Capítulo 11

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—Uno, dos...


Adam se sostiene la nariz con ambas manos, cerrando sus ojos y apretando los dientes con fuerza ante el menor toque en la zona lastimada.


—Otra vez, otra vez... —Susurra para sí mismo— Uno, dos... ¡Tres!


Y un feo crack se escucha en el baño, Adam golpea el lavamanos con la palma de su extremidad ilesa mientras mueve sus piernas dando pequeños saltitos, como si estuviese intentando disipar el dolor con movimientos extraños e innecesarios.


—¡Puta mierda!, ¡Oh querido Dios...!


Parpadea rápidamente como para quitar el leve mareo que le causó volver a acomodarse la nariz, mira hacia abajo mientras chorros de sangre caen en la blanca cerámica del lavamanos y toma una toalla con su mano buena para colocársela en la nariz. Frunciendo el ceño cuando ve que la toalla gris absorbe sangre rápidamente y el color dorado se extiende por la tela hasta tocarle la yema de los dedos.


Con su otra mano, teniendo especial cuidado de no tocar con la carne expuesta de sus dedos el grifo, da el agua.
Se prepara mentalmente, con la toalla aún contra su rostro y mete sus tres dedos debajo del chorro de agua, moviendo las piernas incontrolablemente nuevamente al no saber qué hacer con el dolor agudo en sus dedos.


—¡Ya pasó, joder, ya pasó!


Sus ojos están llenos de lágrimas sin derramar y cuando mira el espejo, cree que puede ver el rostro de Miguel por unos segundos, pero cuando sus lágrimas finalmente caen, es solo su reflejo devolviéndole la mirada.


—Miguel...


Susurra, su voz siendo ahogada por la toalla que le cubre hasta la boca, sintiéndose desamparado y asustado dentro del pequeño baño, necesitando sentir al arcángel de cabellos rubios a su lado, queriendo ver a todos sus seres queridos, poder sentir de cerca la presencia de Dios, desde el infierno la cálida mano del señor se sentía tan lejos.


Apartado de la presencia de su creador se sentía pequeño, como un bebé indefenso a merced de cualquier peligro, sin su poder, sin armas, solo su propio ser, sus propias manos inútiles que no pueden hacerle daño a la serpiente que reside en el castillo.


—¿Alguien puede venir por mi...?, por favor...


Mientras su mano tirita debajo del agua, su nariz sangra, sus ojos siguen lagrimeando y su espalda arde, su camiseta cuelga suelta en sus hombros, se deja caer de rodillas, estremeciéndose cuando sus dedos rozan la cerámica, su frente choca contra el borde del lavamanos.


—Ya no quiero seguir aquí...


...


Miguel tiene su mano contra el cristal, su cuerpo temblando incontrolablemente por la rabia y su mirada celeste cae sobre Dios, ferozmente mirando a su señor.


—Quiero ir por él, por favor...


El creador está tenso, diferente a las veces en las cuales estuvo lleno de ira, silencioso, pensativo, sus ojos mirando más allá de lo que Miguel puede ver.


—Espera, Miguel.


—¡Mi señor...!


Dios respira hondo, relajando sus músculos tensos, su mirada cae sobre el rubio y un dedo gentil roza el halo del más bajo.


—Hijo mío, dentro de unos días, bajarás y traerás a Adam de vuelta. Por ahora, necesito que te mantengas al margen, te llamaré cuando sea el momento.


Miguel asiente, llorando lágrimas gruesas de tristeza e ira que se deslizan por sus mejillas. Hace una reverencia profunda, y se retira, con la imagen de Adam plasmada en su mente, con una toalla ensangrentada cubriendo la mitad de su rostro, con sangre roja seca manchando su piel y su cabello, con sus ojos dorados cansados y llorosos.

But no flame burns forever || Lucifer x AdamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora