⁓ Cuando baje la marea ⁓

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Karolina quedó perpleja cuando, a través de una videollamada le revelaba todos los detalles sobre la llave, las coordenadas y la pluma de Maat que estaba marcada a fuego en la pirámide de madera y con tinta sobre mi piel. La luz tenue de la pantalla delineaba los rasgos de su rostro, y sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y curiosidad. Me dejó concluir el relato y, cuando hube acabado, ella fue la que me dejó desconcertada a mí.

- Candela, - bisbiseaba - cuando cumplí dieciocho años mi tía Nadzia me hizo un regalo con una dedicatoria escrita en una nota, y me dijo que un día entendería lo que debía hacer y lo importante que era. - Yo estaba expectante, en tanto que Karolina sacaba de su escote un colgante mientras seguía narrando - "La verdad solo mina la conciencia de quién la oculta y fortalece el alma de quien la sabe ver". - Un nudo descendió cuello abajo ante la fascinación de lo que estaba escuchando. - Ese, era el mensaje Candela.

De la larga cadena colgaba una pieza que, a priori, no distinguía bien. Karolina la acercó a la cámara, era una llave exactamente igual que la mía, la empuñadura de la llave, tallada con la forma de una pluma de Maat, parecía palpitar a través del aparato.

Nada sucedía por azar; ambas éramos herederas de un legado que nos llamaba a hacer justicia. Estaba en nuestras manos desentrañar la verdad de una historia ancestral, una narrativa tejida por dos seres que nos amaron y se entregaron apasionadamente a su labor. Nos veíamos compelidas a actuar, a no permanecer indiferentes ante nuestro destino. Era nuestro deber emprender el viaje a Agua Amarga para descubrir lo que nuestros ancestros habían confiado en nosotras. Además, nos aguardaba un viaje a Renania, un lugar misterioso donde aún desconocíamos los secretos que podríamos desvelar.

Mi existencia se había tornado caótica, me encontraba a merced de fuerzas invisibles, como el mar bajo el hechizo de la luna. Ella, soberana de las mareas, dictaba el flujo y reflujo con una autoridad incontestable, y yo, como el océano, no tenía más opción que someterme a su voluntad y dejarme arrastrar por la corriente de emociones desbordadas.



***



Seguía viviendo como en un oasis en medio del desierto, alejada de lo cotidiano, de mi empresa y eso me hacía sentir culpable. Olivia era oxígeno para mis pulmones cada vez que me sentía asfixiada, Carla enriquecía mi alma, aportándome la espiritualidad que me faltaba y, Martina, me empujaba con fuerza y coraje a afrontar cada día con mayor ilusión y sin miedo. Sin duda mis amigas eran mi soporte y mi familia. Les prometí que pronto volvería todo a la normalidad y que, una vez terminara todo, podría explicarles con detalle todo lo sucedido sin ponerlas en peligro. Lo respetaron y no hicieron más preguntas, solamente se mantuvieron siempre a mi lado, y eso, lo era todo.

Me encontré con Karolina en Agua Amarga, pocos días después de revelar nuestra conexión a través de las misteriosas llaves de Maat. Jon se unió a nosotras ofreciendo su ayuda para lo que nos esperaba.

El único acceso a Cala Enmedio era a pie o por mar, ya que los vehículos no podían llegar hasta allí. Así, que a la mañana siguiente a nuestra llegada, emprendimos la marcha desde Agua Amarga.

A lo lejos, los acantilados de roca blanca se alzaban majestuosos, semejantes a un glaciar emergiendo del corazón del océano. La arena, suave y dorada, acogía nuestros pies, sepultando cada huella, mientras las olas, incansables, borraban nuestro rastro, como si quisieran guardar el secreto de nuestro camino.

- ¡Oh, Dios mío! - Exclamó Karolina sonrojada entre carcajadas - Creo que no vamos de la manera adecuada.

- ¡Vaya! ¡Es cierto! - Dijo Jon deteniendo su paso.

- ¡Carai! - Proferí y sin poder contener la risa.

Nos sentimos más fuera de lugar que un pingüino en una sauna, allí parados, vestidos hasta los dientes en una playa donde la moda era no llevar nada. La primera vez en mi vida que me sentía como un extraterrestre por llevar ropa. ¡Ni tan solo llevábamos ropa de baño! Los tres nos contagiamos de una risa incontrolable, no podíamos parar. Y es que Cala Enmedio, ese paraíso de la desnudez hacía que pareciéramos payasos en un funeral, imposibles de ignorar. Sin embargo, nadie nos importunó con ningún comentario mordaz, ni con ninguna mirada desafiante.

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