⁓ La tierra negra ⁓

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Karolina se había ganado todo mi respeto y mi cariño, y la iba a echar mucho de menos en nuestro próximo destino, pero la señora Nowak se debatía ya entre la vida y la muerte y ella debía permanecer a su lado.

En cuanto a mí, yo siempre había deseado ir a Egipto, pero, por un motivo u otro, nunca había podido visitar el país. Sentía una extraña mezcla de miedo y emoción frente a lo desconocido. Jon, sin embargo, estaba embriagado por el éxito del hallazgo. Analizaba aquellas figuras una y otra vez, de un lado y de otro, de arriba a abajo. Solo pensaba en poder llegar a la cámara de Tutankamón para proseguir con sus investigaciones.

Asim Abdallah, el buen amigo de Jon, ocupaba un cargo importante en el Museo del Cairo y movió algunos hilos para facilitarnos el poder estar a solas, unas cuantas horas, en la tumba de Tutankamón, pero eso no sería hasta un par de días más tarde de nuestra llegada. Asim no hizo muchas preguntas, pero era consciente de que algo gordo teníamos entre manos. Confiaba tanto en Jon que sabía cuándo debía y cuándo no debía preguntar.

Un vehículo vino a recogernos al aeropuerto para llevarnos hasta el único hotel con el que conseguí realizar una reserva por cinco días. No era la idea que teníamos de estancia sencilla, precisamente, pero no le iba a hacer ascos al Hilton Luxor Resort & Spa. Necesitábamos darnos un buen baño y descansar. El Hilton nos ofrecía, además de toda clase de lujos, cierta seguridad en sus dependencias, que buena falta nos hacía si queríamos estar medianamente tranquilos.

Jon miró a su alrededor con una mezcla de asombro y diversión, observando los detalles opulentos del hotel mientras nos registrábamos.

- ¿El Hilton Luxor? ¿No podría ser uno más lujoso? -preguntó con una sonrisa irónica, levantando una ceja.

Le devolví la sonrisa, sabiendo que estaba bromeando.

- Lo sé, Jon, lo sé. Pero solo encontré disponibilidad aquí -respondí, intentando sonar complaciente. -¿Te parece mal?

Él suspiró, sacudiendo la cabeza ligeramente mientras recogía la tarjeta de la habitación.

- Me parece excesivo, pero podré soportarlo. - Continuó bromeando.

Nos dirigimos a nuestra habitación, donde dejamos caer las maletas y me dirigí directamente al baño. El cansancio del viaje se hacía evidente en cada uno de mis movimientos. Me di una ducha y salí del baño envuelta en una esponjosa toalla blanca, sintiendo cómo el estrés comenzaba a desvanecerse.

Jon se había recostado sobre la cama utilizando los almohadones como respaldo. Estaba vestido, aunque descalzo. Los primeros botones de su camisa azul petróleo estaban desabrochados, las mangas estaban remangadas como acostumbraba a hacer. La barba de tres días denotaba cierto cansancio, aunque enmarcaba mejor todas sus facciones, mientras fruncia el ceño concentrado, observando las anotaciones que tenía en su portátil, apoyado sobre una de sus piernas flexionadas. Los baqueros azules desgastados insinuaban el resto de su cuerpo.

Ardí de nuevo en deseos de hacer el amor con él. Dejé caer al suelo aquella toalla que ceñía mi cuerpo.

- Sé que no es un viaje de turismo, pero estoy aquí... contigo - le quité el portátil de sus manos y lo dejé sobre la mesilla - estás muy tenso... - comencé a desabrochar el resto de los botones de su camisa, acaricié su pecho ahora descubierto.

- Candela - dijo - estamos frente a uno de los mayores hitos de la historia, me siento muy abrumado. - Confesó.

- Ahora no debes preocuparte por eso - desabroché sus pantalones y acaricié suavemente su entre pierna - debemos relajarnos un poco, ¿no crees?

- Candela... - cerró los ojos y suspiró.

Sus manos comenzaron a deslizarse por todo mi cuerpo. El calor de sus ardientes labios traspasaba a través de mi piel y, de pronto, él tomó las riendas. Me volteó, me besó, y me mordió sutilmente. Pellizcó y besó mis pechos. Un movimiento sinuoso y otra danza comenzaba, moviendo simultáneamente nuestros cuerpos desnudos una y otra vez.

Agua Amarga Donde viven las historias. Descúbrelo ahora