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Seguía pareciendo que todo iba mejor a cada instante que pasaba. Los días con su dulce y encantadora esposa los estaba disfrutando al máximo, aún si eso implicaba que el embarazo los dejara sin dormir, valía la pena.

Cada capricho de Diane, Harlequin se lo cumplía. Como pidiendo helado de chocolate o de vainilla por las mañanas, hasta en las noches pidiendo una pizza mediana de pepperoni. El castaño no dudaba ni un segundo en ir por los pedidos de Diane.

—King… —susurró Diane, en medio de la fría noche, casi las doce, pero su estómago comenzó a reclamar por comida. Diane quería despertarlo, pero tampoco quería molestarlo tanto, suficiente tenía con todos su antojos anteriores y apenas tenían ese día para descansar. Aunque odiaba quedarse con el hambre, Diane no deseaba perturbar el sueño de su esposo.

—¿Mhm? —murmuró el castaño, abriendo apenas un ojo en dirección a la de orbes amatistas. Diane se arrepintió al instante, pero terminó suspirando y entre susurros le respondió:

—Tengo hambre y, ah…el bebé tiene antojo de dumplings…

Apenas acababa de decir aquello. King ya se había parado de la cama listo y más que dispuesto a cumplirle su antojo.

Acarició los cabellos marrones con cuidado y amor, provocando que el pecho de su esposa se sintiera hinchado de una sensación esponjosa que terminó por invadirla.

—Lo siento, es tu único día de descanso y… —la caricia se detuvo en la mejilla de la fémina, King le regaló una sonrisa y besó sus labios.

—Sabes que no me molesta. Cualquier cosa que me pidas te la cumpliré. Estate tranquila, ¿si? —respondió después de romper el beso  y darle una última sonrisa reconfortable.

¿Se podría sentir más enamorada de su esposo ahora mismo? Por supuesto que sí.

Diane nada más pudo asentir y terminó esperando el regreso de King. Fue a levantarse un momento de la cama para bajar a la sala con cuidado en lo que espera a su esposo. Había tomado un suéter largo para cubrirse del frío que comenzó a hacer en la casa y procedió a esperarlo sentada en el sofá de la sala.

Veinte minutos más tarde, el sonido de la puerta principal abriéndose había indicado que King estaba de vuelta, y con emoción Diane se levantó hasta llegar con él.

—Aquí tienes, recién calientes.

Diane sonrió como una niña emocionada y casi le arrebató la comida para irse al comedor, King, divertido, la siguió por detrás para sentarse frente a ella. La palma de su mano derecha fue a parar a su propia mejilla viendo comer a su esposa con total adoración.

Era tan fascinante verla hacer cualquier cosa, y disfrutaba la preciosa vista de los amatistas brillando.

Rezaba porque estos días de felicidad y tranquilidad perduraran por mucho tiempo más.

(...)

Los días siguientes fueron igual de normales, tranquilos y con uno que otro antojo de parte de Diane. Aunque, a veces, King no podía dormir cuando su esposa presentaba náuseas y vómitos, que sabía era normal, no podía evitar sentir preocupación.

Un día, cuando estaba todo más calmado y ambos estaban viendo la televisión, Diane tuvo una especie de “revelación”, como a ella le gustaba decirle a sus ideas de un momento a otro.

—Amor… —la castaña acarició el hombro de su marido para llamar su atención mientras sus ojitos de borrego se centraban en los de color ámbar que la veían junto a una ceja alzada. —¿Y si salimos a caminar un rato? Me aburre estar mucho tiempo en casa.

Matrimonio [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora