Laura Carrow

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—Traidora —gruñó Ágata, incorporándose con un movimiento brusco y apuntando a Miracle con la palma de la mano.

Sus amigos hicieron lo mismo, pero con sus varitas. Pansy y Draco miraron de reojo a Ágata, pero se mantuvieron firmes y con la mirada al frente. Miracle cruzó la puerta de la verja y salió con calma mientras los dos mortífagos les apuntaban de vuelta con sus propias varitas tras ella. Se pararon en el centro de la sala junto a un pentagrama dibujado con tiza blanca en el suelo rocoso de la habitación; tanto ella como sus amigos habían entrado tan apurados al ver a Mattheo en aquellas condiciones que ni siquiera habían reparado en el trazado. Había varios símbolos dibujados al rededor de las líneas del círculo: más runas antiguas. Pero esta vez no eran números, sino palabras. Ágata las miró extrañada por un momento. Había una en cada punta: la de la palabra "Algiz" (ᛉ), que representaba la protección; "Isa" (ᛁ), la runa del hielo y la quietud; "Nauthiz" (ᚾ), que simbolizaba la necesidad y el deseo de superar los obstáculos; "Raidho" (ᚱ), que era la runa del viaje y el destino; y, finalmente, en la punta más alta, "Eihwaz" (ᛇ): la runa de la muerte y la oscuridad.

—Podría decirte lo mismo —dijo Miracle con una sonrisa torcida—. Estaba empezando a pensar que no vendrías.

Ágata levantó la vista del pentagrama y miró a Miracle.

—Pues aquí me tienes. Ya puedes dejar que Mattheo se vaya.

—Mmm —Miracle se dio unos toquecitos sarcásticos en la barbilla, como si se estuviera planteando seriamente aquella posibilidad—. Verás, creo que eso no será posible. No encaja del todo con mi plan...

¡Muffliato! —gritó de repente Theo.

Miracle dejó caer su varita al suelo, que había estado agarrando sin mucha preocupación en uno de sus costados, y se tapó los oídos con las manos. El hechizo muffliato, que era normalmente usado para crear un zumbido en los oídos para evitar que otros escucharan una conversación, podía llegar a causar dolor de cabeza y mareo en el objetivo si se realizaba con la suficiente fuerza. Ágata miró orgullosa a Theo y Pansy y Draco empuñaron sus varitas con aún más fuerza por si los mortífagos atacaban.

Pero no lo hicieron. Tan solo se limitaron a reírse. Ágata los miró extrañada, hasta que escuchó los alaridos de dolor de Mattheo.

Cuando se giró hacia él, sus manos se retorcían, buscando el contacto de éstas con sus propios oídos pero fracasando en el intento por las cuerdas que lo inmovilizaban. Ágata lo miró horrorizada.

—¡Theo, para! —le gritó a su amigo—. ¡Todo lo que le hagas a Miracle también afectará a Mattheo! ¡Ha usado el hechizo geminus!

Aquel era un conjuro que sólo los magos que sabían de Magia Antigua podían realizar. Provocaba la unión sensorial de dos personas: de esa manera, todo lo que se le hacía a uno, ya fuese bueno o malo, lo sentiría también el otro.

Theo bajó su varita y miró sin entender muy bien a su alrededor: Miracle dejó de gemir y Mattheo cerró los ojos por un momento. Entonces, aprovechando el momento de sorpresa y confusión del grupo de jóvenes, su profesora recogió de nuevo su varita del suelo y desarmó rápidamente a Theo mientras los otros mortífagos hacían lo mismo con Pansy y Draco.

—Muy hábil, Ágata —le dijo Miracle divertida—. No os recomiendo que volváis a hacer algo así, muchachos: podríais hacerle daño a vuestro amigo.

Ágata pensó que su voz no sonaba como de costumbre. Seguía sin concordar con su cuerpo, pero era más agradable a la escucha. Frunció el ceño.

—¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué no dejas que se marchen? Ya me tienes a mí. Puedes hacer lo que quieras conmigo, pero no hay necesidad de retenerlos a ellos.

El Despertar de los Sanna: Los Hilos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora