Capítulo 27

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Siempre le he tenido miedo a las agujas, bueno, no siempre. Creo que este miedo nació cuando yo estaba en el primer año de primaria y un par de enfermeras fueron a la escuela a enseñarnos lo importantes que eran las vacunas y luego, como premio, nos llevaron a la enfermería y uno a uno iban pinchando nuestros pequeños y asustados brazos. Debido a mi apellido fui uno de los últimos, me había tocado ver a casi treinta niños salir llorando y abrazando su brazo... realmente no quería entrar ahí. Pero entré porque no quería parecer un gallina. Las enfermeras eran amables, pero la aguja no lo fue. La sensación fue terrible y aun cuando me pusieron la curita y me enviaron de regreso con el grupo, el dolor seguía. Esa noche, en casa, experimenté una de las fiebres más terribles que alguna vez tuve, mi madre corrió a urgencias con mi pequeño y convulsionante cuerpo. Después de eso estuve una semana con suero y un millar de cosas inyectadas a mis brazos... no recuerdo de qué iba todo, pero sí recuerdo que fue la peor semana de mi vida. Y desde entonces nunca más quise ver una aguja.

Pero hace tres días, tuve que hacer una excepción cuando los exámenes de rigor fueron tomados. Con completo terror vi como prácticamente toda mi sangre era tomada de mis brazos, con una diminuta aguja, con la intención de ver qué tan compatible soy con Frank, que tan sano estoy y otras cosas que no recuerdo. El asunto es que si los exámenes salen positivos, mañana mismo realizarán la operación.

Supongo que debo decir cómo llegamos aquí, o donde demonios estamos.

Si debo poner un orden, diría que todo esto comenzó después de aquella esclarecedora charla con mi hermano menor. Para mí, no para él. Pude ver el terror en su rostro cuando mencioné que mi decisión estaba hecha, y en cuanto fue el turno de hablar con los médicos con respecto al diagnóstico de Frank, ofrecí mi corazón. Tal y como imaginaba, era culpa de su Cardiomiopatía. El bypass que años atrás le habían implantado por alguna razón había dejado de funcionar y el cansado corazón de Frank simplemente no podía lograrlo por sí mismo. A estas alturas, y con la densidad de las paredes de su actual corazón era imposible volver a implantarle otro bypass y de intentarlo, estaríamos en los quirófanos en cuestión de meses. La única respuesta era un trasplante.

Para mi sorpresa, ninguno de los doctores cuestionó mis capacidades mentales cuando di la idea, y sólo comentaron que en el hospital de Camden era imposible realizar el procedimiento, que debía buscar otro, y con prisa.

Y lo hice.

Esa misma noche me fui a casa a buscar en internet, encontré muchos hospitales, pero sólo algunos llenaron mis expectativas. Uno de ellos estaba en Cleveland, el otro en Nueva York. Por cercanía y confianza escogí el segundo. Se trataba del Hospital Presbiteriano de la Universidad de Columbia y Cornell, según internet, especialistas en procedimientos cardiacos. Y también con un excelente ranking de supervivencia y seguridad.

Dos días después una ambulancia del hospital de Nueva York llegó a Camden. Frank estaba en un coma inducido para ése entonces así que no hubo contratiempos en el traslado, aunque han escogido no despertarlo por lo menos hasta después de la operación. Lo cual me trae con un enorme nudo en la garganta porque... realmente quiero despedirme de él antes del trasplante.

* * *

— Están listos los resultados de los exámenes —dice una bonita enfermera.

Alzo la mirada y parpadeo un par de veces, sin saber cuánto tiempo he estado mirando el dormido cuerpo de mi hijo. Asiento un par de veces entonces y me pongo de pie, caminando torpemente hacia ella. La veo cerrar la puerta a sus espaldas y me extiende un manojo de hojas que en un primer momento parecen vacías para mí. Pero conforme voy viendo diferencio tablas de porcentajes, un montón de valores numéricos y cuanta mierda más, cosas que no significan absolutamente nada para mí.

our blood • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora