13 diminuta ante él

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Me removí inquieta, el sudor perlándome la piel. Estaba empapada en sudor, como si hubieran echado un cubo de agua sobre mí. Ni siquiera recordaba haber soñado, pero me había despertado de golpe con un grito a media garganta. Tenía el corazón a mil, y ahora que las mantas habían caído el frescor del aire sobre mi piel mojada me erizó la piel.

Pero mi respiración solo quedó atascada cuando la puerta se abrió y una desordenada cabellera negra apareció.

Sus ojos hinchados del sueño y sus ropas cómodas le hacían ver mucho más joven. Asier suspiró, suspiró con pesadez e hizo una mueca.

— Pensé que te estában matando — Su voz ronca me dió escalofríos sobre la nuca y casi me removí.

— ¿Y eso te preocupa? — Mi lengua raspó al responder.

Debía haber gritado, no recordaba haber gritado jamás durmiendo.

Sus ojos se salpicaron en un color lila en un parpadeo y sujetó el borde de la puerta con fuerza.

—no, pero sería un problema.

Asentí sin ganas y me levanté de la cama, sus ojos viajaron a mis piernas desnudas, y me di cuenta de que era la primera vez que me veía sin pantalones. La vergüenza escaló como un calor por mi cuerpo y recogí las mantas caídas sujetándolas por encima de mi camisón para ocultar las piernas.

Su mirada me enviaba mensajes diferentes a sus palabras. Sus labios se curvaron con gracia. Y por primera vez en mi vida me sentí diminuta ante él.

— ¿ Quién lo diría? ¿Tímida, tú?

— Vete a la mierda — Le escupí, pero mi cuerpo cosquilleaba.

Que la diosa me salvé porque sabía de sobra lo que eran las reacciones corporales involuntarias y el calor que comenzaba a subir en mí no era normal. Asier chasqueó la lengua y miró a sus espaldas antes de volver a hablar.

— ¿Tienes pesadillas a menudo? Porque si es así duerme en el sofá, mi habitación está al otro lado y necesito dormir.

Admitir si tenía o no pesadillas no iba a ser una opción. Tiré de las mantas y me envolví en ellas para ir en dirección al baño donde había dejado las cosas, incluidas las velas.

Abrí la puerta y saqué un cilindro blanco de cera, para cuando me giré Asier se había adentrado unos pasos. Elevé una ceja confusa y él caminó hacia mí.

El corazón me dió un salto y saqué la daga de mi bolsillo, mi mano tembló ante él y sabía que caería en cualquier momento. El pálido se detuvo ante ese temblor y un nudo se enganchó en mi garganta. Irracional, emocional...

Miedo. ¿Miedo a qué?

— ¿Debería ofenderme? — preguntó cruzando las manos sobre su pecho. — ¿Piensas que te voy a hacer algo?

Relamí mis labios y apreté con fuerza la daga reduciendo apenas el temblor.

— Como si no lo intentaras a menudo.

— No es lo mismo Adara. ¿Piensas que tocaría a una mujer sin su consentimiento? — Sus ojos morados me miraban con firmeza. Su cuerpo entero firme, mi mirada elevada por la diferencia de altura, y aún faltaban unos pasos para estar uno frente al otro.

Me sentía diminuta, y no diminuta de altura, diminuta de algo más.

Me odié por sentirme así. Me odié porque no era la primera vez, y me odié más cuando vi el entendimiento en su mirada. Mi corazón se apretó con fuerza cuando relajó los brazos y extendió una mano hacia mí.

Hija de la luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora