8. Arrancar, resistir y repetir

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Luna

Mateo cerró la puerta de su casa lo más rápido posible con su pie, y a pesar de que yo intenté contener la risa para no espantar tan buen momento, el alcohol fue más rápido e hizo que mi risa se salga de manera burlona.

Él giró a mirarme con ofensa.

—¿Qué es lo gracioso, wachina?— dijo, revoleando las llaves por la mesa ratona que teníamos cerca.

—¿Hace cuánto venís planeando este momento para tenerlo todo calculado?— pregunté, viendo cómo se acercaba lentamente hacia mí.

—¿Qué te importa? Si estabas con el otro haciéndote ver— contestó, a lo que yo negué divertida.

Esa única parte de mi subconsciente que estaba medianamente no afectada por el escabio, hacía querer que el morocho me deje parapléjica por la eternidad.

Fingí tanta demencia a lo largo de estos días, que ahora no me venía de otra forma que no sea con él comiéndome la boca.

—¿Te molesta? Yo te vi lo más bien hablando con él mientras tomaban— recordé, teniendo que levantar un poco la cabeza para mirarlo. Su suspiro se hizo escuchar, parecía que no le gustaba mucho que le nombre a alguien que él, claramente, odiaba.

—No te voy a contestar.

—Entre menos contestes, más razón le dás a Santino— advertí, él rodó sus ojos.

—Tantas bocas hablando mal de mí y la única que me interesa, me besa— lamentó irónico.

Las manos del morocho se acomodaron descaradamente en los bordes de mi cintura, y por la forma en la que me pegaba a su cuerpo, me daba a entender que ya estaba más que encendido para empezar en cualquier momento.

—Dejá de boludearme y contestá, ¿dónde te saco la pollerita?

Tragué en seco escuchando sus palabras, más sabiendo que mi parte íntima no paraba de palpitar por tanta adrenalina de un segundo al otro.

—¿Sólo la pollerita, tibio?

Esas tres palabras con aires de trola no salieron de mí, salieron de ese porcentaje de mi cerebro totalmente alcoholizado.

Puteé internamente al sonar tan mandada.

—Ah, ¿me seguís tratando de boludo?— habló con más ofensa todavía.— Mierda te voy a hacer.

Me mataba que la haga tan larga, mi impaciencia ante su tan clara disposición me impedía seguir así.

Sin tener posibilidad de negar a su pregunta, el morocho tomó mi mano y empezó a guiarme a otra parte de la casa, la misma era espaciosa y ambientada muy formal a diferencia de lo que pensaba. Con lo poco que conocía a Mateo, sabía que no tenía el tiempo para que esté tan bien acomodada, por lo que la casa no era suya.

Me adentró con él a su habitación y trabó bien la puerta, me había confirmado más de una vez que no iba a haber nadie, pero hay que ser precavidos.

Yo, por mi parte, silencié mi chat con Santino en el camino hacia acá así ninguna culpa me atormentaba.

La única pertenencia que llevaba encima era mi celular, Mateo no tardó en avanzar nuevamente hasta tenerme en frente y arrebatármelo de la mano, dejándolo en su mesa de luz. No podía parar de mirarlo, no sabía si era el alcohol que me hacía verlo más lindo de lo normal.

crew; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora