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Por unos instantes se quedaron mirando, los dos igual de confundidos.
―Yo no te había mencionado hasta ahora, porque no quería que pensaras que trato de justificar lo que hice. Pero… la verdad es que… tú y yo no estábamos tan bien… Tú te habías vuelto distante y cuando te pregunté que tenías, llegamos a pelear… Luego no nos hablamos todo el día.
―Estás tratando de decir que… ¿yo te empujé en sus brazos?
― ¡No! Sólo que… Yo no estaba bien y pues estaba más sensible a sus intentos de seducirme…
―O sea… Si no hubiéramos peleado y yo no hubiera tenido esa actitud… nada habría pasado. ¡Claro! Por mis estúpidos celos no supe tratarte y… él estaba ahí, te sedujo y caíste…
―Igual todo esto no me hace menos culpable…
―Pero mis fallas te ayudaron cometer ese error… ―calló un momento― Mía, cuando te pregunté que había hecho mal ¿por qué no me lo dijiste?
―Mi mente estaba sólo en lo que yo había hecho… ¡Y en el saber que te estaba perdiendo!
Miguel escondió la cara entre sus manos, suspirando desesperado. Había hecho las cosas mal, no había sabido portarse con ella y ahora sufría las consecuencias.
―Miguel… ―suplicó
― ¡Fui un… ―comenzó, sin subir la mirada
―No…
― ¡Estaba celoso de él y terminé ayudándolo a tenerte!
Mía no sabía cómo reaccionar, pues de repente él veía las cosas distinto. Aunque ella sabía que nada justificaba el haberse acostado con otro, estaba empezando a pensar que tal vez para Miguel sería más fácil perdonar.
―Necesito salir… ―agregó él― Quiero tomar aire, pensar…
―Bueno…
Quedó sola en el cuarto, incapaz de actuar, pensando una y otra vez en lo que habían hablado. Hasta ella misma estaba sorprendida porque nunca había considerado que los problemas tenido podían tener que ver con la facilidad con la que lo engañó.
― ¿Y… ahora? ¡Roberta! Tengo que llamarla… Necesito su opinión…
Miguel había salido de la casa y se había sentado en el suelo. No estaba nada bien, había cosas que le daban vueltas, que lo llenaban de rabia. Y ahora esa rabia era más hacia su propia persona. Porque no podía sacarse de la cabeza que si él no se hubiera desquitado con Mía, ella no habría llegado tan lejos.
Permaneció ahí por buenos ratos, sin importarle que había comenzado llover, que el agua lo mojaba.
Mientras, Mía había llamado a Roberta para contarle todo.
―Perdón que te lo diga pero… ¡No empieces a hacerte ilusiones! ―dijo Roberta
― ¿Qué quieres decir?
―Ahora todo parece tener lógica, es más fácil comprender como llegaste a… tú sabes… Sin embargo no te quita la culpa.
―Eso lo sé. Pero a lo mejor ahora tengo una oportunidad… quizá él tome en cuenta la posibilidad de perdonar…
―Es posible. Puede que esto que me contaste lo vuelva más… tolerante.
― ¿¿Te das cuenta??
―Mía, no te hagas ilusiones…
―Pero es que…
―Mejor esperas a ver como actuará desde ahora en adelante…
― ¡Tengo que colgar! ―exclamó de repente
― ¿Por?
― ¡En otro momento hablamos!
Cortó la llamada y salió corriendo, visiblemente angustiada. No se detuvo hasta llegar fuera, donde estaba Miguel.
― ¡¡¡Miguel!!! ¿Qué haces aquí? Está lloviendo… ven…
―No quiero…
― ¡Te vienes conmigo! ―insistió, agarrándolo del brazo y tratando de levantarlo― Estás loco… ¿Cómo haces esto? ¿Desde cuándo llueve?
Él terminó cediendo y la acompañó de vuelta a la casa. Fueron al salón y Mía comenzó quitarle la camiseta.
―Estas todo empapado… A ver, dime donde tienes la ropa…
―Ahí… en esa mochila…
Mía no esperó más y fue a buscar.
―Oye… yo puedo solo. ―agregó Miguel
―OK. Pero te cambias ¿sí?
―Sí, Mía… Voy al baño.
Mientras tanto, ella decidió ir a la cocina, a prepararle un té. Después de lo sucedido, ahora también estaba preocupada por él, por haberlo encontrado debajo de la lluvia.
Cuando salió del baño, Miguel notó que ya no estaba y se acomodó en el sofá, esperándola. Por su cara podía notarse que todo lo ocurrido aún lo perturbaba.
― ¡Quiero que tomes esto! ―pidió Mía al regresar
―Pero…
―Tomas este té, Miguel. Y voy a traerte algo, para que te cubras. ¿No tienes frio?
―Estoy bien.
Mía sólo lo miraba angustiada.
― ¡Igual no debiste! El haber peleado no te daba derecho de hacerme esto. ―dijo el de repente
―Miguel…
―Es cierto, cometí un error. Pero… ―soltó un lamento desesperado― Eso no cambia que me fallaste. Mejor hubieras venido a reclamarme cosas o a terminar conmigo… No lo que tú hiciste. Jamás debiste engañarme.
―Hace un rato parecías… ―comenzó ella desilusionada
―Me siento… Por una parte me aferro a lo que me dijiste hoy porque quiero explicarle a mi corazón cómo pudiste hacer lo que hiciste. Explicarle que aunque me ames, llegaste a hacerlo… Sin embargo el corazón no entiende. Nada logra calmar el dolor…
―Entiendo… ―logró decir
― ¡Ni sé qué hago aquí! ―exclamó de pronto
Mía no supo qué responderle, estaba muy triste porque después de haber tenido una pequeña esperanza, todo parecía esfumarse.
―Quiero irme. ―agregó Miguel
―No, espera… Estuviste bajo la lluvia, ahora me preocupa que puedas enfermarte… Y necesitas que alguien… te cuide.
―Mía…
―Déjame cuidarte.
―Pero yo estoy bien. ¡Muy bien! Y lamento decepcionar a tu padre, pero no puedo quedarme. Llamare a una de tus amigas o… no sé…
―Es cierto ¿verdad? Tú y yo no tenemos ninguna oportunidad…
Un silencio insoportable se instaló entre ellos. Miguel pensaba tener la respuesta pero algo lo impedía hablar.
―Que calles lo dice todo… ―señaló Mía
―Lo siento…
―Yo más. Pensé que nuestro amor era tan fuerte que podía superarlo todo.
―Sólo que hay cosas que yo no sé superar. Ya te lo había dicho… ―contestó Miguel
―Sí… ―murmuró
―Mejor ya me voy…
―Al menos tomate el té… Si quieres te dejo solo.
―OK, me lo tomo. ―respondió
Le bastaron sólo unos minutos para hacer eso, luego se paró, queriendo irse de inmediato. A Mía no le quedó de otra más que aceptarlo y mirar callada como Miguel se iba.
Después corrió rumbo a su habitación, decidida a pasar todo el día ahí. Ya nada le importaba. Prefería pasar toda la vida encerrada en cuarto, llorando y sufriendo, lamentando sus errores. Sin Miguel, su vida no tenía sentido.
En la noche, Miguel les contó a Diego, Santos y a Teo lo que había pasado. Tampoco evitó quejarse de lo desesperado y harto que estaba de todo.
―Miguel, después de esto ¿sigues igual de terco? ¿Nunca la vas a perdonar? ―cuestionó Diego
No hubo respuesta.
―Mira… ―comenzó Santos― Lo que te hizo fue porque algo andaba mal entre ustedes…
― ¡Pues sí! ¡Eso me queda claro! ¡Pero no debió ir a que ese la consolara!
―Tampoco lo hizo a propósito…
― ¡Pero lo hizo! ¡Lo hizo y eso me mata! ―respondió Miguel
―Qué lástima que no puedan superarlo… ―añadió Teo
Mientras, Mía seguía en su cuarto, más deprimida que nunca. Ya ni podía llorar, ahora sufría en silencio. Estaba acostada en la cama, abrazando un peluche, una de las cosas que le recordaban a él. Era eso lo que tenía de Miguel, junto a todos los recuerdos que ahora lastimaban tanto. Porque sabía que nunca iban a volver a vivirlos, porque sólo quedaban en su mente y en su corazón. Y lo peor era saber que ella había lo había provocado todo.
A la mañana siguiente, mientras entraba en el salón de clases, Miguel notó la ausencia de Mía. Inevitablemente, lo preocupó, más aún después de lo ocurrido el día anterior.
―Oye, Vico…
― ¡Miguel!
― ¿Y Mía? ¿No viene a clases?
―Es que Mía no regresó al colegio.
― ¿Cómo?
―La llamé un par de veces pero no contesta… No sé…
Miguel tuvo que esperar una hora que le pareció interminable para poder llamar a Franco y ver qué sucedía. Quería que la ausencia de Mía tuviera una buena explicación, algo que no fuera motivo de angustia.
―Hola, Miguel…
―Franco, te llamo para preguntarte qué sabes de Mía.
El suspiró que oyó no le agradó para nada.
― ¿¿Qué pasa??
―Ayer la encontré en su cuarto… Y aún no sale de ahí. No quiere comer, no quiere ir a la escuela. Tampoco me dice qué tiene.
―No puede ser…
―Miguel ¿tú sabes algo?
―No. O sea, lo sospecho.
―Dime, por favor.
―Por los problemas que tenemos… ―dijo Miguel
―Pero la veo peor que hace un mes… ¿No debería mejor?
―Lo que pasa es que ella llegó a creer que podríamos llegar a darnos otra oportunidad… Pero ayer hablamos, volví a decirle que no supero lo sucedido… y bueno…
― ¿De verdad, todo acabó? ―preguntó
―Prefiero… no hablar de eso.
― ¿Pero yo qué hago? No sé qué hacer, como actuar… La veo así y…
―Mira, hablaré con sus amigas. Tal vez logren algo…
― ¡Gracias!
Después de esa conversación, Miguel fue directamente a hablar con Roberta. Ella era su única esperanza.
― ¿Ahora si entiendes que esta niña te ama? ―le preguntó ella, después de escucharlo
―Mir…
― ¡Sí, Miguel! ¡No me voy a callar!
―A ver, a mí nadie me entiende… Todos me dicen que vuelva con ella… De verdad que…
―Cálmate. Espera… ―dijo, recordando algo― ¡Pero ayer ella estaba muy entusiasmada!
―Por un momento, yo también llegué a pensar que… En fin, no importa. Lo que importa es que hables con ella, que la ayudes… ―señaló Miguel
―Temo que no podré hacer nada. Ella te ama demasiado y no puede soportar que ya… haya acabado todo…  Trata de entender.
―Inténtalo. No quiero saberla así…
―Pues claro que lo intento. Aj…
Horas después, tras haber terminado las clases, Roberta salió del colegio, rumbo a la casa de Mía. Lleno de esperanza, Franco la dejó ir al cuarto de ella.
Poco después, Roberta se esforzó en ahogar el grito, ante la escena que tenía en frente. Por unos segundos quedó paralizada, pero, cuando finalmente fue capaz de reaccionar, corrió hacía Mía.
― ¡No!
Le arrancó la caja de pastillas de la mano lo más rápido que pudo, mientras la miraba horrorizada.
― ¿¿Qué ibas a hacer??
―Déjame… ―pidió en voz débil
― ¡Mía!
Roberta aún trataba de calmarse después del tremendo susto que su amiga le había provocado. Y con tal sólo imaginar que hubiera pasado si habría llegado unos minutos más tarde,  se le ponía la piel gallina. Con algo de esfuerzo levantó a Mía del piso y la condujo a la cama. No le soltó la mano ni un solo instante. Hasta le daba miedo separarse de ella.
―Dios mío… Mía ¿Cómo…
―No puedo más…
―Pero estas no son formas de arreglarlo.
―No puedo vivir sin Miguel…

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