3La magia

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capítulo 3

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— Me encantaría sentir tu sangre en mis dientes.

Asier no se inmuta, no lo ha hecho durante todo el camino de regreso al palacio, tampoco al despedirse de Nisha y empujarme escaleras abajo por el calabozo.

Mantiene su compostura, tirando de mí como si fuera una niña en medio de una rabieta. Como si no fuéramos directos a un agujero oscuro repleto de asesinos y monstruos de la noche.

Como si el olor a hierro no impregnara el aire.

Un escalofrío me recorre los brazos ante el aviso de la sombra. Acariciando una forma humana irradiando ira por sus poros, bordeando barrotes donde un pobre hombre, quizás un padre de familia, ha quedado encerrado por, a saber qué, tontería. Zigzagueando por una chica semidesnuda cuyo tacto me dice que es la misma del baile de la noche pasada. La ladrona.

— Sigue caminando — Espeta.

Ni siquiera me he dado cuenta del momento en el que me detuve. El miedo se cuela por mi piel, y la sombra se ríe de mí. Como dientes en la oscuridad abre su mandíbula y trata de tragarme, un paso en falso y tropiezo deshaciendo sus fauces. El pelinegro no se detiene a ver si me he caído o le sigo. No le importa.

Esta es otra de sus oportunidades para acabar conmigo, pero no lo hará. Nunca lo hace.

Sus promesas son tan falsas como las del Rey hacia su pueblo.

Bajamos por las estrechas escaleras de piedra, negras y sucias, unas cadenas cuelgan de una pared, se abren celdas y más celdas pero continuamos bajando. Pasamos 2 pisos antes de llegar al final, allí donde una antorcha es la única iluminación. Mis ojos ya acostumbrados a la oscuridad pueden distinguir los barrotes de dos celdas, pero no puedo ver su interior. Tampoco me hace falta después de que la sombra me susurre su rabia y sed.

Las Aimas se esconden en las sombras, están cautivas y aún así buscan ser depredadores.

Asier puede ver, nunca antes lo había comprobado, pero ahora lo entiendo. Sus ojos se han tornado de un color rojizo conforme bajábamos y ahora puede que estén completamente lilas.

Ver en la oscuridad debe ser un regalo de los dioses.

Uno que yo no merecía.

— Están ahí. — Le digo.

Su perfil se ilumina por las llamas de la antorcha y sus ojos brillan. Tan brillantes como siempre...

— Se ocultan 2 en la esquina, no te acerques demasiado. — Me advierte.

Tomo aire con fuerza y asiento. Las sombras ya extendidas me reflejan las formas en movimiento, recorren sus curvas, dientes, sus ojos sin vida. Un latigazo me golpea pero no me tira. Una de las bestias lanza una dentellada al aire, pero no hay nada que morder.

¿Puede sentir mi extensión en la oscuridad? ¿Sabe lo que estoy haciendo?

Es imposible, totalmente improbable, las Aimas no tienen pensamiento propio, no se mueven como los animales por instinto, se mueven por hambre, están cegadas en sangre y carne caliente.

Un leve temblor se extiende por mi cuerpo, un recordatorio de que todavía soy humana y puedo sentir miedo.

La sombra acaricia de nuevo a una de las criaturas y se pega a ella, se arrastra, la ahorca y se hunde en su piel escamosa.

Hija de la luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora