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Entonces Miguel recordó a su hermana y supo que debía dejar el orgullo y hacer todo lo posible para ayudarla.
―Mi hermana está enferma y necesita una operación... que resulta muy cara.
― ¿¿¿Qué???
―Dios mío...
Todos se habían puesto tristes pero Mía era la más preocupada.
―Y esto... ―mostrando el cheque― no basta ni para mitad...
―Por eso yo propongo que juntemos también nuestro dinero. ―apuntó Roberta
― ¡Claro! ―respondió Mía, sin pensarlo dos veces
Después de ella, también los demás dieron su acuerdo. Incluso Giovanni.
―Les agradezco... de verdad, muchas gracias... Pero no... tampoco me alcanza...
―Ay no... ―murmuró Roberta
―Y justo para este concierto recibimos menos que de costumbre... ―dijo Diego
―Pero te podemos prestar nosotros. ―agregó Mía
―Claro...
―Ay, bastante sería con que me dieran lo del concierto... No puedo aceptar más. De hecho ni este lo aceptaría pero... no sé qué hacer.
―Miguel, por favor... La salud de tu hermana es lo único que importa... ―señaló Mía triste
―Sí, Miguel, no seas terco y orgulloso. ―agregó Roberta
Él sólo suspiro. Mía no dejaba de mirarlo, estaba realmente angustiada por él y sabía que debía ayudarlo.
― ¡¡Ya sé!! ―gritó de pronto
―Ay... ―se quejó Giovanni
Mía tomó asiento en el sofá, a lado de Miguel, lista para hacerle una propuesta.
― ¿¿Y si yo vendo parte de mi ropa y el dinero te lo doy a ti??
Él quedó boca abierta ante semejante propuesta. Y no por lo extraña que podía parecer, sino porque Mía estaba dispuesta a renunciar a su ropa con tal de ayudarlo a él.
― ¡No lo puedo creer! Mía, renunciando a su ropa de Roma, Milano y... Mira nada más... ―comentó Giovanni
Los demás, igual que Miguel estaban mudos por la sorpresa.
―Miguel... ¿Qué dices? Mira, sé que dinero de parte de mi papá no querrás aceptar. Pero te doy el mío, recibido por el concierto... y el que haré con la ropa.
― ¿¿¿Tú... estás hablando en serio???
― ¡Obvio!
― ¿Harías algo así... por mí?
― ¡Pues sí! ¡Haría lo que sea! Quiero ayudarte. Y no empieces a decir que no aceptas mi ayuda porque he sido tan estúpida como para hacerte lo que hice y que...
―Mía ¡Mía! ―interrumpió
― ¿Por qué me miras así? ¿Tan raro te parece lo...
―Es que me parece increíble que harías eso por mí... Con lo importante que es la ropa para ti y...
― ¡Tú me importas más!
― ¡¡Qué emoción!! ―exclamó Giovanni sarcástico
Roberta le dio un golpe para que se callara.
―Ay, Roberto, no seas... Es que parece que estoy en el cine, mirando una película romántica... " Tú me importas más! ¡Por ti, daría todo!" ―exclamó, como jugando algún papel
―Ay...
Miguel estaba demasiado angustiado para reír, mientras que a Mía sólo le importaba poder ayudarlo de alguna manera.
―Oigan... creo que mejor los dejamos solos. ―opinó Roberta
―De acuerdo. ―añadió Diego― Pero queda en pie la idea de darte el dinero. Yo guardo el cheque.
― ¿Cómo que nos vamos? Quiero saber el final. ―bromeó Giovanni
―Cállate.
Finalmente, Mía y Miguel quedaron a solas.
―Déjame ayudarte... ―insistió ella
―Debo reconocer que me sorprendiste.
― ¿Entonces sí aceptas?
―Tu ayuda sí. Pero la ropa no... No te dejo venderla. Yo sé lo que significa para ti. Aunque estés dispuesta renunciar a ella, cosa que me dejó mudo, no puedo aceptar algo así.
― ¡Entonces el dinero que tengo en mis tarjetas! Quiero pagar yo la operación.
― ¿¡Qué!?
―Sí, Miguel. Necesitas ayuda y aquí estoy.
―Pues... podría aceptar un préstamo... Pero voy a tardar algo en devolverlo...
―No tienes que devolverlo.
―Claro que sí, Mía.
―En fin, como quieras. ¿Aceptas?
―Sí.
― ¡¡Qué bueno!!
― ¡Muchas gracias! ¡Neta! Gracias.
―No hay nada que agradecer. Menos mal que podemos resolverlo. ―dijo sonriendo― Hoy mismo me encargo. Nos vemos.
Se fue, dejándolo sólo, asombrado.
―Quiso... dar su ropa... ―murmuró, aún sin lograr asimilarlo
Estaba pasando por un momento difícil y Mía le había ofrecido su apoyo y ayuda sin pensarlo dos veces. Eso era algo que jamás olvidaría.

Las horas pasaban y Miguel no dejaba de pensar en lo mismo. No lo hablaba con nadie, su corazón era el único que le hablaba, diciéndole que esa mujer, que había llegado a hacerle tanto daño, lo seguía amando con toda su alma. Queriendo o no, se lo había demostrado, como también le había demostrado que haría lo que fuera por él.
Mientras, tal como se lo prometió, Mía se encargó de obtener el dinero, no sin antes preguntarle cuanto necesitaba.
En la noche, Miguel estaba con Teo y Santos en el cuarto cuando oyeron que tocaban.
― ¿Quién será a esta hora? ―preguntó Santos
―Yo voy. ―avisó Miguel
No fue sorpresa abrir y ver que era Mía.
―Hola... Disculpa, quería darte esto... ―señaló ella
Miguel tardó unos segundos en agarrar aquel cheque, sabiendo la enorme cantidad de dinero que iba a recibir. Santos y Teo observan la escena sin entender gran cosa.
―Esto es...
―Miguel, no digas nada. Sé que no te gusta recibir tanto dinero pero... Recuerda para qué es. ―le aconsejó ella
―No sé cómo agradecértelo. Yo...
―No hay nada que agradecer.
― ¡Esto es mucho dinero! Mira, tratare de devolver al menos parte de él... Yo...
―Tranquilo. Cuando puedas y cuanto puedas. ―respondió Mía
En eso, Miguel decidió darle un fuerte abrazo pues era la única forma en la que se le ocurría agradecer. Sus amigos quedaron boca abierta, incluso Mía quedó inmóvil por la sorpresa. No podía creer que sentía los brazos de él rodeando su cuerpo. En las circunstancias actuales hasta podía considerarlo milagro.
―Muchas gracias, Mía.
―De... de nada... ―contestó tartamudeando
Al apartarse, ella recordó algo:
―Oye... había algo más que quería darte...
― ¿La carta?
Justo entonces ella la sacó del bolsillo de su pijama pero ya ni se atrevió estirar la mano.
―Claro, dámela.
― ¿Sí?
―Sí. ―contestó Miguel, cogiendo el papel
―Ej...
No pudo decir nada más y de pronto su mente parecía haber quedado en blanco. Estaba muy nerviosa.
―La voy a leer. Prometo.
Recibió una sonrisa como respuesta. Y, por unos momentos, un silencio que los ponía nerviosos invadió el lugar.
―Pues... Hasta mañana. ―dijo Mía finalmente
―Hasta mañana.
― ¿¿¿Esto de verdad sucedió??? ―cuestionó Santos, tras la partida de Mía
―Miguel, nos perdimos algo... ¿o qué? ―agregó Teo
―En realidad no. Bueno, no sé. ―respondió él
― ¡La abrazaste! O sea, tú... no ella a ti...
―Le quería agradecer por el dinero...
―Aún así... La tocaste. A Mía. Y antes no la querías ver ni en pintura. ―replicó Santos muy confundido
―Las cosas están cambiando... O al menos eso quiero. ―avisó Miguel
―Entonces sí hablaste en serio cuando dijiste que la querías perdonar...
― ¿Te parece que tengo ganas de bromear con algo así?
―Bueno, no...
―Miren...En este momento todo está tan complicado que... ni quiero hablar... ―añadió Miguel― Porque de hecho no sé explicar nada.
Mas tarde, cuando todos ya dormían, Miguel prendió la luz de su mesita de noche y sacó la carta que había estado debajo de su almohada. Aún no la había leído, pero ya suponía cual era el contenido. Y quería llegar a creer cada palabra escrita ahí, quería que los recuerdos no volvieran de nuevo.
Después de unos momentos, comenzó leer con atención aquella larga carta. Dentro de ese papel, Mía había tratado de resumir todo lo que había sido su vida desde el momento en el que cometió el error hasta al presente. Esa carta era como una ventana hacía su alma, pues reflejaba todo lo que ella sentía, sólo faltaba que Miguel pudiera creer de corazón todo lo que leía.
―Mía...―susurró él, al final
Hundió la cabeza en la almohada, llorando en silencio. Era ya demasiado todo lo que sucedía. Tenía que hacer unos esfuerzos inmensos para superar, para ya no sentir ese asco y esa repulsión, para convencerse de que todo quedaba atrás, que había sido un error grave, pero que debía y podía perdonarlo. Y más que nunca, comprobaba en su propia piel qué diferencia tan grande había entre querer y poder.
Al día siguiente, antes de clases, Miguel decidió hablar con Roberta, ya que sentía que necesitaba el consejo de alguien.
―A ver si entendí... ―dijo ella, tras escucharlo― Sabes que Mía te ama y que está arrepentida y piensas que merece tu perdón pero no la puedes perdonar.
―Eso.
―Ay... ¡qué difícil! Ni pensaba que podría ser todo tan...
―No, no, no... ―suplicó― No me digas eso. Yo tenía la esperanza de que pudieras ayudarme.
―Me parece que esto ya no depende de Mía... O sea ella está haciendo todo lo que puede pero...
Calló bruscamente porque no había nada que pudiera añadir. La sacaba de onda lo complicado que se había puso todo el asunto.
― ¡Miguel, no entiendo! ¿¿Por qué?? ¿¿¿Qué es lo que no te deja perdonar???
―Esto no puede estar sucediéndome... ―se quejó él― ¡El tiempo pasa y yo en las mismas!
―Bueno, la verdad es que tampoco ha pasado mucho tiempo... Creo que un mes no significa nada en situaciones así.
― ¿Entonces qué? ¿Me quedo esperando que transcurran los meses y todo se arregle?
―Temo que esa sea la mejor salida...
―Me estoy volviendo loco. Te lo juro...

Las horas pasaban y Miguel no dejaba de pensar en lo mismo. No lo hablaba con nadie, su corazón era el único que le hablaba, diciéndole que esa mujer, que había llegado a hacerle tanto daño, lo seguía amando con toda su alma. Queriendo o no, se lo había demostrado, como también le había demostrado que haría lo que fuera por él.
Mientras, tal como se lo prometió, Mía se encargó de obtener el dinero, no sin antes preguntarle cuanto necesitaba.
En la noche, Miguel estaba con Teo y Santos en el cuarto cuando oyeron que tocaban.
― ¿Quién será a esta hora? ―preguntó Santos
―Yo voy. ―avisó Miguel
No fue sorpresa abrir y ver que era Mía.
―Hola... Disculpa, quería darte esto... ―señaló ella
Miguel tardó unos segundos en agarrar aquel cheque, sabiendo la enorme cantidad de dinero que iba a recibir. Santos y Teo observan la escena sin entender gran cosa.
―Esto es...
―Miguel, no digas nada. Sé que no te gusta recibir tanto dinero pero... Recuerda para qué es. ―le aconsejó ella
―No sé cómo agradecértelo. Yo...
―No hay nada que agradecer.
― ¡Esto es mucho dinero! Mira, tratare de devolver al menos parte de él... Yo...
―Tranquilo. Cuando puedas y cuanto puedas. ―respondió Mía
En eso, Miguel decidió darle un fuerte abrazo pues era la única forma en la que se le ocurría agradecer. Sus amigos quedaron boca abierta, incluso Mía quedó inmóvil por la sorpresa. No podía creer que sentía los brazos de él rodeando su cuerpo. En las circunstancias actuales hasta podía considerarlo milagro.
―Muchas gracias, Mía.
―De... de nada... ―contestó tartamudeando
Al apartarse, ella recordó algo:
―Oye... había algo más que quería darte...
― ¿La carta?
Justo entonces ella la sacó del bolsillo de su pijama pero ya ni se atrevió estirar la mano.
―Claro, dámela.
― ¿Sí?
―Sí. ―contestó Miguel, cogiendo el papel
―Ej...
No pudo decir nada más y de pronto su mente parecía haber quedado en blanco. Estaba muy nerviosa.
―La voy a leer. Prometo.
Recibió una sonrisa como respuesta. Y, por unos momentos, un silencio que los ponía nerviosos invadió el lugar.
―Pues... Hasta mañana. ―dijo Mía finalmente
―Hasta mañana.
― ¿¿¿Esto de verdad sucedió??? ―cuestionó Santos, tras la partida de Mía
―Miguel, nos perdimos algo... ¿o qué? ―agregó Teo
―En realidad no. Bueno, no sé. ―respondió él
― ¡La abrazaste! O sea, tú... no ella a ti...
―Le quería agradecer por el dinero...
―Aún así... La tocaste. A Mía. Y antes no la querías ver ni en pintura. ―replicó Santos muy confundido
―Las cosas están cambiando... O al menos eso quiero. ―avisó Miguel
―Entonces sí hablaste en serio cuando dijiste que la querías perdonar...
― ¿Te parece que tengo ganas de bromear con algo así?
―Bueno, no...
―Miren...En este momento todo está tan complicado que... ni quiero hablar... ―añadió Miguel― Porque de hecho no sé explicar nada.
Mas tarde, cuando todos ya dormían, Miguel prendió la luz de su mesita de noche y sacó la carta que había estado debajo de su almohada. Aún no la había leído, pero ya suponía cual era el contenido. Y quería llegar a creer cada palabra escrita ahí, quería que los recuerdos no volvieran de nuevo.
Después de unos momentos, comenzó leer con atención aquella larga carta. Dentro de ese papel, Mía había tratado de resumir todo lo que había sido su vida desde el momento en el que cometió el error hasta al presente. Esa carta era como una ventana hacía su alma, pues reflejaba todo lo que ella sentía, sólo faltaba que Miguel pudiera creer de corazón todo lo que leía.
―Mía...―susurró él, al final
Hundió la cabeza en la almohada, llorando en silencio. Era ya demasiado todo lo que sucedía. Tenía que hacer unos esfuerzos inmensos para superar, para ya no sentir ese asco y esa repulsión, para convencerse de que todo quedaba atrás, que había sido un error grave, pero que debía y podía perdonarlo. Y más que nunca, comprobaba en su propia piel qué diferencia tan grande había entre querer y poder.
Al día siguiente, antes de clases, Miguel decidió hablar con Roberta, ya que sentía que necesitaba el consejo de alguien.
―A ver si entendí... ―dijo ella, tras escucharlo― Sabes que Mía te ama y que está arrepentida y piensas que merece tu perdón pero no la puedes perdonar.
―Eso.
―Ay... ¡qué difícil! Ni pensaba que podría ser todo tan...
―No, no, no... ―suplicó― No me digas eso. Yo tenía la esperanza de que pudieras ayudarme.
―Me parece que esto ya no depende de Mía... O sea ella está haciendo todo lo que puede pero...
Calló bruscamente porque no había nada que pudiera añadir. La sacaba de onda lo complicado que se había puso todo el asunto.
― ¡Miguel, no entiendo! ¿¿Por qué?? ¿¿¿Qué es lo que no te deja perdonar???
―Esto no puede estar sucediéndome... ―se quejó él― ¡El tiempo pasa y yo en las mismas!
―Bueno, la verdad es que tampoco ha pasado mucho tiempo... Creo que un mes no significa nada en situaciones así.
― ¿Entonces qué? ¿Me quedo esperando que transcurran los meses y todo se arregle?
―Temo que esa sea la mejor salida...
―Me estoy volviendo loco. Te lo juro...

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