|Veinticuatro|

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—¿Como pudiste traicionarme así? Mi amada esposa... —pronunció Aenys, mirando el rostro de Maerys—¿te burlaste de mí? ¿Disfrutaste verme así? ¿Crees que soy demasiado tonto y débil?

El príncipe Aenys parecía estar demacrado, por el dolor y la traición, había amado a su esposa, la había aceptado, incluso dejando de lado a la mujer que pudo amar.

—Dime esposa mia, ¿pensaste en mi alguna vez?... ¿Me lograste amar como amas a Maegor? —Aenys soltó un suspiro pesado —solía amarte, pero ahora... ni siquiera estoy seguro de ello.

De repente el silencio sepulcro fue interrumpido por un Maestre, de rostro arrugado y pelo blanco que en los ojos había lamentos y tragedias.

—Mi príncipe, su señor padre quiere que este presente para la incineración de sus hijos...lo están esperando.

El príncipe Aenys volvió a suspirar, bajó la vista y se giró lentamente para mirar a Maerys.

—A pesar de todo lo que me hiciste, de todo lo que me has arrebatado, no quisiera que sufras. Tengo que ir a estar con mi padre... pero tú, no te irás. —el príncipe se volvió de nuevo y se dirigió hacia la puerta—que los dioses te cuiden.

El Maestre puso la mano en el hombro del príncipe, deseando consolarlo, pero no había nada que pudiera decir. Sintió el dolor y la tragedia en Aenys, y sabía que nada podría aliviar esa herida.

—Mi príncipe, es natural que sientas eso, su señor padre, desea que este presente, y su esposa, la madre la protegerá.

Aenys salió de los aposentos, dejando atrás a una Maerys al borde de la muerte, débil y delicada como una flor en otoño, marchitandose en la oscuridad. Las rocas, el silencio y la respiración se habían vuelto sombríos, nadie sonreía, nadie era capaz de verlos a los ojos y nadie era capaz de ver que él también estaba sufriendo tan fuertemente al saber que aquellos hijos suyos, no eran suyos realmente. Cuando llegó al patio de Rocadragón, había unos trescientos ojos presenciando la tragedia, en una cúpula de piedra el cuerpo de ambos bebés estaba ahí, vhagar con su imponente presencia estaba listo para soltar el fuego de la tragedia, Maegor estaba junto a su madre, su mirada en los cuerpos, ahí, mirando lo que los dioses lo acaban de quitar.  Aenys caminó lentamente hacia ellos, hacia sus hijos.

—Mis dulces niños, mis hijos, mi Baelon y Aegon, niños fuertes, así se llaman, eran mi consuelo—susurró el príncipe—aunque no fueron mios, los amé, desde el primer momento.

El rey Aegon se acercó a su hijo y colocó una mano en su hombro.

—Ya es hora.

Aenys no dijo nada, se alejó, mirando por última vez, Visenya vestía de negro, un día desolado para todos, la tristeza era el precio. Visenya, estaba de pie, junto al rey, pero no hubo lágrimas, parecía que le hubieran saqueado su alma, no se trataba de un duelo, solo de resignación, la vida y la muerte se habían juntado. Aegon observó a Visenya y la reina asintió.

«Es hora... »

Pero un ruido sordo y ahogado interrumpido el silencio sepulcral, como un lobo muerto.

—¡Princesa, dejame ayudarla! —gritó una doncella—¡Por favor!

El viento soplaba frío y despiadado en su piel mientras Maerys, con su cuerpo debilitado y su espíritu destrozado, se arrastraba por los pasillos oscuros de Rocadragón. Cada paso que daba era un tormento, pero ella continuaba, resignada a aceptar la cruel realidad de que sus hijos habían nacido muertos. Incluso los Maestres quedaron atónitos al verla caminar.

«Una niña, que acaba de ser madre —escribió el Maestre—acaba de perder a sus hijos, el mundo es despiadado hasta con los más inocentes »

Los ojos de Maerys estaban llenos de lágrimas, pero ya no había más llanto en su alma. El dolor la había consumido por completo, dejándola vacía y sin esperanza. A medida que avanzaba, cada paso era un recordatorio doloroso de lo que había perdido, de los sueños y las ilusiones que se habían desvanecido en un instante.

THE INNOCENCE +18 | Maegor Targaryen|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora