⁓ Miel ⁓

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El olor a tierra húmeda resultaba incluso agradable. La lluvia nos había dado tregua por unas horas para despedirnos de él como era debido.
Poco a poco el cementerio se quedó vacío y una gran comitiva nos acompañó hasta la casa de los abuelos. Todos se acercaron a darnos el pésame. La abuela estaba sentada en su viejo sillón orejero, miraba los rostros de los que se le acercaban, les pasaba, su ya arrugada mano, por la mejilla y les mostraba una leve sonrisa. Parecía consolarnos a todos. Siempre tan calmada, tan afable, tan perfectamente educada. Cada pliegue y cada mancha de su piel guardaban secretos, historias y recuerdos llenos de pasión, miedo y amor en cada uno de sus recovecos. Sus ojos ya tristes y apagados habían sido antes de un vivo azabache, vibrantes y llenos de pasión. Había sido una mujer muy bella, de pelo castaño oscuro y ondulado. Su piel sueve y aterciopelada era blanca como la leche y sus labios habían sido rojos y carnosos como las dulces fresas en el mes de abril.




La casa estaba rebosante de gente, de susurros y de conversaciones de las que yo no prestaba apenas atención. Jugueteaba entre mis dedos, con el tallo de la rosa que había robado de uno de los ramos que acompañaban el féretro. Estaba totalmente ensimismada en los recuerdos que tenía de mi abuelo, cuando alguien susurró en mi nuca.

- Hola Candela. ¿Cómo estás? - un escalofrío recorría toda mi columna - he venido lo antes posible, ¿por qué no me llamaste? - me preguntó mientras tocaba suavemente mi hombro a la vez que yo me giraba para ver su rostro. - Lamento mucho lo sucedido, ya sabes cuánto apreciaba a tu abuelo.
Por unos instantes me sentí confusa, era alguien familiar para mí, pero tardé unos segundos en identificarle.
- ¿Qué sucede?, ¿ya te has olvidado de mí y no recuerdas quién soy? - añadió, viendo mi cara estupefacta.
Su voz profunda recorrió todo mi cuerpo, sacudiendo con fuerza mi estómago, mi pecho y mi corazón, dejándome un nudo en la garganta que apenas me permitía articular palabra.
Se trataba de Jon, un viejo amigo de la infancia. Hacía siglos que no nos veíamos. De pequeños veraneábamos juntos en Agua Amarga, una bonita pedanía del municipio de Níjar en el Cabo de Gata. Jugábamos juntos todos los días de verano, prácticamente se podría decir que pasé mi niñez y mi juventud junto a él, aunque fuera de verano en verano.
Jon era dos años mayor que yo, siempre había sido un niño escuálido de pelo oscuro y ojos rasgados de color castaño. En los días de calor cuando el sol iluminaba su rostro sus ojos se volvían de color miel, cálidos y dulces. Su madre se pasaba el verano trabajando como camarera en un hotel para ganar algún dinero extra, así que Jon estaba todos los días en casa de mis abuelos. ¡Habíamos compartido tantos momentos juntos! ¿Cómo iba a olvidarlo?
Tal vez, mi cerebro había actuado sabiamente manteniendo alejados de mí, durante un tiempo, todos los recuerdos, todos los buenos momentos que había pasado con él, solo para no sentirme herida, pero bastó un solo segundo para reconocerle y volver a poseer todos y cada uno de los recuerdos que había dejado olvidados en algún lugar de mi cabeza.
Pensé en las calurosas tardes en el pueblo, refrescándonos en la playa, correteando por las calles, jugando y charlando sobre cosas que para nosotros eran importantes en aquel momento. Nadie me conocía mejor que él y nadie le conocía mejor que yo.
- ¡Jon! ¡No te había reconocido! ¿Cuánto ha pasado? ¿Diez años? - comenté intentando hacerme la interesante.
- Unos cuantos más, así como unos catorce o quince- me dijo mientras me guiñaba un ojo y me sonreía de manera picarona. - ¡Dame un abrazo, anda! - continuó mientras me estrechaba entre sus brazos.

Me sentí extraña y como en casa a la vez mientras me abrazaba.
Los últimos veranos que pasamos juntos, él estaba en segundo de Arqueología y yo a punto de entrar a Publicidad y Relaciones Públicas, luego mantuvimos contacto durante algún tiempo, y de ahí, pasamos a felicitarnos las fiestas únicamente, y a saber el uno del otro por su madre y por mis abuelos, que sí mantenían un contacto más fluido.
El tiempo pasó, intentando borrar aquello que un día fuimos, dejando un vestigio de buenos recuerdos.
Un tímido rayo de sol se coló por la ventana del salón, iluminando su rostro y de nuevo sus ojos se tornaron de aquel color miel, recordé las tardes en la playa, inmortalicé su cálida mirada y sentí que el tiempo se detenía por un momento, y casi, sin darme cuenta, me había perdido por completo.
Todos mis sentidos se amplificaron, podía sentir intensamente el olor de su piel y también la mía erizándose, podía escuchar su respiración, verle con mayor amplitud cada detalle de su rostro, de su pelo, de todo su ser.
- Candela, ¿estás bien?, - me dijo acercándose lentamente a mi cuello - debes estar consternada con todo lo que ha pasado. Tu abuelo era alguien muy querido por todos, me llevo de él fantásticas experiencias, risas ¡y también regañinas! Han sido muchos años a su lado, y Enric fue un referente para mí, un amigo y un padre.
No sé dónde me trasladé en ese momento, no sé si estaba en sus labios, si estaba en Agua Amarga, si estaba en el funeral de mi abuelo, ... de algún modo me sentía como un barco que va a la deriva. ¿Por qué me sentía así? - me preguntaba. - Si solamente era ...Jon.
- Sí, estoy bien. - afirmé - Y...dime Jon - dije, con el fracasado intento de volver de nuevo a tierra firme - ¿por dónde andas ahora? ¿estás viviendo fuera de España? Hace mucho que no te sigo la pista.
Cuando supe de Jon la última vez, hacía ya unos años, se encontraba en Egipto, junto con un grupo de egiptólogos que continuaban con la búsqueda de la ciudad dorada perdida. Jon es arqueólogo, de los mejores que hay. Había viajado siempre muchísimo y le apasionaba lo que hacía.
De niños mi abuelo nos contaba historias y aventuras vividas que tenían mucho que ver con yacimientos arqueológicos y descubrimientos históricos. Mi abuelo Enric nació en Reus y, siendo un adolescente, cautivado por la historia hizo por conocer en persona a uno de los primeros egiptólogos españoles, Eduard Toda, que fue de gran influencia para él. Devoraba desde niño libros de historia, arte y arqueología y tenía numerosas colecciones de revistas de National Geographic, que conservó hasta el fin de sus días. Cuando nos explicaba aquellas fantásticas historias, nos quedábamos embobados, pero para Jon, además fue toda una fuente de inspiración y alguien que marcó su vida para siempre. Fue el abuelo y el padre que nunca tuvo, motivo de más por el que jamás hubiera faltado a su despedida.

Jon me explicó que tenía pendiente varios compromisos con el MUHBA, el Museo de Historia de Barcelona y con el museo de Egipto también en la ciudad. Trabajaba frecuentemente para diferentes museos de renombrado prestigio y, en numerosas ocasiones, también atendía encargos y proyectos privados de particulares adinerados coleccionistas de piezas únicas e históricas. Mientras me explicaba sus últimas proezas, sus manos se movían de forma armoniosa, su voz profunda, masculina e interesante acompañaba cada gesto y expresión de su cara, sus labios dibujaban en el aire cada palabra que pronunciaba. Llevaba la barba corta, casi rasa, esto pronunciaba aún más su atractiva mandíbula. Un fino bigote perfilaba sutilmente unos labios carnosos casi de color cereza. Cuando me explicaba alguno de sus logros parecía que se sentía casi como un niño avergonzado, entonces, pasaba una mano por su alborotado cabello mientras ladeaba la cabeza y agachaba la mirada, para después mirarme de nuevo arqueando una ceja y mostrando una sonrisa de medio lado, casi implorando perdón, como si tener éxito hubiera sido el resultado de alguna trastada de niño travieso. Amaba lo que hacía, se palpaba la pasión en cada una de sus palabras.

- Sé, por mi madre, - su madre y la mía hablaban con frecuencia por teléfono - que te van muy bien las cosas. Te has esforzado mucho Candela, has invertido toda tu vida en tu carrera profesional, dejando todo lo demás atrás. Espero que haya valido la pena.
¿Era eso un reproche?, pensé.
- ¿Qué quieres decir Jon? Me va todo muy bien. Deseo que a ti también. - Contesté con desdén.
La tía Jimena se dirigía hacia mí para darme el pésame.
- Candela, será mejor que me marche, no quiero acapararte, ya tendremos tiempo de ponernos al día. - Comentó Jon al verla llegar - Ahora debes atender a tus familiares.
Y sin darme a penas cuenta, perdí a Jon entre las siluetas de los que ocupaban el salón.

La tarde fue transcurriendo, entre el ir y venir de los allegados, entre saludos, charlas, anécdotas, abrazos y lágrimas... Sentí agotamiento y ganas de quedarme a solas.
Cuando ya prácticamente se habían marchado todos me senté junto a mi abuela en el sofá del salón. Tenía un par de cojines entre la espalda y el sofá, las manos entrelazadas y apoyadas sobre su falda. Tenía carita de cansada, la mirada triste y el alma rota en pedazos. Le di mi mano, me acerqué a su mejilla y le di un beso.
- Te quiero abuela - le dije apoyando mi cabeza sobre su cabeza. Así estuvimos un buen rato, juntas, sin decirnos nada hasta que el silencio se rompió con su voz entrecortada.
- Tu abuelo siempre estará con nosotras, nos protegerá será tu ángel de la guarda, estoy convencida. Estabais muy unidos, él te quería con locura Candela, más que a nada en el mundo. Estaba orgulloso de ti, siempre fuiste la niña de sus ojos. - dijo.
- Lo sé, yo siento lo mismo, adoraba al abuelo. Era mi confidente, mi apoyo y mi referente. - dije suspirando.
- Han venido muchas personas, ¿verdad hija? Todo el mundo lo quería. - su mirada se iluminó al sentirse orgullosa de lo querido que era su difunto esposo.
- Sí abuela, han venido todos. Y ahora - dije mientras me levantaba y le hacía un gesto con mi mano para que la tomara y le ayudara a incorporarse - es hora de irse a la cama. Es tarde y estás agotada. Mañana será otro día que tendrás que afrontar con fortaleza. Me quedaré contigo esta noche, si a ti te parece bien.
En ese momento mi madre irrumpió como un terremoto en el salón. Hablaba rápido, casi sin tomar aire y, por supuesto, sin dejar hablar a nadie más.
- Bueno, ya se ha marchado todo el mundo, ha sido un día muy duro, ¿cómo estás mamá? ¿Te quedas tu con la abuela cariño?, me ha dicho tu hermana que tenías pensado quedarte hoy. Nosotros nos vamos ya, he dejado caldo en la nevera por si queréis tomar algo caliente antes de ir a dormir. Mañana por la mañana vendré y recogeremos todo, acomodaremos a tu abuela en la planta de abajo, y acabaremos de traer las cosas para mudarnos definitivamente aquí con ella. No podemos dejarla solita. - me dijo besándome en la mejilla y con los ojos humedecidos. - Por cierto, ¿has visto a Jon? hay que ver qué bueno es ese niño, y qué guapo es Candela. Es tan bonito por fuera como por dentro. Todavía no entiendo por qué no estáis como pareja, con lo bien que os lleváis. Tu pobre abuelo hubiera estado encantado de veros juntos y no solos y cada uno por su lado. - ya estábamos otra vez, pensé. Era la misma retahíla de siempre. Mi madre parloteaba sin cesar, dejé de escucharla durante unos segundos. No lo hacía con mala intención, pero toda mi vida había sido igual en lo que a Jon se refería, que si lo dejaste escapar, que si vosotros erais algo más que amigos, que si este muchacho no te esperará mucho más.... Parecía que ni ella ni nadie pudiera entender que dos personas fueran solamente amigos. Nada más.

- Mamaaaá, ... - dije con mucha paciencia y lentamente - ¿no deberías descansar tú también? - insinué mientras la tomaba por los hombros y la acompañaba hacia la salida - me quedo con la abuela, tranquila, vamos a dormir juntas. Id a casa y mañana acabad de traeros vuestras cosas. Y sí, he visto a Jon, y no, solo somos amigos mamá, nada más. Hacía años que no sabíamos nada el uno del otro, ha sido agradable verle, pero nada más. Venga va, - le dije mientras le daba un cariñoso abrazo - nos vemos mañana. Descansa.

Esa noche dormí con mi abuela, me abracé a ella como cuando era una niña. Cerré los ojos y pensé en lo que quería soñar. Quería volver a los cálidos veranos en Agua Amarga, volver a ser una niña, volver a jugar y a reírme, volver a ser plenamente feliz. 🖤









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