10La cabaña De las Estrellas.

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Una hora, eso es lo que había tardado en perder a la princesa de mi vista. Metida entre grupos de enmascarados, hombres grandullones y mujeres con ropas de todas clases, tamaños y colores, decidí dejar de buscar a Vasi. A la rubia le gustaba escabullirse de cualquier persona, un pestañeo y se esfumaba como el humo. Lo más seguro es que en un par de horas la encontrara de vuelta intoxicada en la habitación reservada.

— Disculpe. — Me abrí paso hasta el final del lugar, cerca de las escaleras.

Decidí sentarme allí, por si acaso la princesa había encontrado algún amante y se lo había llevado arriba. A pesar de que la había visto hacer ese tipo de ... actos, nunca podría acostumbrarme. Mi piel se erizaba solo de pensar en las veces que había tratado de convencerme en unirme a sus juegos...

— Por esas ropas diría que vienes de palacio o le has robado a alguien que no debías. — Una voz femenina captó mi atención. Levanté la mirada sintiendo el velo escurrirse un poco más abajo de mi nariz. Aquel pedazo de tela que debía servir para mantener mi identidad oculta era más bien ridículo en un lugar como aquel.

Una chica joven estaba sentada en la esquina sobre un sofá mugriento. Su cabello blanco como la nieve recogido en dos trenzas que caían hasta más abajo de su pecho donde cambiaban hacia un color rojizo. Atravesando ambos ojos tenía dos marcas negras bajando hasta la naríz, su mirada fiera pero tranquila.

— ¿Quién te dice que no pueda robar a palacio y salir viva?

— le respondí de la misma manera. Sus dientes como perlas relucieron y señaló una silla al otro extremo de la mesa.Sus uñas negras resbalaron sobre la jarra de cerveza, pero no bebió.

Dí unos pasos segura hasta sentarme, allí no podías mostrar dudas, no podías mostrarte insegura o sentir miedo. Si no te comerían.

Levanté el velo colocando mi cabello castaño hacia atrás, antes de sentarme en la rígida silla.

— Mi experiencia — Respondió. Con curiosidad gatuna sus ojos me recorrieron las líneas de oro rojizo cosidas en la túnica, mi cadena plateada, el velo, y mis hombros. — Sé lo que eres.

Sus palabras no fueron sorpresa, las sombras comenzaban a ondear sobre mis hombros.

La chica levantó el extremo de una de sus trenzas jugueteando, y una cadenita dorada tintineó sobre el final. Jamás había visto un cabello tan extraño como el de ella. Tan blanco, que no era rubio, cambiando hacia un rojizo tan intenso que parecía pintura hacia el final. Si lo tuviera suelto quizás le llegaría por las rodillas.

— Soy Adara. — la boca de la chica se cerró. Pensé si quizás me conocía de verdad. Me recliné sobre la silla y levanté el mentón.

A pesar de ser estilizada y delgada no parecía ser alguien de una familia rica.

Sus ropas ajustadas todas negras, trepando por su cuello y deslizándose casi hasta sus dedos me decía que era una persona nocturna, acostumbrada a ocultarse entre las sombras.

—Nymfi — Dijo con calma. — Es la primera vez que te veo en La cabaña De las Estrellas.

— Hacía tiempo que no pasaba por aquí. — Admití con recelo a decir algo más.

Las sombras me susurraron en alerta, pero una alerta que no parecía estar dirigida a la chica frente a mí. Levanté mi mano derecha con el guante todavía en ella y cerré los dedos en un puño, no necesitaba advertencias de peligro en un lugar que tu primer instinto es no entrar. Las sombras se esfumaron de mis dedos y crucé ambas manos, el contraste llamativo de una mano enguantada y otra con relucientes anillos de plata llamó la atención de Nymfi.

Hija de la luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora