Los pasillos del castillo se le antojaron a Ágata mucho más fríos y vacíos que de costumbre, a pesar del ambiente festivo, cuando salió del despacho de la directora Sayre. Más tarde, durante la comida, apenas pudo probar bocado. Cuando se sentó con Pansy en la Sala Común para repasar el tema del Estatuto Internacional del Secreto Mágico de 1689, tampoco pudo concentrarse del todo; las palabras parecían bailar en las páginas del libro.
A pesar del profundo cariño que Ágata le tenía a la directora Buxaderas y de la lealtad que sentía hacia ella, en los últimos meses su figura de mentora había sido poco a poco reemplazada por la de la directora Sayre. La correspondencia con Buxaderas había disminuido con creces, tan solo enviándole algún mensaje aquí y allá un par de veces al mes para contarle lo practicado durante los entrenamientos. Si tenía alguna duda acerca de éstos, a la primera persona a la que iría a aquellas alturas sería a Sayre; sentía un profundo respeto hacia ella, y se había visto también muy arropada por la directora las veces que lo había necesitado, como cuando cayó de su escoba o cuando la apoyó tras el altercado durante su prueba, cuando Ágata pensó que, tal vez, cualquier otra persona podría haberla echado de la universidad por el peligro que conllevaba el que ella estudiara allí.
Y por eso la sesión de aquel día se le había antojado muchísimo más difícil y amarga, dejándola aturdida y distraída durante las horas posteriores. Desde el primer momento, el hechizo elaborado por Lesbia Sanna en su grimorio le había parecido digno de ser recogido como una maldición imperdonable, en el caso de que el hechizo fuera accesible al conocimiento y la elaboración de otros magos y brujas que, a diferencia de Ágata, necesitarían años de práctica para poder llevarlo a cabo. Si bien el hechizo no ponía a la persona objetivo en serio peligro, éste provocaba rupturas en las vías arteriales del cerebro que serían reparadas tan solo unos instantes después. Pero, a pesar de su rápida sanación, causaba un dolor inimaginable.
Lo que más había temido de practicar el hechizo en Sayre era la posibilidad de hacerlo mal y que las arterias quedaran irreparables; sin embargo, su antepasada había elaborado el hechizo, al parecer, para que aquello no llegara a suceder. Los encantamientos pertenecientes a la Magia Antigua que Ágata había practicado anteriormente con la directora Buxaderas se dividían por bloques: la primera parte del hechizo tenía una consecuencia, y la segunda otra. Como el conjuro ad manus et destruere, recogido en el grimorio de Titus Sannius Marcellus, de la primera generación de la rama mágica familiar Sanna y enterrado en lo más alto del cementerio familiar en Roma. Su grimorio había sido el primer regalo de Albus Dumbledore, quien había conseguido restaurar algunos de los conjuros allí recogidos.
Fue el primero que aprendió en lo que a la Magia Antigua respecta; la primera parte del hechizo hacía que cualquier objeto en el que uno pensase llegara a la mano de quien lo invocaba (ad manus), y la segunda parte del hechizo hacía que éste quedara irreparable (et destruere). Los Sanna no tardaron mucho en descubrir que aquel tipo de encantamientos los podían hacer sin necesidad de crear un conjuro para ello y con tan solo el poder de sus mentes. Pero, cuando Ágata lo practicó por primera vez en el despacho de la directora Buxaderas, su escaso conocimiento por aquel entonces del latín antiguo hizo que el objeto llegara a su mano, pero que éste se quedara ahí sin daño alguno al no pronunciar bien el segundo bloque del conjuro.
Por eso agradeció, en parte, la elocuencia de Lesbia para elaborar aquel hechizo de naturaleza tortuosa. Cuando Ágata se dispuso a hacerlo, levantó las manos, que estaban temblorosas, en dirección a su directora. Ésta se estremeció y chilló de dolor cuando Ágata pronunció las palabras señaladas en las páginas restauradas. Unos segundos después de que pronunciara la última palabra, consequentiae, la directora cesó sus muestras de agonía y volvió a su postura normal, sin ningún daño irreversible producido aparentemente en su cerebro. Ágata, aliviada, se atrevió a practicarlo tres veces más: paró cuando, a pesar de la insistencia de la directora, observó cómo su cuerpo comenzaba a menguar y temblar aún sin estar bajo los efectos del conjuro. Aunque hubieran comprobado que el hechizo no traía consigo efectos secundarios, sentir tal nivel de dolor de forma repetida tenía sus consecuencias.

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El Despertar de los Sanna: Los Hilos del Destino
Fanfiction¿Quien fue el primer mago? ¿Quien fue la primera bruja? El surgimiento de las personas mágicas es desconocido, pero sus inicios se remontan a una familia; los Sanna, datados en la antigua Roma. Sin embargo, la continuación de este linaje es desconoc...