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mañana siguiente, todos se reunieron en el salón de clases. Después de un día para acomodarse, ya era hora de que el nuevo año comenzara.
― ¡Hola, princesa!
― ¡Gatito!
― ¿Cómo amaneciste? ―preguntó Miguel, tomándola por la cintura
―Bien, bien… ¿Y tú?
―Algo nostálgico como el verano ya acabó…
A unos metros estaba Diego, observándolos muy atento, mientras que su rostro reflejaba una clara confusión.
― ¿Y tú desde cuando espías?
― ¡Roberta! ―exclamó, tomado por sorpresa
―Sí, así me llamo. ¿Me vas a explicar por qué los espiabas?
―Se ven muy enamorados, ¿verdad? ¿Tú qué opinas?
Justo en esos momentos Mía y Miguel se besaban.
― ¿Qué te pasa, Dieguito?
―Sí… ella se ve muy enamorada… Por eso es que no entiendo…
― ¿Qué es lo que…
―No entiendo por qué lo engaña. ―confesó, sin rodeos
― ¿¿¿Qué dijiste???
― ¿No será que en realidad este es el famoso secreto? Y por eso te quedaste tan tranquila ayer, después de decirle a Miguel lo del problema de familia y esas cosas… Fue una mentira para esconder lo que en realidad sucede.
―Estás loco. ―respondió ella, tratando de disimular
― ¿Aj, sí? ¿Por eso te pusiste tan nerviosa ahorita?
― ¿Yo?
―Sí, tú. Mira ya van a empezar las clases.
―No vas a ninguna parte. ―avisó, agarrándola del brazo
La condujo rumbo a uno de los pasillos, para que pudieran hablar.
―Diego ¿de dónde sacaste eso de que Mía lo engaña?
―Ayer, Giovanni la vio besándose con Jorge.
― ¡No! No puede ser… ¿Estás seguro?
―Sí. Yo tampoco podía creerlo.
―Pero es que eso no puede ser… Si todo acabó…
― ¡O sea reconoces que lo engañó!
―Baja la voz, Diego. Y sí… es cierto que lo engañó. Pero ya no. Por eso no tiene sentido lo del beso… No entiendo… Tal vez él la besó… Sí, eso…
―Roberta, esto es muy grave… ¿Te das cuenta?
― ¡Claro que me doy cuenta! Pero Mía decidió dejarlo en el pasado y yo voy a respetar su decisión. Es más, la ayudaré.
― ¿Qué cosas dices? ¿La ayudarás a seguir mintiéndolo?
―Tú conoces a Miguel, sabes qué pasa si se entera. Todo acaba.
―Pues mejor lo hubiera pensado antes de ponerle el cuerno.
―Diego… No, no vas a hacer eso. ―dijo, adivinando lo que su novio pensaba
―Miguel se entera hoy mismo.
― ¡No! Te lo suplico…
―En primer lugar, Miguel no se merece que además lo mienta y le oculte algo así. En segundo lugar, no voy a ser cómplice.
― ¿Prefieres verlo sufrir?
―Por supuesto que no quiero eso, pero no hay otra alternativa… Desgraciadamente, va a sufrir las consecuencias de los actos de Mía.
―No se lo digas… ―suplicó
―Lo siento, Roberta. Tengo que hacerlo.
Dicho eso, se fue rumbo al salón de clases.
―Esto está saliendo de control… ―murmuró ella
Después de la primera clase, Roberta no tardó en avisarle a Mía sobre lo sucedido. Y como era de esperar, la noticia no la cayó nada bien. Lo único que se le ocurrió fue buscar a Diego y tratar de convencerlo que se quedara callado.
―Ya imaginaba que tratarías de hacer esto. ―dijo él, tras escuchar sus peticiones― Pero no cambio de opinión. Hoy mismo hablo con Miguel.
― ¡No puedes hacerme esto!
―Entonces habla tú. Ve y dile la verdad. ¡La verdad!
―No puedes ser tan cruel…
―Mía, si aún sientes algo por él, no sigas… No merece algo así. Ya, no más mentiras…
―Diego…
―Después de lo que le hiciste, al menos le debes esto: sinceridad.
―Sabes que… que no va a superarlo… Y yo no lo quiero perder.
―Es algo que debiste haber tomado en cuenta antes. Y hay que dejar el egoísmo. Le ocultas la verdad por tu bien, para que siga contigo. No estás viendo que te burlas de él. Lo mientes. Mía, esta relación ya no es sana… Y sí, existe el riesgo de que lo pierdas para siempre, pero al menos sabrás que le dijiste la verdad…
Mía no sabía que más decir. Sabía que, por más cruel que fuera, Diego tenía razón. Pero también sabía que el miedo de perder a Miguel era más fuerte que todo.
―Tienes tiempo hasta hoy en la noche para decirle. Si no, de todos modos esta noche lo sabrá por mí.
Horas más tarde, con el corazón lleno de angustia y los ojos rojos de tanto llorar, Mía decidió ir a hablar con Miguel. Era lo último que hubiera querido hacer pero no le quedaba de otra. Ante un desenlace inevitable, al menos debía ser ella la que hablaba.
Al verse en el cuarto de Miguel, teniéndolo en frente, simplemente quedó paralizada. No podía actuar, no podía hablar, ni siquiera podía mirarlo en los ojos.
―Mía… Por favor, dime qué tienes… Mira cómo estás…
No hubo respuesta.
―Mi amor… ―insistió él
―Yo… Yo tengo que…
Demasiado preocupado por su estado, Miguel le dio un abrazo, esperando poder calmarla un poco. Pero sucedió lo contrario. Ella comenzó llorar, mientras no dejaba de pedirle perdón.
―Pero no tengo nada que perdonarte…
― ¡¡¡Te engañé!!! ―explotó finalmente, aferrándose más a él― ¡Me acosté con otro!

ENSEÑAME A PERDONAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora