Capítulo 7

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Es increíble cómo funciona la vida, con esos golpes de realidad que te sacan de momentos soñados para lanzarte desnudo y descalzo a… la vida. La vida real. Quizás no estoy desnudo y descalzo, pero si estoy entumido y cansado. Y bueno, la vida se puede traducir  a la sala de estar del hospital. Después de cuatro horas de espera sigo aquí… esperando respuestas que me son negadas.

Mientras entierro los dedos en mis rodillas y me balanceo sobre mí mismo, golpeando la espalda contra la pared, comienzo a recordar. Cuando llegué al hospital, con Frank inconsciente entre mis brazos, ellos me lo quitaron para dejarlo sobre una camilla y entonces comenzaron a correr y gritar. El corazón de Frank se había detenido, y yo no lo había notado… su respiración era casi inexistente y la enfermera que me pidió sus datos dijo que… no sabía si cuando él despertara seguiría siendo él. Pero yo sé que sí, yo sé que él es fuerte, yo sé que él va a lograrlo.

Y eso cuatro horas atrás, cuatro o horas y siete minutos, para ser exactos.

Llevo las manos a cubrir mi rostro, intentando ahogar mi ansiedad de esa forma pero es virtualmente imposible. No puedo dejar de visualizar sus labios pálidos, su piel todavía más pálida o el cómo sus ojos me miraban sin ver. Pudo haber muerto… ¿Y por qué?

¿Asma?

¿Cansancio?

¿Qué?

Mi mente intenta recapitular, trayendo de regreso la carta de Lindsey pero ahí no hay datos… algo me dice que podría ser una enfermedad hereditaria. ¿Pero cuál? Y entonces el pesar regresa… después de un mes y medio viviendo juntos me doy cuenta de que realmente no lo conozco. Es mi hijo, pero no sé prácticamente nada de él. No sé nada de mi hijo.

¿Qué tan horrible es eso?

— Bebe algo de café, toma.

Una voz familiar con un aroma todavía más familiar llega a mí. Froto mis ojos y alzo la mirada, veo a Michael, tan delgado como siempre mirándome desde arriba, con dos vasos de cartón en sus manos. Toma asiento junto a mí, sobre el piso y me extiende un vaso. Lo tomo entre mis manos y de inmediato su embriagador calor comienza a tranquilizarme. Y sólo entonces recuerdo que hace una o dos horas lo llamé, pidiéndole algo de apoyo ahí.

— ¿Cómo está? —pregunta él. Me encojo de hombros como respuesta.

— Ni siquiera sé si sigue vivo… —murmuro con la mirada perdida en el líquido oscuro.

— Gerard, eres el peor papá del mundo. ¿Sabías?

Alzo la mirada hacia él, incómodo, descolocado. Sin saber cómo es que se las arregla para bromear así en un momento tal y una sonrisa completamente falsa aparece en mis labios, curvándolos grotescamente hacia arriba antes de animarme a beber un sorbo de café. Resoplando por entre los dientes.

— No sé qué tiene… nunca antes lo había visto tan mal como lo vi hoy en el supermercado… me pilló por sorpresa —digo encogiéndome levemente de hombros, él hace una mueca y alza la mirada. Vuelve a mirarme y con su barbilla apunta hacia la puerta, sólo entonces noto a la enfermera de antes haciéndome gestos con la mano.

Sin esperar nada me pongo de pie y corro hacia ella, intentando descifrar la imperturbable mueca en su rostro.

— Lo estabilizamos —dice en cuanto llego a su lado—, pero necesito a un responsable legal para que firme estas formas. ¿Están aquí sus padres?

— Eh… yo soy su papá. El biológico —murmuro mordiendo mi labio inferior—. Yo firmaré, ¿está bien?

La mujer me observa extrañada más no dice nada, al extenderme los formularios y comenzar a leerlos descubro que se tratan de permisos para intervenirlo quirúrgicamente. Enarco una ceja hacia ella, realmente sorprendido y entonces ella, casi igual de sorprendida murmura:

our blood • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora