La cara del engaño

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Mattheo, Ágata, Theo, Harry, Ron y Hermione tuvieron prácticamente que nadar contracorriente de la masa de estudiantes que salía a curiosear a los terrenos. Enzo había acompañado a Clara al hospital a hacer Merlín sabía que. Mattheo sentía que estaba dentro de un sueño.

Tenía la vista nublada y el corazón le palpitaba tan fuerte en los oídos que escuchaba todos los sonidos a su alrededor como procedentes de muy lejos. La Marca Tenebrosa había aparecido en el cielo. Y eso era imposible. Su padre estaba muerto.

Antes de que él, Theo y Ágata (que prácticamente reptó por el dolor que le producía el colgante) terminaran de subir el tramo de escaleras que los separaban de Harry y sus amigos, se cruzaron con el profesor Reginus (que llevaba una bata de color azul y plata con bordados elegantes sobre una camisa de dormir blanquísima). Con la varita al cuello para ampliar su voz, gritaba:

    —¡LOS ESTUDIANTES QUE SE DISPONGAN A SALIR DEL CASTILLO, DETENEOS! ¡VOLVED TODOS A VUESTRAS SALAS COMUNES Y ESPERAD A QUE LOS PREFECTOS OS DEN INSTRUCCIONES!

Pero nadie le hizo caso. Muchos de los otros profesores también estaban allí, envueltos en sus batas de noche, tratando en vano de poner orden. Los que aún no se habían enterado del todo de lo que había pasado salían por la puerta principal para ver aquel escabroso espectáculo. Se cruzaban con aquellos que volvían a la seguridad del castillo entre gritos de terror. Cuando los tres llegaron junto a Harry y el resto, no cruzaron ninguna palabra: simplemente caminaron en la misma dirección y Mattheo los siguió.

A diferencia del vestíbulo, los corredores estaban completamente vacíos. Ágata tuvo que pararse varias veces en su recorrido para apoyarse en la pared:

    —¿Qué te pasa? —le preguntó un jadeante Harry, preocupado.

    —Es el maldito colgante. Se me ha incrustado en el pecho... —respondió ella.

Varias gotas de sudor le resbalaban por la cara y la frente, y estaba tan pálida que sus labios tenían el mismo tono blanquecino que el resto de su piel. Cuando Ágata se abrió ligeramente la chaqueta del uniforme para mostrarle a Harry, Ron y Hermione lo que Mattheo había visto con sus propios ojos cuando ésta se lo había enseñado también a Clara Gracián, observó con horror como la piel de la zona de alrededor de los alambres que habían salido de la piedra y que se habían clavado en su pecho se había ennegrecido.

    —¡Dios mío! —exclamó Hermione con los ojos abiertos de par en par—. ¿Qué ha pasado?

    —Ni idea —contestó Ágata reanudando su marcha con algo de dificultad—. Ha aparecido la Marca Tenebrosa y entonces ha empezado a dolerme justo ahí...

Mattheo los seguía sin decir nada y sin saber del todo a donde estaban yendo. Todos parecían de alguna manera representar su papel a la perfección, mientras que él no sabía siquiera el nombre de la obra. No sabía ni lo que estaba haciendo: les había seguido por pura inercia. Al cabo de unos minutos danto tumbos por los corredores del castillo llegaron a una estatua de piedra de lo que parecía ser un Snallygaster que enseñaba amenazadoramente las fauces.

   —¡Gominolas de Trueno! —le chilló Ágata a la escultura.

Como por arte de magia, la estatua cobró vida y se apartó hacia un lado, y la pared que tenía detrás se abrió dejando ver una escalera de piedra que se movía continuamente hacia arriba, como una escalera mecánica de caracol. Antes de que Ágata pusiera un pie en el primer escalón, se giró hacia Mattheo y Theo:

   —Será mejor que esperéis aquí.

No miró a Mattheo, sino a Theo. Se sintió aliviado cuando comprobó que éste parecía igual de perdido que él. Theo asintió y le agarró del brazo mientras Ágata volvía a girarse:

El Despertar de los Sanna: Los Hilos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora