7Un latido.

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De vuelta a la habitación de la posada me bañé y cambié al camisón con los pantalones. Había sido inútil, pero estaba viva, suponía que eso contaba.

Mi brazo derecho dolía por una herida que apenas podía ver casi tocando el inicio de mis omóplatos, me había cambiado y lavado con sumo cuidado y maldecido al horrendo bicho que me había mordido.

No era algo profundo, pues si lo hubiera sido habría perdido el brazo. Pero aún así dolía y mucho. Como aguijones que se clavaban una y otra vez en un martilleo constante.

Me cepillé el pelo húmedo por el baño y me senté en la cama mirando la ventana.

Sabía la razón para no enseñarme a controlar mi poder, pero si esperaban que fuera a buscar criaturas oscuras desarmada y sin control...

La puerta sonó, dos golpecitos. Murmuré que pasara y la pelinegra entró todavía con sus ropas de antes. Trajo una cajita de madera y la dejó en la cama a mi espalda.

— Será mejor que lo desinfectes, cuando lleguemos a palacio pide a un curandero que te mire.

Asentí y le sonreí por su detalle. Ella cerró la puerta y escuché sus leves pasos por el pasillo cerrando la puerta en la habitación de al lado.

Las sombras se enredaron en mi cintura como una caricia y yo sacudí la mano molesta para apartarlas. Esto también era su culpa.

Me maldecía a mí misma, sí, pero a ellas también.

Y entonces se tensaron, vibraron y se desvanecieron cuando la puerta se abrió sin aviso.

¿Mi llave? La tenía él, por seguridad.

— ¿Y si estuviera desnuda? — le dije sin girarme.

La puerta se cerró y cerré los ojos reprimiendo mis ganas de lanzarle cualquier cosa que tuviera a mano.

— He de decir que tu poder no sirve para mucho.

— ¡Vaya, genio! ¿Lo has pensado tú solito? — La ironía impregnó mi voz, y giré la cabeza para verle allí, al otro lado de la cama, de pié. — ¿Qué quieres?

Su pelo húmedo como el mío le mojaba la camiseta blanca y limpia, llevaba unos pantalones anchos y parecía no tener ningún arma encima. Era la primera vez que le veía tan ... normal.

Asier pareció meditar su respuesta, como si no estuviera seguro de porqué estaba ahí en primer lugar.

— ¿estás bien? — se atragantó preguntando. Una sonrisa malévola se me escapó y volví a ver ese ceño fruncido. Ah, ahora ya se parecía Asier.

— ¿Te preocupas por mí? qué dulce — Llevé mi mano izquierda al pecho y saqué morritos, después me reí. — No es la primera vez que sangro, tranquilo.

Asier asintió y se quedó allí, sin moverse. Incliné la cabeza con una pregunta no pronunciada. Su manzana de adán subió y bajó antes de rodear la cama, miré hacia arriba todavía sentada.

Sus ojos se detuvieron en mi cabello, mis ojos y mi boca, fruncí el ceño y se inclinó hacia delante, su mano se acercó a mí y yo me levanté de golpe. El pelinegro pareció confundido, casi tanto como yo.

— Perdona ... — Se rascó la nuca y mis labios se separaron en sorpresa. ¿Perdona? Asier suspiró y me enseñó la palma de sus manos. — Soy sanador, ya sabes, pensaba ayudarte.

Un latido.

— ¿ayudarme? ¿por qué?

Cuando adelantó una mano a mi hombro no le detuve, me empujó de vuelta a sentarme y él se arrodilló a mi lado.

Hija de la luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora