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Hasta al final del día, la noticia estaba casi en boca de todos. No dejaban de lamentar lo que pasaba Miguel y de mostrar asombro por lo que había hecho Mía. Pero, ellos dos eran los primeros que evitaban tocar el tema.
―Jamás en mi vida lo había visto así. ―dijo Teo, mientras miraba a Miguel desde las escaleras del cuarto
―Está pedazos… ―agregó Santos, en el mismo tono bajo― Aún no puedo creer lo que le hizo…
― ¿Qué hacemos? No podemos dejarlo así.
―Déjalo. Es normal. Está sufriendo… Por un tiempo así es como lo vamos a ver.
Miguel se encontraba sentado al lado de su cama, con la mirada perdida y la mente lejos. Los había oído chuchear, sin embargo no le importaba.
Mientras, Diego y Roberta habían llegado a pelear debido a la diferencia de opiniones.
― ¡Tú no debiste meterte! ¡La obligaste!
―Fue lo mejor, Roberta. Un día Miguel hubiera terminado enterándose, tal vez por otra parte y todo hubiera sido peor.
―No creo que pueda ser peor. Los dos están mal… Mía estuvo llorando todo el día, ni pude hablar con ella. Lo único que llegué a saber es que Miguel no la perdona y que terminaron.
― ¿Y qué debería hacer? Lo que Mía le hizo es muy…
―Debió ser un secreto.
― ¡En una relación no deben haber mentiras!
― ¡Algunas son permitidas, cuando no queremos lastimar a alguien!
―Es mejor decir la verdad, por más cruel que sea…
―Ya, contigo no se puede hablar. Me largo.
― ¡Contigo tampoco! ―le gritó él
La llegada de la noche no hizo más que traer más sufrimiento. El silencio y la obscuridad parecían agudizarlo. Resultaba imposible conciliar el sueño cuando sus almas estaban bañadas en lágrimas y pena. Los recuerdos se hacían aún más presentes en su mente. Las imagines de Mía con otro hombre torturaban a Miguel. Seguía sin poder comprender como había podido entregarse a otro, cuando se suponía que lo amaba a él. No soportaba saber que había sido capaz de tirarlo todo a la basura, de destrozar lo que tenían. Además, no podía dejar de pensar que tal vez no era la única vez que se burlaba de él.
Al día siguiente, fue incapaz de levantarse de la cama e ir a clases. Permaneció acostado, mirando el techo, suspirando al comprobar que no había sido un mal sueño. Mientras, sus amigos sólo lo saludaron y luego lo dejaron en paz.
En cambio, Vico y Celina trataban de convencer a Mía que fuera a clases.
―No, aquí me quedo el resto de mi vida. ¡Déjenme!
―Mía, vienes con nosotras. No pensamos dejarte sola en el cuarto para que vuelvas a ponerte a llorar. Vienes, aunque sea sólo para asistir. ―insistió Vico
―Ya… ¡No voy!
―Vico, mejor la dejamos…
―De ninguna manera, Celina.
― ¡Vico, ya! ―gritó Mía― Quiero estar sola, no quiero que nadie me vea… Y si me pongo a llorar es mi problema. Y es lo único que me queda: llorar por la estupidez que he cometido.
―No quiero que sufras así… ―contestó Vico, preocupada
―Me lo merezco ¿no? ―calló un momento― Pero te aseguro… que lo que yo sienta, no se compara con lo que está sintiendo Miguel en estos momentos… ―señaló muy dolida
―Amiga…
―Si hubieran visto su mirada… Su carita… Estaba tan decepcionado y herido… Y…
―No te tortures… ―pidió Vico
―Sé que no quiso mostrarlo pero era imposible… El dolor era visible en cada poro de su piel, en cada gesto… En su voz…
―No sigas.
―Quisiera poder quitarle todo ese sufrimiento…
Terminó llorando en los brazos de sus amigas, que simplemente no sabían cómo consolarla.
Vico sabía que no podía verla en ese estado, así que después de la primera clase decidió ir a hablar con Miguel. Tal vez era inútil, pero al menos lo intentaba. Al verlo, su primera reacción fue de asombro. Lo notó muy cambiado físicamente, no había ni huella de  aquel Miguel alegre y feliz, sino todo lo contrario. Parecía abatido, triste, sus movimientos eran lentos y su voz apagada.
―Quería hablar contigo…
―Perdón, no estoy de humor. ―contestó él, después de observarla unos instantes
―Es importante.
―Mira…
―Perdónala… ―pidió ella, interrumpiéndolo
Miguel sólo la miró, sin  mostrar reacción alguna delante de aquella petición. Guardó la misma figura en la que reinaba una amargura inmensa.
― ¿Ella te mandó? ―preguntó finalmente, sin huella de enojo
―No. Fue el dolor por el que la veo pasar. ¡Me preocupa!
― ¿Y yo que tengo que ver…?
―Está así porque está arrepentida, porque te perdió… Mira, aunque te parezca imposible, cosa que comprendo, ella te ama.
―Bonita forma de mostrarlo.
―Fue un error. Un error por el que vive atormentada desde hace tiempo pero…
―Vico, no tiene caso esta conversación. Ella y yo hablamos… No hay nada más por decir… Ya todo terminó.
―Por favor, perdónala… ¡Por ti ¡Por ella! ¡Por su relación!
―No puedo.
―Inténtalo… ―susurró con tristeza― Piénsalo ¿sí? Ya te dejo…
Después de que Vico se fue, Miguel dio un portazo y quedó ahí, en medio del cuarto. La desesperación lo hizo soltar un grito.
― ¡¡Maldita sea!!
Pero no fue Vico la que lo puso así. Fue la impotencia de no poder salir de aquel estado, la impotencia de borrar todo eso que sentía y que lo volvía loco.
De pronto le llamó la atención una foto. Avanzó rumbo a la cama, mirándola fijamente y al final la agarró. Era una foto de él y Mía, hecha en uno de los miles de momentos felices que habían vivido. Reflejaba amor, alegría, felicidad. Pero mirarla en esas circunstancias le provocaba todo lo contrario.
― ¿Por qué, Mía? ¿¿¿Por qué???
No quería llorar. No otra vez. No quería ser tan débil. Borró cada lágrima que se había empeñado salir y finalmente se desquitó con la foto. Sin pensarlo, la arrojó contra la pared, deseando poder hacer lo mismo con todos sus recuerdos.
― ¡Nunca te lo voy a perdonar!

Por suerte, el haber vuelto al colegio no impedía los ensayos de la banda, ya que habían obtenido el permiso de seguir usando la bodega. Más bien eran otros los obstáculos y eso era lo que los chicos estaban a punto de comprobar.
― ¿De seguro avisaron a Miguel?
―Sí, Roberta. Le dije que hoy después de clases teníamos ensayo. ―contestó Diego― Pero no me dio una respuesta clara y además… dada la situación, dudo que venga.
―Yo tampoco creo que venga… ―agregó Lupita
― ¿Y Mía? ―preguntó Diego
―No sé… Dijo que lo iba a pensar… luego que…
―Hola…
― ¡Mía! ―exclamaron los demás
― ¡Qué bueno que sí viniste! ―añadió Roberta
Lo primero que hizo fue buscar con la mirada a Miguel. Al fin y al cabo, la esperanza de que fuera a verlo fue la que la hizo venir.
― ¿Y Miguel? ¿No viene? ―se atrevió preguntar
―No lo sabemos… ―contestó Lupita
―Empecemos, de seguro no viene. ―dijo Giovanni
―Mejor lo esperamos un poco más…
― ¿¿A ver, crees que tiene ganas de cantar después de que le pusieron el cuerno??
― ¡¡¡Giovanni!!!
― ¿Qué? ¿A poco no es la verdad?
Todas las miradas estaban en Mía, pues ese comentario algo fuera de lugar le iba dirigido. Avergonzada, ella sólo bajó la mirada, mientras que lo que deseaba era que la tragara la tierra.
―Mejor te callas, Giovanni. ―pidió Roberta, algo molesta
―Mira, Ro…
La llegada de alguien lo interrumpió.
― ¡Miguel!
De pronto casi todos lo miraban como si fuese un extraterrestre, pues no eran acostumbrados verlo con esa cara. Incluso Mía había volteado a verlo después de oír su nombre.
―Miren, ahora ya podemos ensayar. ―señaló Giovanni
―No.
― ¿Cómo que no, Miguel? Pues si estamos todos y…
―Estoy aquí porque tengo que hacer un anuncio. ―les avisó
Todos lo quedaron viendo asombrados, esperando el anuncio que no llegaba.
― ¡Pues, ya dinos! ―pidió Roberta, rompiendo el silencio
―A partir de hoy, ya no seré integrante de RBD.
― ¿¿¿¿Qué?????
―Miguel… ―murmuró Mía con voz temblorosa
―Miguel, no puedes hablar en serio. ―intervino Diego
―Deja las bromas macabras. Neta… ―agregó Roberta
Perplejidad no era una palabra suficientemente buena para describir lo que había en las caras de sus cinco integrantes.
―No es una broma. ―continuó él
― ¡Estás loco! No puedes hacer algo así… ¿Qué…
―Sí puedo Roberta…
―Claro que no, Miguel. ¿Cómo? No puede ser…
―Diego…
De repente todos empezaron hablar, exponiendo sus opiniones y tratando de hacerlo cambiar de opinión. Sin embargo, Mía estaba paralizada. No hacía más que mirar a Miguel.
― ¡¡¡Basta!!! ―gritó él
― ¡Recapacita!
―Roberta, tú eres la primera que debe callar. ―agregó
―Espera, Miguel… ¿Con ella que traes? ―intervino Lupita
―Ella sabe muy bien.
Ese comentario y la mirada que Miguel le dirigió, hicieron que Roberta no volviera a sacar palabra. Era cierto, sabía la razón por la que él había dicho esas cosas, también sabía que no estaba con derecho de volver a intervenir, menos a meterse en sus decisiones.
―Ya no traten de convencerme. No quiero seguir en esta banda. Es mi decisión, por favor…
―Prométenos que lo vas a pensar mejor. ―suplicó Lupita
―No tengo nada que pensar.
―Miguel…
― ¡Lo siento mucho! Con permiso…
Se fue de ahí, dejándolos tristes, sorprendidos, confusos. Mía fue la única que quiso ir tras de él pero cambió de opinión y fue rumbo a otra dirección.
―No lo puedo creer… Dejó RBD… ―afirmó Diego
―No podemos dejarlo… ―murmuró Roberta
―Oye… ¿tú qué le hiciste? ―cuestionó Giovanni
―Yo sabía lo de Mía y le mentí.
―No me digas… ¿Desde cuándo?
―Giovanni, déjala en paz. ―intervino Diego― Además tú también te enteraste antes que Miguel.
―Pero yo quise decirle y tú no me dejaste.
―Sabes por qué.
―La idea es que los tres lo supimos antes que él pero Roberta fue la única que quiso guardarlo secreto. ―aclaró Giovanni― Entonces Miguel tiene motivos para estar enojado.
―Ya… ¡Me largo! ―avisó Roberta
― ¡Te pasas! ―dijo Diego, para luego correr tras de Roberta
― ¿Ahora qué hice? ―se preguntó Giovanni
Mientras, Diego logró alcanzar a Roberta.
―Mira… Si quieres hablo con Miguel…
―Déjame en paz.
― ¿Qué? ¿Yo qué te hice?
― ¡Tú y tu empeño de que Miguel se enterara! ¡Mira lo que salió! Dejó a Mía, dejó la banda…
―No puedo creer que sigues con tu idea… Tú, la que siempre defendías la verdad.
―En este caso hubiera sido mejor que él nunca se enterara.
―Estás mal, Roberta…
―Cállate.

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