⁓ Sangre y coral ⁓

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El yodo y salitre  de la brisa del mar, me despertaron. El vehículo ya se había detenido. Estábamos en Agua Amarga.

No había nadie conocido al que saludar, pero estaba convencida que en pocas horas todo el pueblo sabría de nuestra llegada. Al entrar retiré hacia un lado las cortinas y abrí ventanas para dar paso a la luz y la brisa, giré las llaves de paso de agua y de gas. La casa olía como siempre, a dulces de canela, parecía que el olor había quedado impregnado para siempre en aquellas paredes. Todo estaba como recordaba desde la última vez que estuve allí. Fue haría unos cinco o seis años, pero en aquel entonces Jon y yo ya no coincidíamos desde hacía algún tiempo. Pasé las yemas de los dedos sutilmente por los libros de historia de la estantería del salón, recorrí toda la casa dando paso a todos los recuerdos que se amontonaban en mi mente. Suspiré profundamente. Añoraba al abuelo.

Llevé las cosas a mi habitación, a la de siempre. Era grande y sencilla, había una cama doble acompañada de una mesilla a cada lado, el cabezal era de hierro forjado y, un armario, un escritorio y una silla completaban el conjunto. Todo el mobiliario era de estilo rústico en madera de nogal. Abrí el armario para colocar la ropa y así evitar que se arrugara, olía a suavizante y a lavanda, volví a respirar profundamente. Ya tenía prácticamente todo dispuesto cuando alguien entró a la casa.

- ¿Hola? ¿Candela? soy Carmen, ¿puedo pasar? – dijo alguien desde la puerta.

Carmen era la amable señora que se había encargado de cuidar de la propiedad, cobraba una mensualidad y a cambio abría, ventilaba, limpiaba y vigilaba la casa. Además, su marido Juan hacía el mantenimiento y cuidaba del jardín y la piscina. Estaban enterados de mi llegada.

- Sí Carmen, soy yo, pase, pase, estoy en la habitación.

Estuvimos conversando no más de diez minutos y se marchó. Volví a escuchar pasos en el interior.

- ¿Te has olvidado algo Carmen?

Jon apareció en el dormitorio. Y me asusté. Un pequeño espasmo y la mano en el pecho me delataron.

- ¿Te has asustado?

- No, solamente me has pillado por sorpresa, pensaba que eras Carmen.

- ¿Todo bien?

- Sí, todo bien, y tu casa, ¿todo bien?

- Sí también. Oye Cande, ¿Prefieres quedarte en casa a descansar? ¿o te apetece hacer algo?

- Me gustaría ducharme, y si te parece podemos tomarnos algo después.

- De acuerdo, pues voy a ducharme yo también te recojo en una hora.

- Perfecto, ahora nos vemos. Cierra al salir.

Me metí en la ducha y me cambié, cuando salí de casa Jon estaba sentado en las escaleras, las escaleras en las que yo solía sentarme a leer. Al verme aparecer se levantó rápidamente. Como era de costumbre vestía muy bien, me encantaba el aire juvenil y desenfadado que le daban los vaqueros, pero a la vez pulcro y elegante con su camisa de manga larga remangada hasta el codo. Igual que aquella noche. La noche en la que todo cambió respecto a él.

Le miré, nos sonreímos tímidamente y nos fuimos caminando hacia la calle principal. Ya había anochecido y, aunque no se disfrutaba igual que con el bullicio del verano, por las calles nos encontrábamos con muchos de nuestros conocidos. Saludábamos a unos y otros, nos parábamos aquí y allá tomando cañas, charlando y riendo. Escuchando anécdotas de antaño y pasando un buen rato. Parecíamos una pareja que estaba de visita. Todos lamentaban la muerte del abuelo y tenían palabras amables para honrar su recuerdo.

Estando en el Bar de Pepe con algunos amigos Jon se acercó de nuevo a mí, realmente había mucho jaleo y si no querías hablar a gritos tenías que acercarte al oído del otro interlocutor. Sosteníamos nuestra copa de cerveza en la mano y nos encontrábamos de pie cerca de la barra.

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