Secretos al descubierto

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El frío gélido del invierno inglés azotó el rostro de Ágata mientras surcaba el Valle de Ottery St. Catchpole. Incluso a la velocidad a la que iba pudo apreciar las colinas onduladas y los prados bordeados por cercas de madera y setos frondosos que delimitaban los campos de cultivo y pastoreo, cubiertos enteramente por una capa de nieve que parecía estar derritiéndose con la entrada de la primavera. Siguió el curso del río Ottery, enfriado con una fina capa de hielo, en dirección norte. Los robles y abedules se alzaban majestuosos a lo largo de las orillas, reluciendo con una deslumbrante blancura.

A medida que se adentraba en el valle, los pastos y las campiñas fueron descendiendo en número. A lo lejos divisó una propiedad de proporciones grandiosas rodeada de una altísima valla de rejas oscuras y puntiagudas y la soledad de unos extensos campos que estaban completamente vacíos.

Comenzó a descender hacia la que supuso que sería la entrada principal del vallado. Las torres y los almenares se alzaban ante ella como guardianes silenciosos. Se deslizó hacia abajo, dejando que la gravedad la guiara, y aterrizó sobre un suelo de gravilla que, a diferencia del resto del condado de Wiltshire, no estaba cubierto por la nieve (probablemente gracias a un encantamiento: esa era la única casa de magos en varios kilómetros a la redonda). Avanzó hacia la puerta de la verja mientras los últimos resquicios de humo plateado de su vuelo sin escoba se dispersaban alrededor de ella. A medida que se acercaba, el aire se volvía más denso, como si estuviera impregnado de un aura oscura. La bruma matutina se arremolinaba alrededor de las altas columnas de la entrada como si la misma mansión exhalara un suspiro siniestro.

A lo lejos vislumbró una figura oscura que se acercaba a la valla desde dentro de los propios límites. Con paso cauteloso Ágata se acercó también, y poco a poco pudo distinguir los rasgos afilados y la mirada penetrante de quien la aguardaba.

Una mujer de mediana edad se erguía como un espectro de la noche, con cabellos oscuros que ondeaban al viento y unos ojos que centelleaban con una intensidad que le envió escalofríos por toda la espalda. Su figura delgada y esbelta estaba envuelta en túnicas negras, y su sonrisa era tan afilada como la hoja de una daga.

    —Ágata —dijo la mujer con voz serpentina, dejando entrever una hilera de dientes torcidos y amarillentos—. Bienvenida a la Mansión de los Malfoy.

Sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo al escuchar su propio nombre pronunciado por los labios de la infame mortífaga. Tan solo la respondió con una inclinación de cabeza.

Después de que Bellatrix Lestrange abriera por arte de magia la valla, la siguió por entre los descuidados jardines hasta la puerta principal. No había esperado que entrar en la propiedad fuera tan fácil: había llegado a plantearse que la registrarían buscando algún tipo de arma secreta o la posibilidad de que fuera otra persona que hubiera tomado la poción multijugos. Fuese como fuese, con un movimiento de su varita, Lestrange abrió la puerta de la mansión de par en par, revelando su interior. Había visto a aquella mujer antes en la mismísima portada de La Gaceta Encantada, el periódico para magos y brujas español, pero estar en su presencia era mucho peor que verla en una fotografía. Cuando entraron en la mansión, Ágata se vio envuelta por una atmósfera opulenta y sombría. Varios tapices oscuros cubrían las paredes, mientras que candelabros antiguos iluminaban el camino con una luz titilante y fantasmagórica.

Dentro del caserón hacía incluso más frío que fuera. Tuvo que apresurar sus pasos mientras seguía a la mortífaga por un sombrío pasillo. Se detuvieron en seco cuando llegaron a una enorme puerta doble de roble oscuro.

    —El Señor Tenebroso te espera.

Su tono de voz le habría helado la sangre a cualquiera. Mientras Bellatrix la observaba fijamente y con lo que a Ágata le pareció una expresión de locura en el rostro, no esperó a que abriera la puerta por ella: simplemente la miró y, como si se lo pidiera a un humano, le susurró en su mente al zaguán que se abriera. Escuchó que Bellatrix exhalaba un suspiro de sorpresa cuando lo hizo sin necesidad de su varita o de pronunciar el hechizo "alohomora".

El Despertar de los Sanna: Los Hilos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora