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Axel estaba bastante satisfecho, pensando que había logrado algo con lo que les había dicho a Mía y a Miguel.
―En serio, no te preocupes Jorge. Los voy a separar.
― ¡Pues ojala! Para eso te busqué. ―contestó éste, algo enojado― Por eso llegaste a ser manager de RBD. Mía Colucci, será Mía.
Axel había oído ya muchas veces esa frase.
―Yo no creo que unos simples comentarios los vayan a separar. ―señaló Jorge
―Bueno, pero de todos modos ayudan. Estoy seguro que ahora Miguel no confía en ella. Mira, no importa que la haya perdonado. Con lo sucedido, esa relación es frágil.
―Sí, sí, sí… ¡De todos modos hay que pensar en algo!
Para Mía y Miguel había terminado siendo un buen día. El amor y las ilusiones eran los nuevos acompañantes, sustituyendo el dolor y las lágrimas. Después de haber pasado buenos ratos en la casa, pegaditos el uno al otro y disfrutando unos momentos algo románticos, fueron a dar un paseo por el parque.
Mía aun pensaba que estaba viviendo un sueño. Las horas pasaban y nuevos momentos hermosos se añadían a los ya existentes, a esos en los que tanto había pensado con amargura durante el difícil periodo que atravesaron.
― ¿Sabes qué estaba pensando? ―preguntó Miguel, mientras entraban en la casa
―Ni idea. A ver.
―Que un día deberíamos regresar a esa isla donde fuimos el verano pasado, donde nos juramos amor…
― ¡¡Ay qué lindo!!
El sonrió ante su reacción.
― ¡Sí! ¡Quiero ir! ¿Vamos?
― ¿Cómo que… Lo preguntas como si lo quieres hacer ahorita.
―Hagamos locuras. ―contestó, echándose a reír
―Mira, me encantaría pero ahora no estamos de vacaciones.
―Pues… Iremos y volvemos de inmediato.
― ¿Cómo?
―Ándale. En avión llegamos muy rápido.
―Pero eso cuesta mucho y…
―Charro, no empieces con esas cosas ¿sí?
―Me llamaste charro.
― ¿Yo?
―No, mi abuela.
―Que… ―no logró terminar la frase porque estaba riendo
―No vuelvas a llamarme así. ―bromeó
―Y si no cumplo ¿qué?
―Pues… ―quedó pensando― Te puedo castigar. ―dijo, tratando de hacerse el duro
―No me digas… ¿Y cómo?
Dio un paso atrás, como a punto de huir y Miguel entró en el juego. Comenzó a correr detrás de ella, queriendo atraparla. Un par de veces estuvo a punto de lograrlo.
― ¡Atrápame si puedes!
―Vas a ver. ―advirtió
― ¡¡Ay!! ―pegó un grito cuando la mano de Miguel casi agarró su blusa
Recorrieron parte de la casa hasta que finalmente él logró atraparla y cayeron el uno sobre el otro.
―Ay… ―murmuró ella
― ¡Gané! ―soltó, agarrándola por la cintura
―Suéltame. ―pidió, aunque no era eso lo que deseaba
―No, ya dije que te voy a castigar.
Como ella estaba encima, Miguel la agarraba muy bien para impedir que se escapara.
― ¿Y qué me vas a hacer? ―preguntó, mirándolo en los ojos
En eso, él comenzó hacerle cosquillas y Mía soltó un grito por la sorpresa y por la sensación.
―No, ya, ¡suéltame!
En vez de hacerle caso, Miguel la volteó para quedar encima y siguió con lo que había empezado.
―Ya… ―pidió entre risas y gritos
― ¿Entonces qué? ¿Volverás a llamarme así?
―No, te lo prometo. ―contestó, sin pensar dos veces, debido a las cosquillas
― ¿Seguro?
―Sí, Miguel, ay… ¡Ay!
Miguel tardó unos segundos en hacerle caso. Eso sí, no se movió de ahí. Quedó encima, acercando más su cara a la de ella. Mía no opuso resistencia, ya que de pronto la situación había tomado otro rumbo. Sus labios quedaron a sólo unos centímetros distancia, solo faltaba un movimiento para unirlos.
― ¿Quieres que me levante? ―preguntó él, casi rozando su cara
―No… ―murmuró
―Aj, ahora no.
―Cállate y bésame. ―exigió
Miguel no esperó más y fue justo eso lo que hizo. Se besaron apasionadamente, sin importan que estaban tumbados en el suelo. A penas cuando sintieron que ya les faltaba el aire, se apartaron un poco.
― ¿Entonces qué? ¿Nos vamos? ―preguntó Mía
―Nos vamos. ―contestó sonriendo
Pero no dio señal de querer levantarse.
―Bueno, levantémonos.
―Aún no. ―avisó él, para luego tomarla por sorpresa con otro beso
―Ahora sí… ―murmuró ella al apartarse
―Está bien.

Esa misma tarde hicieron las maletas y partieron rumbo a la destinación de la que habían hablado. Pero claro, no sin antes de hablar con Franco. Aunque muy sorprendido por aquella loca idea, él terminó aceptando ante las insistencias de su hija.
―Pobre tu padre. ―comentó Miguel, cuando ya estaban en el avión
―No te preocupes. Nos dejó ir ¿no?
―Porque le insististe.
― ¿¿¿Yo???
― ¡Sí, tu!
―No. Bueno… Un poquito nada más.
―Ja, claro…
Por unos instantes quedaron en silencio, hasta que:
―Oye… ―comenzó Miguel― Espero que no se te ocurre ir esta noche a la isla. Mejor lo dejamos para mañana.
― ¿Cómo voy a ir de noche ahí? Obvio no. Tengo mejores ideas para esta noche.
― ¿Aj, sí? Cuéntame.
―No.
― ¿Cómo?
―Es una sorpresa, Miguel Arango.
En eso, él la quedó mirando fijamente.
―Y no me mires así. ―pidió ella
―Dímelo. ―pidió tras unos segundos
―No.
―Sí.
―No. ―volvió a contestar ella
―Sí.
―No seas impaciente.
― ¿Cuánto me queda esperar? ―preguntó, rindiéndose
―Hasta esta noche.
―Mucho tiempo. ―se quejó
―Ni modo. ―soltó, aguantándose las ganas de reír
El vuelo resultó tranquilo para ambos, incluso para él aunque lo de la sorpresa lo había puesto algo impaciente. En cuanto llegaron, fueron a un hotel que se hallaba muy cerca de la playa y alquilaron un cuarto.
― ¿Segura que no te molesta dormir juntos? ―cuestionó Miguel, mientras se dirigían al cuarto
― ¿Molestarme? No es como si fuera la primera vez ¿no?
―Eso sí…
Logró contenerse y no soltar un comentario que de seguro no iba a resultar muy agradable para Mía.
― ¡Qué lindo el cuarto! ―exclamó ella
“No, Miguel. ¿Qué te pasa? Estuviste a punto de decirle que no fuiste el único con quien durmió” pensó él
― ¿Verdad?
―Ej…  ¿Qué decías? ―preguntó despistado
―Ay Miguel ¿en qué andas pensando?
― ¡En lo de la sorpresa! ―mintió
―Ay…
―No te preocupes, no voy a insistir. ―agregó Miguel
Mas tarde, él se quedó sólo en la habitación, ya que Mía se fue porque, según ella tenía que comprar algo.
Esos ratos a solas le sirvieron para pensar, para tratar de alejar las cosas negativas que a veces llegaban a su mente. Luego, más tarde cuando Mía regresó, le pidió que la acompañara.
― ¿A dónde vamos?
―Ay Miguel, a ti no te pueden hacer una sorpresa. En serio…
― ¡Oh! Llegó el momento de la sorpresa entonces.
―Pues sí.
Se quedó callado hasta la hora de llegar a la misteriosa destinación. Observó que llegaron a la playa y que a sólo unos metros el lugar estaba especialmente arreglado como para una cena.
― ¡Sorpresa! ―exclamó ella
Miguel había quedado sin palabras.
― ¡Di algo! ¿No te gustó? ―cuestionó algo asustada
―Claro… claro que me gustó. ―murmuró― Sólo que… Soy yo el que debía prepararte este tipo de sorpresas y…Lo siento…
― ¿¿¿Por qué pides disculpas???
―Por no haberte preparado una linda sorpresa como ésta…
―No, no pienses así. Además ahora tú vas a ser el consentido… Yo… pues, yo no merezco sorpresas. No después de lo que te hice.
―A ver, no vuelvas a decir eso. ―pidió Miguel, mirándola en los ojos
―Es que…
―No, no, no. Ya ¿sí?
Al verlo sonreír, ella también lo hizo. Lo llevó de la mano y fueron a sentarse en la mesa, listos para disfrutar de una noche romántica. Era algo sencillo y tan especial al mismo tiempo. El lugar, el ambiente, la reconciliación, todo eso hacía que los momentos que pasaban ahí fueran mágicos. Todo lo malo se había esfumado, al menos por el momento. Sólo estaban ellos y su amor. Estaban reviviendo algo que un día parecía haber quedado sólo un recuerdo.
―Te amo. ―dijo ella, emocionada
―Yo también te amo. ―no tardó en replicar
Sus miradas cruzaron, mientras que el silencio se apoderó del lugar. Volvieron a besarse, teniendo a la luna y al mar como testigos.

Después de la cena, fueron a pasear por la orilla del mar, muy cerca del agua. En sus rostros se podía leer que disfrutaban aquellos momentos.
― ¡Qué romántico todo esto! ―soltó Mía emocionada y alegre
―Sí ¿verdad?
―Ay, no quiero irme. Quiero que el tiempo pare y podamos estar así, nosotros dos, felices y enamorados.
―Pero podemos ser felices y enamorados en cualquier lugar. ―replicó él
―Aquí es distinto… es… Ay, me emociono.
―Mi amor… ―susurró parando y haciendo que lo mirara
―No me hagas caso… ―contestó, tratando de evitar verlo en los ojos
―Ven aquí.
Le dio un abrazo, protegiéndole el cuerpo con sus manos mientras que ella se aferró más a él.
―Gracias. ―murmuró ella en voz baja
― ¿Por?
―Por la oportunidad…
―Mía…
Ella ya no logró decir nada.
―En este lugar no tienes permiso de ponerte triste ¿de acuerdo?
―Pero es que…
―No… A ver, mírame. ―se apartaron― Sonríe.
Mía le hizo caso.
―Eso. ―agregó Miguel
Más tarde volvieron al hotel, y, en el fondo ambos sabían que la noche no acababa ahí. No había nada planeado, pero todo transcurrió natural. Una vez llegados entre las cuatro paredes de la habitación, volvieron a besarse, más apasionadamente. Miguel la pegó contra su cuerpo, mientras había comenzado acariciar su espalda. Ella se había aferrado a su cuello, negándose pausar al menos un segundo aquellos besos. Todo fue subiendo de tono, el amor y la pasión fueron los que los guiaron en cada beso y cada caricia. Mía se le entregó por primera vez desde la reconciliación.
―Te amo. ―susurró ella al final, escondiendo su cara en el pecho de él
― ¡Yo también te amo!
A la mañana siguiente, partieron bastante temprano rumbo a la isla, en un pequeño barco parecido a los yates. Al fin y al cabo, la loca idea de Mía terminó trayendo unos momentos inolvidables. Además, el periodo difícil que habían atravesado, los hacía disfrutar aún más todo.
La llegada a la isla emocionó mucho a Mía porque los recuerdos comenzaron desarrollarse en su mente. Comenzó caminar, dejando un poco atrás a Miguel.
― ¿No se te olvida algo? ―bromeó él, tratando de alcanzarla
En ese instante ella paró y Miguel llegó a su lado.
―Mi amor ¿qué pasa?
―Este lugar… Me trae recuerdos… ―dijo ella
―Sí, a mí también.
―Busquemos el lugar de la promesa. ―pidió
―Vamos.
A penas terminó de pronunciar la palabra y Mía ya se estaba dirigiendo rumbo a la destinación de la que hablaba. Miguel empezó ir tras de ella. Para su sorpresa, cuando llegaron donde estaba el árbol con sus nombres, Mía se puso a llorar.
―No, no… ¿Por qué lloras?
Ella se sentó en el suelo, incapaz de responderle.
―Mía…
El recuerdo de la promesa había sido seguido por el recuerdo de lo que ella le había hecho a Miguel, de todo el dolor que le había causado.
―Tranquila… ―pidió él, sentándose a su lado
―Yo no cumplí… ―dijo, entre lagrimas― ¡No cumplí!
A penas en ese momento Miguel comprendió lo que le sucedía: la culpa aún la estaba torturando.
―Ya no pienses en eso…
― ¿Cómo no? Si hice algo horrible…
―Pero…
―Aquí, en este lugar nos hicimos una promesa. Y yo la rompí. Y… Y… Por mi culpa, la magia se rompió…
―Por favor, ya no…
―Nunca voy a perdonármelo. ¡Jamás!
―Tienes que hacerlo. ―contestó Miguel tímidamente
Sin embargo ella no dejaba de llorar, mientras su mirada estaba en los nombres incrustados en el árbol.
―Mía, escúchame. Esto no te hace bien… Tienes que superar lo que… ―suspiró― Por favor, ya no llores.
―Nunca volveré a lastimarte. ―soltó, mientras borraba sus lágrimas
Trató de tranquilizarse, luego llevó a Miguel de la mano.
―Aunque te sea difícil creerme ahorita… Quiero hacerte una promesa, aquí en el mismo lugar donde rompí la primera.
―No hace falta que…
― ¡Quiero hacerlo! ―interrumpió decidida― Y esta vez debo cumplirla. Ven…
Miguel se le acercó más, mientras que Mía le apretó la mano y quedó mirándolo fijo.
―Te prometo que jamás volveré a fallarte. Yo sé que ahora no puedes confiar en mí pero yo me voy a encargar de cumplir esta vez...
Miguel no supo cómo reaccionar en aquella situación. Y aunque Mía había tenido razón con la de la confianza, él sabía que esa mirada no podía mentir. Además todo lo que ella hacía decía más que mil palabras.
― ¡Te amo con todo mi corazón! Y no quiero perderte.
―Yo también te amo. Y vamos a tener cuidado los dos para no perdernos el uno al otro. ¿Sí?
―Sí.
Él le acarició tiernamente el rostro, luego le dio un beso en la frente.
―Mi princesa.
Ella bajó la cabeza, sacando un sonido de niñita y Miguel le dio un fuerte abrazo.

Quiero mencionar que la escena del hotel fue asi porque prefiero no escribir esas cosas con detalles

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