Dolorosa consequentiae

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Ágata se encontraba acostada boca arriba, con los ojos fijos en un punto en el techo y jadeando como si acabara de terminar un entrenamiento de quidditch.  La pesadilla que había tenido se le había antojado muy vívida, hasta tal punto que le había parecido incluso real.

Se incorporó en su cama y buscó con la mano a tientas el botón que encendía su lámpara de la mesita de noche. Al encenderla, el dormitorio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por la leve luz brumosa anaranjada del flexo de gas.

Estaba en su cuarto en la torre de Osadía de Slytherin. Se lo tuvo que recordar durante un rato hasta que se lo creyó. Poco a poco recordó la tarde anterior, la clase de Duelo Físico y su altercado con un estudiante de Osadía de Hufflepuff, además de la paliza que le había dado Vasile durante las demostraciones de combate cuerpo a cuerpo por parte de los de tercer curso. Sacó las piernas de la cama y se enfundó en sus pantuflas, levantándose. Se dirigió al baño.

Desde que la pesadilla sobre la noche del incidente con las gemelas Vannucci había vuelto después de que recobrara la conciencia en el hospital simulado, ésta había vuelto puntual cada noche para atormentarla de nuevo. Apenas había dormido unas horas cuando la pesadilla la desveló.

Salió de su habitación con la idea en mente de echarse un poco de agua en la nuca para calmar los sudores fríos que le recorrían el largo de la espalda. Las gemelas habían sido poseídas por Voldemort, como más tarde descubriría por la confirmación del mismísimo, con el único pretexto de provocar a Ágata y que ésta le mostrara lo que de verdad era capaz de hacer, confirmando así sus sospechas de que era realmente ella la descendiente de los Sanna. Además, también le demostró a la muchacha lo fácil que era llegar a su hermana, que había sido también torturada por las gemelas, quienes se encontraban en aquellos momentos bajo los efectos de la maldición Imperius. Voldemort había querido asustarla, y aquella noche lo había conseguido con creces.

Justo cuando se disponía a girar silenciosamente el pomo de la puerta del cuarto de baño con cuidado de no despertar a su compañera de habitación Penelope, unos leves golpecitos provenientes de la puerta del vestíbulo la hizo detenerse con la mano en el aire, interrumpida en su cometido. El corazón se le comenzó a acelerar vertiginosamente, y las manos se le helaron. Sin saber muy bien a qué temía, se maldijo por no haber llevado con ella su varita. Solía asegurar la puerta de su habitación con un encantamiento y, aunque cuando lo hacía desde la intimidad de su cuarto lo hacía sin ella, solía salir de su habitación con la varita siempre en la mano por si Penelope la veía abrir la puerta tan solo con la mirada. Aunque bueno, si tenía que defenderse y nadie la veía más que su compañera, tal vez no la reñirían por hacerlo con tan solo la mente y siempre y cuando se asegurara de modificarle la memoria.

Aunque Voldemort había sido derrotado por Harry Potter y ya no estaba, durante los últimos casi tres años había estado en una alerta constante que ni la derrota del Señor Oscuro había logrado apaciguar. Temía a cada momento del día que alguien fuera a por ella o a por su hermana pequeña María con el fin de torturarlas o aprovecharse de ellas. Cada pocos días escribía a su hermana para asegurarse de su bienestar y, aunque ésta no había dado ninguna señal de peligro y se encontraba a gusto en su día a día en Ispanya, la intranquilidad no parecía abandonar su cuerpo.

Se aproximó a la puerta con paso cauteloso tratando de agudizar el oído. No sabía que hora sería, aunque a juzgar por la total oscuridad que había visto a través de la ventana de su cuarto, debía ser bien entrada la madrugada. No escuchó ni un sonido más procedente del otro lado de la puerta. Pensó, esperanzada, que tal vez aquellos golpes no eran más que un fruto de su imaginación.

El Despertar de los Sanna: Los Hilos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora