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Mía quedó paralizada tanto por la sorpresa de ver a Miguel en su casa, como también por el susto de que él ya imaginaba lo peor. Y ahora ya no podía justificar tan fácil la presencia de Jorge, o, al menos no sería tan fácil creerle.
―Hola, Miguel… ―dijo Jorge
―Supongo que interrumpo. Pues mejor espero fuera, hasta que la visita acabe. Mía, tu papá me pidió que viniera… Pero veo que ya tienes muy buena compañía.
Salió decepcionado de la casa, mientras que Mía estaba más que asustada, no sabía cómo salir del lío.
― ¡Ahora ayúdame! ―le pidió desesperada a Jorge
― ¿Yo qué puedo hacer?
―Es que otra vez nos ve juntos y estoy segura de que piensa lo peor.
― ¿Y si le digo lo contrario, de verdad piensas que me lo va a creer?
― ¡Caray! ¿Qué hago? ¿Ahora cómo me las arreglo?
―Le dices que se trata de la banda y ya.
― ¿Viniste personalmente a mi casa sólo para decirme algo de la banda? Eso no funciona.
―Pues le dices que no me contestabas al teléfono y tuve que venir…
― ¡Bueno! ¿Pero si me pregunta cuál es la noticia…?
―Dile que la semana que viene hay una junta con Johnny. Luego, otro día le dices que se canceló.
― ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Y perdón… ahora tengo que correrte.
―No te preocupes. Al menos ya no estás tratando mal.
―Lo siento mucho…
―No hay problema… Ya. ―respondió sonriendo
Salieron de la casa pero comprobaron que Miguel no estaba.
―Se fue… ―señaló Jorge
―Eso parece…
―De todos modos, te dejo. ¡Adiós!
― ¡Adiós!
Poco después, Mía volvió adentro y cuando quiso cerrar la puerta, alguien la impidió.
― ¡Miguel!
― ¿Puedo pasar?
―Claro…
Él no esperó que le dijera dos veces y fue rumbo a la sala. Mía lo siguió de inmediato, bastante nerviosa.
― ¿Y qué? La pasaron muy bien... ¿no? Hasta lo invitas a tu casa.
―Miguel…
― ¿Se acostaron?
― ¿¿¿Qué???
―Ay, no creo que te ofenda mi pregunta…
― ¡No me acosté con nadie! ―soltó dolida
―No te creo. ¿Cómo la ves?
― ¡No tengo nada con él! ―exclamó― ¡Te lo juro!
―Aunque no me agrade, tengo que pasar aquí el fin de semana. ―dijo, cambiando de tema― No podía negarle este favor a tu padre. Pero vengo con algunas condiciones.
Ella sólo lo miraba, aún preocupada y desesperada porque él no le había creído.
―Primero: Me quedaré a dormir aquí, en la sala. Segundo: No vamos a comer en la misma mesa. Tercero, lo más importante: Durante el día, prefiero no verte la cara, la casa es suficientemente grande para eso.
―Tú eres la persona sobre la cual mi papa hablaba… la persona encargada de acompañarme…
―Eso.
―Pues ¿cómo se supone que me estarás acompañando si no nos vamos a ver, menos hablar?
―Franco sólo quiere que haya alguien más en la casa.
―Pues si no sentiré ni la presencia de ese alguien, mejor me quedo sola. ―contestó ella
―Por algo tienes a Jorge. Aprovecha. Ni debiste haberlo corrido. No voy a estorbar.
― ¡¡¡Qué terco!!! ¡Entre Jorge y yo no hay nada! ¡Nada!
―No me digas… Vino aquí porque tenía noticias sobre la banda ¿verdad?
―Pues sí. ―mintió
―No me voy a tragar el cuento. De hecho, no creo nada que venga de ti.
―Pues ya veo… ―contestó en voz baja
―Y ahora permiso, me quiero instalar en mi nuevo cuarto... ―aclaró, acomodándose en el sillón
Mía no pudo aguantarlo más, así que corrió rumbo a su habitación, donde se echó a llorar. La forma en la que la había tratado Miguel, al igual que su desconfianza la afectaban demasiado. No podía soportarlo. Y lo peor era que no podía cambiarlo.
Una hora después, mientras paseaba por la casa, Miguel llegó a la puerta del cuarto de Mía. Paró un momento, a punto de darse la vuelta, pero al final terminó acercándose más. Y entonces fue cuando oyó su llanto; ese llanto que le quebraba el corazón, al que deseaba detener a como dé lugar siempre que lo oía.
Estuvo a punto de entrar, sin embargo algo lo impedía. Permaneció buenos segundos en el pasillo, escuchándola, preguntándose por que estaba así, deseando que parara. Y recordó sus acusaciones, la negación de Mía. Quería creerla, lo deseaba de todo corazón. Sin embargo no lo lograba. Además sobraba recordar que la había encontrado con Jorge.
― ¡Aj, ya! ―murmuró, dándose la vuelta y partiendo
Ratos más tarde, decidió ir a la cocina a comer algo. Como los empleados tenían libre, nadie iba a servirle. Pero eso no le importaba y estaba acostumbrado. Con lo que encontró, pudo hacer un bocadillo que matara el hambre.
Mientras, Mía había bajado por un vaso de leche y terminaron encontrándose.
― ¿Qué me ves? ¿No puedo entrar ni en la cocina para que no me encuentres?
Pero él miraba sus ojos, que ya estaban rojos de tanto llorar. No aguantaba eso.
―Ahora tampoco me hablas. ―continuó ella― Pues no te preocupes, tomaré un vaso de leche, luego me largo.
―Mía, no…
―No volveré a molestar.
― ¿Estuviste llorando? ―terminó preguntando y enseguida se arrepintió
―Supongo que no te importa…
―Mía… ―suplicó
―De todos modos no crees nada de lo que yo te diga…
―Es inevitable… Ponte en mi lugar.
―Pero tampoco tienes que ser tan cruel.
Quedaron en silencio, mirándose, mientras que la tristeza invadió el lugar

ENSEÑAME A PERDONAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora