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Tres golpes sobre la puerta seguidos alertaron a la mujer, tomó su teléfono para revisar la hora y habían pasado exactamente quince minutos desde que Leo le mandó el mensaje.

«¿Tan rápido llegó?» pensó ella. Le seguía pareciendo increíble el hecho de que Leo fuese tan puntual, bueno, el decir que llegaría en quince minutos es algo, pero que llegará exactamente en ese tiempo sin un minuto de más o menos era algo que admirar, o tal vez ella sólo era fácil de impresionar porque, en toda su vida, había visto a su papá llegar más tarde de lo que decía realmente, cosas de mexicanos, puede ser.

Amelia se levantó de su cómodo asiento en una de las sillas para acercarse a la puerta, poniendo su oreja cerca de la misma.

— Amelia, soy yo. — la voz inconfundible del líder hizo sonreír a la mexicana.

Amelia abrió la puerta del bar y con la luz del interior el rostro escamado del líder se mostró con una sonrisa, sus ojos azules mirando a la chica con cierta emoción y un brillo de adoración, cualquiera que lo viese podría decir que aquella mujer lo había embrujado.

— ¿Alguien pidió un viaje en el tortuga express? — bromeó Leo, sacándole una risa a la chica.

— Un boleto de ida por favor, señor tortuga. — Amelia apagó las últimas luces del bar y el cascabeleo de sus llaves sonó cuando las sacó de su pantalón y las puso en la incisión del pomo de la puerta. — Huh, eso es nuevo.

Una vez cerró el bar se dio la vuelta y miró a la tortuga frunciendo el ceño, Amelia se acercó a él tomando la costura de la camiseta extra extra grande que tenía puesta.
Parecían ser dos camisetas del mismo color y talle cortadas a la mitad y cosidas por el medio con un extra de tela en la espalda, las mangas al igual que el cuello hechos un poco más grandes para dejar movilidad en sus bíceps y hombros.

— Es para protegernos un poco del frío, te recuerdo que somos de sangre fría. — dijo Leo. — ¿Lista para irnos? Hay que apurarnos, si no Mikey va a terminarse la pizza.

— Vámonos, no quisiera llegar y cenar orillas de pizza. — la mexicana rodeó su cuello, aferrándose por unos segundos a la tela algodonada de su camisa antes de que Leo la cargara entre sus brazos.

El viaje, como siempre, fue intenso, su estómago cosquilleaba con cada bajada y subida como si estuviese en un juego mecánico, el miedo de caerse era inexistente a estas alturas, sabía que Leo jamás la dejaría caer. Pobre de él si la dejaba caer.

Después de saltar entre los edificios y entrar por la alcantarilla más cercana a la guarida Leonardo bajó con cuidado a la mujer sujetando su mano mientras caminaban en la oscuridad.

Ahora, eso era algo a lo que no están acostumbrada.

El escuchar las pequeñas gotas de agua caer del techo a los charcos de agua por la humedad, el sonido de lo que parecía ser grandes cantidades de agua cayendo a lo lejos, chillidos ocasionales de las ratas de Nueva York y el repiqueteo de sus pequeñas patas correr por el concreto le hacía acelerar su paso y ponía sus nervios a flor de piel. Sin duda le tentaba a pedirle a Leo que la cargara hasta la entrada de la guarida, y sabía que si se lo pedía lo haría, pero no quería depender de él de esa manera, no cuando era un tonto disgusto a lo que había en la oscuridad.

— Hablando del invierno, ¿ustedes no hibernan o algo así? — preguntó con curiosidad la mujer.

— No realmente, es un poco distinto para nosotros. — empezó Leo. — Nos sentimos más cansados e irritables de lo usual, y un poco perezosos, debo decir.

No era sorpresa encontrarse a alguno de sus hermanos o a él con una taza de café, chocolate caliente o té al caminar en la guarida, el mismo había tenido que poner más esfuerzo en levantarse temprano para no perder el ritmo por el frío

𝑨𝒛𝒖𝒍 𝒅𝒆 𝑴𝒆𝒅𝒊𝒂 𝑵𝒐𝒄𝒉𝒆 ┤ʟᴇᴏɴᴀʀᴅᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora