El sol quemaba en la piel ya a primera hora de la mañana. Un taxi nos acercó hasta la ciudad, según las señas que le habíamos facilitado, y nos apeamos en una calle muy transitada. Jon entró al establecimiento mientras yo admiraba el bullicio.
Al cabo de un rato salió cargado con un petate y unas llaves en la mano.
- ¡Vamos! - se apresuró en decirme.
- ¿A dónde vamos?
- A por nuestro vehículo.
Entramos por un callejón estrecho que nos llevó hasta una calle menos transitada, pasamos por debajo de una arcada que daba a un patio repleto de tenderetes coloridos y de algunas motocicletas estacionadas al azar. Jon se acercó al joven que custodiaba la puerta. Había estado tantas veces en Egipto que dominaba algunas palabras en árabe, lo justo para medio entenderse.
- Esta es. - Indicó, entregándome uno de los dos cascos con una sonrisa que hacía latir mi corazón un poco más rápido.
- ¿Esta? - pregunté un poco sorprendida.
Jon montó sobre la Harley con la facilidad de alguien que se siente en su elemento. El cuero de su chaqueta crujía suavemente con sus movimientos, y pude ver cómo sus músculos se tensaban bajo la tela. Se volvió hacia mí, sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y diversión.
- Vamos nena, ¡sube! - dijo con una chispa de picardía en su tono.
Me sujeté fuerte a su cintura sintiendo emoción y nerviosismo, notando el calor de su cuerpo a través de la chaqueta. La moto rugió bajo nosotros, vibrando con potencia. A medida que acelerábamos, el viento despeinaba mi cabello y el mundo a nuestro alrededor se desdibujaba entre colores, olores y sentimientos.
El camino hacia nuestro siguiente destino, el Templo de Luxor, se extendía ante nosotros como una cinta de asfalto. Cada vez que él giraba la cabeza para asegurarse de que estaba bien, nuestros ojos se encontraban brevemente, creando una corriente eléctrica silenciosa pero intensa que pasaba entre nosotros con cada kilómetro recorrido.
Era impresionante ver aquellas dos colosales estatuas, de más de quince metros de altura, de Ramsés II que nos recibían sentados junto al enorme obelisco.
Me sentí colmada por la belleza de aquellos patios y salas en las que se adoraba a diferentes deidades. Estaba convencida que de noche debía ser más bello todavía.
Jon guiaba la visita con todo lujo de detalles e historias sobre el antiguo Egipto. Sus palabras emanaban la emoción que sentía a cada paso que dábamos por el templo. A pesar de estar junto a cientos de turistas, sentí que aquel momento nos pertenecía solo a nosotros.
Nuestra visita podría haber sido mucho más extensa, pero Jon quería mostrarme la mayor cantidad de lugares posibles antes de que tuviéramos que marcharnos del país.
A casi unos tres kilómetros de distancia, se situaba Karnak, y allí una de las más bellas Avenidas que he podido contemplar jamás. Se trataba de un paseo lleno de esfinges imponentes que alentaron nuestra llegada al templo de la ciudad.
Más de cien columnas repletas de preciosos jeroglíficos rodeaban la enorme sala del templo. Cada segundo que pasaba me sentía más emocionada y me adentraba en la historia que él me narraba. Mi corazón se agitaba cada vez más y más. Pensé en mi abuelo y la pasión que sentía por conocer la historia antigua, recordé sus palabras cuando me hablaba de todo aquello que por fin estaba viendo, mi pulso se aceleró desmesuradamente, las piernas me flojearon y sin poder evitarlo las lágrimas brotaron de mis ojos y apareció un nudo en mi garganta que me impedía tragar con normalidad.
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Agua Amarga
Любовные романыCandela, víctima de un mundo aparentemente perfecto que ella misma había creado, se encontrará en un peligroso cruce de caminos. El misterio envolverá cada decisión, como un velo que oculta los secretos más profundos. ¿Qué había ocurrido en el pas...