Diez: Feliz cumpleaños

78 18 1
                                    

Pronto descubriste que papá jamás regresaría. De acuerdo con las palabras de tu madre, él ya no formaría parte de tu vida. Es obvio que tu padre en un principio se opuso rotundamente, pero eventualmente dejó de insistir. Las llamadas telefónicas se hicieron cada vez menos frecuentes, hasta que un día desaparecieron por completo. Lo mismo pasó con todos aquellos regalos y tarjetas que recibías en navidad.

Justo hoy era un día importante, tu cumpleaños número diez. Estabas feliz porque el abuelo había venido de visita. Él posiblemente era tu persona favorita en todo el mundo, escuchaba todas tus historias con atención, le gustaba observar las estrellas y hablar sobre insectos. Era tu único amigo en realidad. Gracias a él mamá se portó más amable contigo.

Las fiestas de cumpleaños de tus amigos no se parecían en nada a la tuya. Lo que tú obtuviste consistía prácticamente en un trozo de pizza fría y un pastelito de empaque. Tus únicos invitados eran el abuelo y mamá. Y por supuesto, no podemos olvidarnos de mí, yo también estaba ahí aunque tú no podías verlo.

El abuelo contó un montón de chistes y te dió una pequeña caja envuelta en un papel rojo muy brillante. Lo abriste con desesperación, deshacerse del papel era sumamente satisfactorio, creo que ese es el verdadero sentido de los regalos. Son agradables por todo el suspenso y misterio que los rodea, la mayoría de ocasiones no obtienes lo que quieres, pero al menos experimentas una sensación agradable durante unos minutos.

Lo abriste y entonces ahí estaba, se trataba de un libro, tu primer libro de pasta gruesa. Me acerqué un poco para ver mejor y entonces leí lo mismo que tú. "Alicia en el país de las Maravillas"

Chillaste de emoción, besaste la mejilla de tu abuelo y corriste directo a tu habitación. Como ya era costumbre, te adentras en el pequeño fuerte de sábanas y mantas improvisaste. Mientras yo te seguía, era sorprendente que en ese pequeño espacio fuese suficiente para ti, para mí y para el señor Muffin.

Tomaste tu osito de peluche, lo colocaste en tu regazo y comenzaste a leer. Fueron muchos minutos, muchas palabras, toda una historia. Escuche con atención, quería conocer el final, pero el sueño se apoderó de ti.

La linterna que sostenías rodó por el suelo, el señor Muffin ahora cumplía con la función de almohada.

Yo quería que despertaras, quería saber qué pasaba con Alicia. Pero creo que eso no sucedería pronto. Acerque mis dedos en tu rostro, pero no lo sentiste. Recordé las palabras de Irene. Los ángeles no pueden tocar a los humanos, pero ahora tu piel estaba tan cerca de la mía, podía sentir tu calor, ese cosquilleo de anticipación, pensé por unos momentos que podía ser posible.

Fue en ese preciso instante cuando abriste los ojos, sabía que no podías verme o sentirme, pero fue inevitable no asustarme un poco. Así que retrocedí un par de pasos. Te frotaste los ojos con tu mano izquierda, lanzaste un bostezo y después miraste justo en dirección a donde yo estaba.

Esos ojos marrones estaban llenos de preguntas, anhelo y confusión. ¿Me miraban a mí?

Estoy segura que pude haberme quedado ahí por el resto de la eternidad, pero entonces parpadeaste finalmente y miraste en otra dirección. Solo así pude respirar de nuevo, no se porqué, pero me sentía un poco asustada.

Me sentí aliviada cuando tomaste al señor Muffin entre tus brazos y te metiste directamente a tu cama, te tomó solo un par de minutos volver a conciliar el sueño.

Yo no necesitaba dormir, sabía que durante las próximas horas no me necesitarías y para ser sincera me había olvidado por completo de Alicia y el conejo blanco. Estaba apunto de marcharme, pero entonces recordé que no te había dado ningún regalo.

Coloque la palma de mi mano sobre tu frente y susurré un par de palabras. Seguido de ello me marché. Esa noche no habría pesadillas, solo buenos sueños.

...

Falling in LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora