donde se canalizaba la magia.

Entonaba en susurros los hechizos, mismos que fueron seleccionados con especial cuidado por Weasley, director de Lux, y la subdirectora Granger. Tenían el fin de camuflar el barco ante ojos escudriñantes, silenciarlo de los oídos ajenos y protegerlo de los enemigos. La magia empleada era delicada y celosa, un simple error serviría para que los Aestus tengan un  avistamiento suficiente para dar con ellos y enviarlos a las insondables profundidades.

Aunque aquello le resultaba indiferente, la única razón por la que ofrecía su ayuda era porque, en el hipotético caso de que esos despreciables escorias  lograran vencerlos, se quedarían con la mujer de cabello castaño enmarañado y ojos cafés con matices de la miel.

Las olas se alzaban amenazantes, mientras el viento, que percibía agrio, luchaba por derribarlo. Toda su fuerza estaba drenándose con ese trabajo, debía sacar a cierta intrusa de sus pensamientos para concentrarse con más ahínco.

Había transcurrido otro día desde que la vio, y se preguntaba por qué esa extraña necesidad visual que sentía hacia ella crecía a pasos agigantados desde aquel beso que se atrevió a robarle. Aquella noche había parecido una eternidad; sin embargo, ahora, casi una semana después, el recuerdo se desvanecía como un suspiro fugaz.

— Cambio de guardia —dijo Neville Longbottom posicionándose junto a él, imitó las acciones que llevaba a cabo. Otra cadena de hilos titilantes comenzaron a tejerse alrededor del barco, hubo un resplandor fuerte; como si algo nuevo se hubiera conectado con la energía de la magia que los envolvía—. Está hecho.

Draco se concentró una última vez y rompió la unión de su varita con el campo de protección que se levantaba frente a él como una fina e iridiscente capa.

No se saludaron, ni tampoco se despidieron. Un Slytherin jamás olvidaba a aquellos que alguna vez estuvieron en su contra; debía recordarlos para devolverles el favor.

En su mente, aún fresco como una herida abierta, resonaba el voto en contra que otorgó Longbottom. Sin mencionar el testimonio que brindó para encerrar a Theodore tres años más de lo que él y Blaise habían enfrentado.

Caminó por el estrecho pasillo de un costado del barco, exactamente en el lugar donde había tenido la osadía de probar los labios de Hermione Granger. Esas memorias se abrían paso con una fuerza arrolladora, amenazando con convertirse en las predilectas de cada uno de sus pensamientos.

— Mañana, al amanecer, el barco va sumergirse. Es recomendable utilizar a los que aún nos guarden fidelidad —Draco regresó sobre sus pasos y logró ocultarse a tiempo entre unos barriles. Esa era la voz del Sanador Dickens—. Malfoy se quedará contigo —ordenó.

— No —respondió una voz con determinación. Draco sintió flechas disparadas en su contra, con veneno de rencor en las puntas. Aquella voz, inconfundible, pertenecía a Granger—. Él no.

— En cada turno de guardia, mientras mantenemos las barreras, siento que en algún momento los hechizos cederán y Malfoy invocará a los Aestus —Expresó con tono afligido—. Si está a tu lado tendremos la certeza de que estarás bien, comienzo a creer que su lealtad cambia cuando tú estás de por medio.

Hermione Granger Y La Maldición Malfoy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora