La Asignación

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A pesar de que Ágata no sentía la necesidad de visitar la enfermería, la directora Sayre parecía tener otros planes. Con una determinación que no admitía réplica, la directora la guió hasta un cubículo aislado, solicitando privacidad a la enfermera que se acercó con intenciones de ayudar.

Sentada en la camilla, Ágata luchaba contra el mareo que la embargaba. La directora Sayre la observaba en silencio, con una mirada distante que parecía penetrarla para perderse más allá de las paredes de la enfermería improvisada. Tras un silencio que se extendió como una eternidad, la directora rompió el hielo con una pregunta susurrada que reflejaba preocupación más que autoridad:

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

La pregunta tomó a Ágata por sorpresa. Esperaba una reprimenda, no una muestra de preocupación. Entre sollozos, compartió su experiencia en el despacho de la directora Buxaderas, las hermanas Vannucci, el cuerpo sin vida de su hermana, el juicio... Pero, sin saber muy bien por qué, no le dijo nada del espejo ni de Mattheo. Le daba vergüenza admitir que, desde que se lo había dado Dumbledore, lo había comprobado cada día, esperando que el chico estuviera bien.

—¿Y en cuál has conjurado el encantamiento aturdidor?

A Ágata se le heló la sangre. ¿Era por eso que Reginus estaba en el suelo? ¿Era por eso que todos la miraban como si fuese un monstruo de tres cabezas? ¿Era por eso por lo que...

—Directora, ¿dónde está la señora Jones?

—Está bien —se apresuró a aclarar. Ágata se había levantado tan rápido que se había mareado, y la directora Sayre tuvo que cogerla por los codos y obligarle a sentarse de nuevo en la camilla para que no se cayera—. Le ha dado tu encantamiento. Ha salido de tus manos. Unos agentes han tenido que llevársela. Pero es un encantamiento aturdidor, Ágata. No es para tanto; está siendo atendida, no hay de que preocuparse.

—Dios mío...

¿Cómo había pasado? Su mayor miedo había sido el no poder contenerse a utilizar la Oclumancia, a desistir de la prueba, a finalizar antes de tiempo y no dejar a los agentes entrar... ¿Cómo podía haber traspasado el hechizo y haber evocado su magia estando su mente ocupada no por uno, sino por dos magos? No podía ser... Comenzó a llorar. Todas las decisiones tomadas bajo la vivencia de la Legeremancia debían permanecer en la cabeza, fruto de la imaginación...

—Ésta no es una prueba fácil. Saca lo peor de cada uno de nosotros —dijo la directora Sayre entregándole un pañuelo de tela—. Al profesor Reginus le ha costado mucho también traspasar la barrera de tu mente. Eres dura de sesera, lo que ha hecho que tu prueba se extendiera bastante. Y eso es lo único que cualquiera que pregunte debe saber. Lo que has visto es un recuerdo de la escuela cuando un alumno mayor trató de lanzarle un hechizo a tu hermana pequeña para asustarla. Y claro, tú no podías dejar que alguien le hiciera eso. Y la defendiste.

Con la vista clavada en el pañuelo que ahora sostenía y las lágrimas cayéndole por las mejillas, Ágata levantó la mirada hacia la directora Sayre, quien había recuperado su expresión de firmeza.

—Te quedarás en el hospital hasta mañana —levantó una mano haciendo callar a Ágata, que había empezado a quejarse—. Nada de visitas. Tienes que descansar. Mañana es la Ceremonia de Asignación a la Facción. Te veré en mi despacho el lunes a las siete, en vez de el domingo. Ahora tengo que irme... tengo lío con la correspondencia...

Muy a su pesar, Ágata hizo lo que la directora Sayre le había pedido. Sin rechistar, fue llevada en camilla por un túnel subterráneo hasta el hospital. Antes de ser llevada por un grupo de tres enfermeros, una de las enfermeras le dio un calmante tras comprobar que su tensión estaba por las nubes.

El Despertar de los Sanna: Los Hilos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora