4No prometo nada

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Vasi estaba enfurruñada.

Con un vestido negro pegado a su piel, y una capa blanca. Sus largas uñas negras se clavaban en el pecho de Osmos, tan afiladas que me sorprendía no ver sangre en el pecho del guardia.

Su cabello suelto y liso le hacía aparentar más salvaje, con sus ojos marrones pintados en negro y salpicados con brillantes. Era tan delicada como una gata, tan feroz como una leona.

Osmos no se inmutó cuando el fuego se avivó con tanta fuerza que casi quemaba los sillones del frente. Por mi parte había dado unos pasitos lejos de cualquier farol, antorcha o chimenea.

— Adara estará a salvo. No irá solo con Asier, sólo serán unos días. — prometió Osmos.

Nadie me había preguntado mi opinión. Tampoco les importaba.

Pero a la princesa le irritaba. Yo era de su propiedad, y nadie tenía derecho a mandar sobre mí. Si nos olvidábamos de las travesuras de niñas, las aventuras de adolescentes o los secretos que nos hemos contado, podría decirse que soy un juguete más para ella.

Uno muy preciado.

Y ahora Osmos estaba jugando con el. Quería enviarme a la Ciudad de Meigas con una expedición, en realidad sólo me querían presente, como una alarma que se encuentra en un por si acaso.

Pero no evitaba que pudiera salir herida, tampoco tranquilizaba que Asier fuera conmigo, pondría la mano en el fuego antes que salvarme de cualquier peligro. Podía no matarme con sus manos, pero no parpadearía al verme morir.

Por mucho que Vasi discutiera eran órdenes del rey, Osmos se había asegurado de preguntárselo al rey antes que a la princesa, sabiendo de antemano la negativa de la segunda.

— Es mía — Siseó la princesa.

El fuego perdió un poco más el control y Osmos corrió los sillones lejos.

La princesa tenía ese poder, el fuego estaba en sus venas. Había nacido una princesa de las cenizas, creadora de vida y destrucción. El fuego podía quemar y arrasar todo a su paso, pero de sus cenizas podían renacer plantas.

— Te recomiendo respirar antes de que incineres este lugar

La princesa apretó las manos en puños. El calor de la habitación subiendo como un horno.

— Puedo quemar todo, sólo por diversión y nadie me dirá nada al respecto. — Le respondió. Osmos asintió, pero no había ni una pizca de rendición en su mirada.

— Mañana la esperarán, no voy a discutir algo que ya está zanjado. —Dicho esto el castaño hizo una leve reverencia y salió de los aposentos dándome una mirada de disculpa antes de cerrar.

La rubia gritó y se sentó en la cama. Mordía sus labios rojos con furia, y sus ojos eran el reflejo de las llamas. Nadie le había dicho "no" nunca, y ahora no sabía cómo llevarlo. Eran las ventajas y los inconvenientes de ser una princesa, una con todo el oro y poder del continente.

Y yo era suya. En eso tenía razón, pero lo suyo podía ser tomado por el rey, no era algo digno, mucho menos de un honorable Rey, pero necesario para la causa.

→...→...

Dejé caer por la cabeza un escurridizo vestido de mangas largas. Largo hasta los tobillos se ceñía apenas en la cintura por un cinturón de cuero, en el cuál había unos pequeños cuchillos y una daga. El vestido era de un color verdoso parecido a los árboles del bosque, pequeñas flores blancas se esparcían por las fadas hasta desaparecer bajo el cinturón, un escote ceñido cuadrado dejaba ver mis clavículas y la cadena de plata perteneciente a madre.

Hija de la luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora