Capítulo 69

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Mónica no contesta y su mirada se pierde en algun punto de la habitación. Adamaris sonríe convencida de que a logrado sembrar la semilla de la duda y quién quita de la valentía al escondido amor para aflorar antiguos sentimientos.

—¿Vamos a cenar? —propone ahogando un suspiro.

—No yo... Yo no tengo hambre.

—Vale, te creeré —gesticula sonriente. —pero piensa en lo que hablamos, ¿Vale? Yo voy a cenar.

—Yo también puedo decir lo mismo —repite, antes de que su amiga salga del cuarto.

Adamaris ignora su comentario y se reúne a la mesa. Lo cierto era que su conversación coló hondo en la mente de ambas, pero solo una llegó a reflexionar sobre sus verdaderos sentimientos y la manera más honesta de afrontarlo para alcanzar la felicidad.

Y esta vez no podía ni quería dar marcha atrás.

—¡Oh! ¿Van algun lugar? —les pregunta, intercambiando miradas de un hermano a otro.

—Si, vamos a almorzar al restaurante de la esquina, ¿Quieres venir con nosotros? —propone Adamaris.

—Si no les molesta —responde tratando de esconder su nerviosismo.

—Para nada, ¿Verdad hermano?.

Alan niega y los tres avanzan hacia la salida del establecimiento, a esa hora la tienda se encontraba casi vacío, por lo que decidieron salir por la puerta principal.

—¿Ya van a almorzar? —les pregunta María, interceptándolos.

—Así es, vamos a ir al restaurante de la esquina —responde Adamaris.

—Bueno, me traen una nieve.

—Esta bien.

La morena sonríe y se aleja, pero Alan va detrás de ella dejando solo unos pasos atrás a sus acompañantes.

—Por cierto, tenemos una conversación pendiente —le recuerda Alan.

María sonríe y asiente. Sin embargo, antes de que alguno de los presentes diese algún paso, un ruido ensordecedor acapara la atención.  Lo siguiente que presencian es el cuerpo de Adamaris cayendo estrepitosamente al suelo y el grito lastimero de Mónica los pone en alerta.

Sobre la rubia, el cuerpo de Daniela yacía impidiendo su movilidad mientras sus dedos atrapan el cabello de la rubia, agitando su cabeza de arriba abajo cegada por la rabia y de su boca profana insulto que llegan a los oidos de los no presente, provocando que los pocos clientes del lugar se muevan alrededor de ellas. 

—¡Desgraciada! ¡Te dije que te alejaras de mi marido, te lo advertí! ¡Zorra, infeliz!  ¡Maldita roba maridos! ¡Desgraciada! ¡Pero yo te voy a volver a recordar mis palabras! ¡Puta! ¡Infeliz! ¡Te voy a matar!.

—¡Suéltame! ¡Ayuda, sáquenla! ¡Me esta asfixiando!

—¡Ey, suéltala!

Alan fue el primero en reaccionar abriendo paso sobre los presentes llega en donde se encuentran  las mujeres para tratar de separarlas, pero lo único que consigue es levantar a la delgada mujer puesto que sus manos se encuentran fuertemente arraigados al cuero cabelludo de Mónica. Dejando medio el cuerpo de la rubia suspendido en el aire. Ésta gime de dolor ya que en la posición en la que se encuentra su cuerpo cabelludo se estira provocándole dolor. Sin embargo, la mujer no esta dispuesta a soltarla por lo que tratar inútilmente de agitar su cuerpo para ser liberada.

—¡Suéltame! ¡Ésta maldita se lo merece! ¡Por roba maridos! ¡Desgraciada! ¡Te voy a matar! ¡Perra!.

—¡Quieta! ¡Llamen a seguridad! —pide Alan, sacando a los presentes de su estupor. María corre a socorrer a la castaña, que todavía se encontraba tirada en suelo. —¡Impidan que alguien más entre! —ordena con voz cansada debido a fuerza que representa tratar de controlar los ataques de la mujer.

Los Cambios En El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora