Extra 3 | Después

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No sé por qué escribí esto.



Frank sonrió cuando la distintiva lápida de su padre apareció ante sus ojos. Resaltaba por sobre todas porque el mármol había sido pintado de un azul cielo y siempre estaba rodeada de flores y veletas de papel que él y su pequeña hija solían hacer para él, siempre en los colores favoritos de Gerard. Para Frank era extraño, aún después de diez años, visitar a su padre. Los primeros años iba prácticamente todos los días y lloraba hasta que se cansaba, pero con el paso del tiempo las visitas se habían ido apartando y el llanto se había disipado. Le gustaba visitar el cementerio para hablar con él, pero sabía también que él hace mucho había abandonado ese lugar. Ya no había nadie ahí.

— ¡Hay flores nuevas, papi!

La niña de cuatro años y ocho meses había exclamado al llegar a la tumba de Gerard. Sus pequeños dedos acariciaban con particular delicadeza los suaves pétalos de una rosa bastante fresca. Eso era extraño también. Sabía que él no era el único que lloraba la muerte de Gerard, pero siempre que iba encontraba flores nuevas, e incluso varias veces había encontrado cigarrillos o esos dulces de menta que a él tanto le gustaban. Le provocaba una infinita curiosidad saber quién dejaba todo eso ahí, pero al parecer era una duda que conservaría por siempre.

— Pero las que escogiste tú son más bonitas —sonrió Frank, recibiendo una amplia sonrisa de parte de su hija. Era curioso ver como la niña había heredado los ojos de Gerard, pero absolutamente todo lo demás de Jamia, su madre y pareja de Frank. Incluso los sucesos en torno a Jamia eran curiosos... él mismo se había declarado homosexual cuando era un adolescente, pero después de lo sucedido con su padrastro y el amor hacia su propio padre, había terminado por desencantarse del amor casi por completo, o eso creía. El pobre Matt había insistido durante toda su vida universitaria, pero cuando Frank conoció a Jamia no pudo seguir peleando. Se conocieron en las ayudantías que Frank, ya de último año en la carrera de Psicología ofrecía a los de primer y segundo año. Jamia no se parecía a nadie que alguna vez hubiese conocido y eso la hacía ser totalmente especial. Cuando veía sus ojos no asociaba malos recuerdos... era algo totalmente nuevo, algo así como un comienzo totalmente fresco. Una oportunidad para intentarlo nuevamente, y la tomó. Su noviazgo se mantuvo incluso cuando, dos años después de comenzar a salir, nació la pequeña Amanda. Recibieron ayuda de los abuelos de Frank para cuidar a la niña mientras él terminaba sus prácticas y Jamia terminaba la universidad, y fue a Mikey, su tío, a quién le ofreció ser el padrino de la pequeña.

Y cuando pensaba en eso se sentía culpable. Sus abuelos habían aprendido a ser felices nuevamente, también Mikey, aunque era claro que él nunca se recuperaría de la enorme pérdida... y él, era claro que seguía soñando con él, que recordaba su voz y su rostro como si lo hubiese visto hace cinco minutos, pero su corazón se sentía libre... no había tristeza en él, sólo gratitud hacia su padre y un intenso amor que siempre sería de él. Amaba a Jamia, pero no era la misma clase de amor.

— ¿Quieres decirle algo al abuelo? —dijo Frank, tomando lugar sobre el césped junto a su pequeña hija. La niña sonrió y asintió varias veces antes de, con su voz infantil, comenzar a relatar sucesos sobre la más reciente Navidad junto a los abuelos y las guerras de nieve que casi a diario mantenía con mamá y papá, aunque siempre era ella quien ganaba.

Estaba concentrado escuchando a su hija, tanto que no notó la presencia que junto a ellos se sumó. Fue sólo cuando la niña terminó de hablar que la persona avanzó un par de pasos y doblándose sobre sí mismo dejó un ramo de rosas rojas sobre la lápida de Gerard. Frank se giró, pero era fácil adivinar quién era.

— Hola, Frank —dijo Jared—. Hola Amanda, veo que has crecido muchísimo.

La niña rió.

Era cierto que solía ver a Jared en eventos familiares y demás, después de todo hacía años que su hermano y Mikey sostenían una relación que era un secreto a gritos. Había visto a Jared llegar a esos mismos eventos con acompañantes que lucían bastante más jóvenes que él, pero nunca, ni en mil años, hubiese imaginado que era él quien dejaba las rosas rojas para Gerard.

— Pensé que no habría nadie —agregó Jared—. Los martes nunca hay nadie aquí. Es algo así como nuestra cita... aunque la de los viernes por la tarde es más importante.

— ¿Vienes los martes y los viernes por la tarde a dejarle rosas a Gerard?

— Vengo cada vez que puedo —respondió Jared—. Me gusta hablarle... contarle cómo va todo aquí e intentar sonsacarle algo sobre cómo va todo allá arriba, pero nunca responde nada —sonrió levemente—. De todos modos da igual, nunca fue demasiado hablador...

— Pero... ¿por qué vienes? —Preguntó Frank— Ustedes... ustedes no eran nada.

— Gerard fue la persona más importante en mi vida, Frank —respondió Jared, sonaba un poco molesto—. Yo lo amaba y realmente tenía planes con él... lo que pasa es que nunca te diste el tiempo de conocerme realmente, pero yo realmente amé y sigo amando a tu padre. Sufrí su muerte casi tanto como tú... fue un gran sacrificio el que él hizo al darte su corazón... me alegra saber que has sabido apreciar su regalo. Realmente tienes una hija preciosa y según me han contado pronto sonarán campanas de boda. Gerard estaría orgulloso de ti.

— ¿De verdad crees eso?

— Claro que sí —sonrió Jared—. Cualquiera estaría orgulloso de ti. Yo mismo estoy bastante sorprendido de ver cómo aquél muchachito caprichoso que conocí alguna vez se convirtió en todo un hombre. Lo has hecho genial.

Frank sonrió, realmente no sabía qué responder. Pero las miradas de reojo que Jared daba hacia la lápida decían mucho. Se despidió con un gesto de la cabeza y tomó a su hija de la mano. Cuando se alejaron lo suficiente pudo ver a Jared tomar asiento frente a la tumba y comenzar a mover la boca. Realmente había tristeza en su rostro, era como si hubiese envejecido diez años en solo minutos. Pero posiblemente era eso lo que perder al amor de tu vida, de la forma que él lo había hecho, provocaba. Frank volvió a mirar a su hija y suspiró. Quizás Jared no era un mal tipo después de todo.

our blood • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora