La Villana A La Que Había Servido Durante 13 Años Ha Caído

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La señora me tendió la mano.

"Muéstreme".

"¿Qué quiere ver?"

"Su mano".

La señora habló, mirando mi mano derecha escondida detrás de mi espalda.

"No entiendo lo que quiere decir".

Fingiendo ignorancia, silbé, y la señora respondió lanzándome su querido patito de goma amarillo.

-Quack-

El patito de goma tuvo un final dramático.
Recogí el patito caído del suelo y se lo lancé a la señora.

"¡Cuac!"

Esta vez el sonido de una caída heroica vino de la propia señora.

Me miró con ferocidad.

Extendió la mano y me hizo una seña. No es como si yo fuera un perro que necesita dar una pata.

Yo también me crucé de brazos y demostré mi determinación a resistirme. ¿Cómo se atreve a mirar mi cuerpo tan despreocupadamente? Así no se hacen las cosas en la tierra del digno Oriente... bueno, da igual.

No importa.

No podía complacer a la dama esta vez.

"Dame tu mano."
"Me niego."
"Démela."
"He dicho que no."

Era como un punto muerto, una reminiscencia de jugar al "arroz boribori", un juego de intercambio.

La señora alargó la mano para cogérmela y yo la mantuve a una distancia burlona mientras escapaba de su agarre, dando la sensación de que estábamos jugando al 'arroz boribori'.

Como es sabido, en el "arroz boribori", el ataque domina a la defensa. Como antiguo maestro del "arroz boribori" que había convertido las frentes de los niños en unicornios con sus movimientos, esquivar los intentos de la lánguida dama era más fácil que arrancar lágrimas a los niños.

La señora me miró con un mohín de indignación.

Parece que no le gustaba que jugaran con ella.

"¿Por qué te escondes?"
"Hay chocolate en la nevera".
"¡Oh...! Claro."

Despiste sobre el tesoro escondido. Capté el intento de la señora de cambiar de tema y negué enérgicamente con la cabeza.

"¡No! Chocolate no, estoy hablando de tu brazo. Definitivamente lo vi".

¿Seguro que lo vio?
Creía que no.
Normalmente lenta, ésta era una de esas veces en las que su capacidad de percepción parecía más aguda que la de un maestro de la espada.

Me apresuré a esconder la mano detrás de la espalda, pero en ese fugaz instante, parece que la dama había visto las cicatrices de mi brazo.

Una buena noticia es que no las vio exactamente.

Parece que sólo vio una vaga silueta a través de mi camisa mojada, ya que su mirada seguía fija en mi muñeca.

Pensé que tal vez podría quitármelo de encima con naturalidad.

No saberlo era bueno tanto para la señora como para mí. Al fin y al cabo, es mejor dejar dormir al perro.

Contemplé excusas para contárselas a la señora, pero bajo su penetrante ataque psíquico, no me resultaba fácil inventar mentiras.

Tengo que inventarme una buena excusa".

Una excusa torpe facilitaría que la señora se diera cuenta.