Mi cuerpo

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Como la mayoría de la noches, desde que consiguió trabajo, Dylan caminaba por las vacías y desoladas calles nocturnas de la ciudad en la que vivía. La calma era ensornecedora y relajante. Nada era mejor que el silencio, la calma y la paz después de un arduo día  de trabajo. Y como un bonus, era una noche esplendida, hermosa pero sobre todo tranquila.

Pero no duró mucho.

Nubes entrometidas, no más oscuras que el cielo nocturno se movieron con agilidad y más velocidad hasta que lograron cubrír las estrellas haciendo el trabajo de telón, pero también fueron emisarias de una posible lluvia o llovizna.

El can miro el cielo con algo de decepción puesto que no ansiaba precisamente mojar su ropa y su hogar al llegar a casa. Además, amaba las noches estrelladas.

Nada en la vida se consigue con facilidad asique decidió no darle más importancia al aspecto y la probabilidad de lluvia en el cielo, pues de todos modos lograría llegar a su hogar mojado o seco.

Estar en casa era lo primordial. Pues aunque la noche sea hermosa y muestre su mejor cara siempre esta el peligro presente. Un perverso degenerado, un desgraciado que por algo de dinero no le importaría matar, o un ebrio buscando pelea. Siempre esperando una victima en la oscuridad.

Aguardan con astucia, sonriendo desde las sombras. En cada oscuro callejón. En cada esquina. Y aveces en tu propia espalda están... siendo pacientes, ocultando sus insasiables y depravadas inteciones.

— creo que debería llamar a Marck —se dijo con tenue duda a si mismo cuando un Pastor Alemán llamó su atención con su repentina aparición que con gran corpulencia, cara de pocos amigos y presencia sospecha se recargó en una pared de la esquina que el lobo debía doblar— si. Llamaré a Marck. —afirmó ya sin dudas, pues el extraño no le daba buena espina. Al contrario solo lo hacia sentir incómodo e inseguro.

Llamar al felino era la mejor opción. Tomar otras rutas podría ser aún más peligroso,  además de que tomaría mucho tiempo llegar a casa. Y regresar al hospital no estaba en discusión, pues ya estaba a mitad de camino.

El hombre encendió un cigarrillo de sus jeans negros relajado e inhaló con lentitud para luego expulsar el humo de mal olor por la nariz, donde tenía un aro dorado. El lobo se puso nervioso al pensar que posiblemente el desconocido lo estaba esperando para hacerle alguna atrocidad.

Llamó al felino y esperó paciente los minutos. Pero no contestó.

Volvió a marcar y no contestó...Insistente, otra ves marcó...

Y otra vez nadie contestó a su llamar— ya e-es muy tarde, se-seguramente está dormido —se dijo en voz baja a si mismo con nerviosismo. Ahora su única opción era caminar y seguir su rumbo. No había más alternativas.

Sin ninguna cosa adicional por hacer, resignado, guardó su celular en el bolsillo trasero de sus jeans azules. Inhaló para tomar fuerzas e intentó seguir con su camino y destino como si nada, trarando de lucir relajado pero seguro.

Pero el miedo lo detuvo...

Sintió como el pavor se apoderó de todo él, cual títere inmóvil por sus ordenes. Se paralizó en cuanto vio como el pastor alemán escupió el cigarrillo a la calle y con las manos en su chaqueta negra se dirigió con pesados pasos amenazantes hacia el pobre lobo atemorizado.

Lo que provocó el verdadero terror de todo no era la presencia y acciones ajenas. No, para nada. El auténtico pavor sintió en todo su ser a flor de piel cuando notó que de la chaqueta el hombre sacaba un arma...

¡Lo daria todo por ti!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora