El guerrero

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Con la tímida luz del nuevo día tiñendo de un hermoso rosa los límpidos cielos corrimos a buscar refugio para darle descanso a nuestras monturas y a mis lobas. No era fácil pasar desapercibida con una loba blanca. No digamos ya con dos. Como daba por hecho que las noticias de mis aventuras habrían llegado a nuestra antigua comunidad, preferí no arriesgarme a que se corriera la voz de mi viaje al Clan del Tuerto. No quería poner a Weth sobre aviso.

     Tras darles de comer y beber dejamos que se relajaran. Nosotros nos tumbamos para intentar descansar. Ni siquiera habíamos fijado los turnos de vigilancia cuando nuestro acompañante se durmió profundamente. Como si hubiera sucumbido al "Sueño de Odín", una especie de letargo casi cercano a la muerte.

—Creo que habrá que dejar que duerma—dijo Rosta encogiéndose de brazos mientras encendía el fuego.

     Lo admiré en silencio. Aunque parecía muy joven las cicatrices diseminadas por su rostro y tronco superior indicaban que se había forjado en innumerables batallas, luego, era un guerrero bastante curtido. Su espesa melena castaña era larga y, mientras que anoche la había llevado recogida en una larga trenza, ahora estaba suelta arremolinada alrededor de su cabeza. Sus facciones estaban delicadamente proporcionadas. Era una pena que su espesa barba larga casi tapara la parte baja de su rostro. Era un hombre atractivo que difícilmente rozaba la veintena. Calculaba que él era más joven que yo.


—Será mejor que descanses—el joven habló a nuestras espaldas unas horas después.

     Rosta y yo habíamos juntado nuestras cabezas como solíamos hacer para intentar dormitar un poco al no estar seguras de si nuestro "acompañante" iba a despertar en ésta era.

—No te preocupes por...—comencé a decir, de pronto los párpados se volvieron tan pesados que todo a mi alrededor se oscureció.



Rosta:

—¿Qué le has hecho, hechicero? —Miré al muchacho con rabia sin querer separarme de Bestla por si ella corría algún peligro—. ¿Qué le has hecho? —Repetí con firmeza sin mostrar la curiosidad que aquel guerrero me despertaba.

—No le he hecho nada. Ni siquiera me había movido cuando ella se durmió—aseguró sonriendo marcando un par de hoyuelos sexies que realzaban su atractivo a tiempo que se ponía en pie y se estiraba mostrándome su estatura real, que por cierto andaba a la par de la de Gudrun. Sin poder evitarlo mis ojos recorrieron toda aquella perfectamente esculpida anatomía—. Bestla necesita descansar para la tarea que se le viene encima, Rosta Einardottir.

—¿Cómo conoces nuestros nombres? No recuerdo habértelos dicho. No recuerdo que anoche cruzáramos palabra alguna desde Lokisskog. ¿Cómo conoces nuestros nombres? ¿Qué le has hecho?

     El guerrero me miró con una sonrisa preciosa, una de esas que tienen el poder de congelarte el corazón a medio latir. Exactamente igual que las que me dedicaban Kristoff. Lo observé sin mover un solo músculo de la cara mientras él se sentaba frente a nosotras.

     El guerrero agarró un trozo grande de carne que aún se estaba cocinando y le dio un bocado. Masticó como si paladeara la carne que no llevaba ningún tipo de aderezo más que el humo de la madera sobre la que se cocinaba. Prosiguió degustando la comida y el hidromiel durante tanto tiempo que me pareció una auténtica eternidad.

—Ya que veo que no estás dispuesto a hablar—saqué mi daga—. Yo...

—Tranquila, Rosta Einardottir—dijo mientras acababa de comer—. Guarda eso. No te hagas daño. Yo soy un guerrero al igual que tú. Como lo fue tu marido, Hans Haakonson. Tú eres la hija de Einar y Aina. Aún te culpas por las muertes de tus hijos. Por no haber estado con ellos. Crees que fue tu culpa y no es así. Sus destinos, como el tuyo, estaban escritos. Aún deseas ser madre pero, temes ser ya muy vieja para darle un hijo a Kristoff. Tuviste una pelea muy dura con él precisamente por eso. Le gritaste a la cara que se buscara a una mujer más joven para formar una familia. Eso es lo que te ha llevado a acompañar a Bestla. El deseo de hacer padre a tu compañero y la certeza de que no lo podrás cumplir nunca, así como el remordimiento por no haber detenido la mano de Weth mientras eras testigo de cómo degollaba a tu jarl porque tú, como su hersir, tuviste miedo para protegerlo. Esos son tus motivos para acompañar a Bestla. Tú quieres morir para redimirte por todo.

     Miré al extraño a los ojos sin saber definir de qué color los tenía. Un escalofrío tremendo recorrió mi espinazo. Sin embargo, no notaba que hubiera peligro alguno.

—¿Cómo sabes todo eso? ¿Eres una especie de adivino?

—Algo así—susurró justo a mi lado.

     Me sobresalté a darme cuenta que Bestla ya no estaba a mi lado sino perfectamente acostada y cubierta en su saco de viaje, como si durmiera en una especie de dimensión distinta a la nuestra.

—Yo solo soy un guerrero que viaja por todo el mundo ofreciendo su brazo a aquel que lo necesite.

—Como un mercenario—repliqué conteniendo la risa que solía aparecer cuando me sentía nerviosa por algo.

—No... A mí no me mueve el dinero. No os he pedido nada. Sentí que me necesitabais y acudí a vuestra llamada. Eso es todo.

—Nosotras no te llamamos. Bestla solo... No has respondido a mi pregunta, muchacho. ¿Eres un adivino? Ya fue un poco extraño toparnos con aquel draugr sin que estuviéramos cerca de zona sagrada como para que tú aparecieras—chasqueé los dedos—. Como por arte de magia.

     El guerrero sonrió de tal manera que me hizo sentir conectada a él de una forma que no sabría explicar. Mirándome a los ojos, como si quisiera comprobar la fortaleza de mi espíritu con su propio Seidr, colocó su enorme manaza sobre mi pecho, justo encima de mi corazón. Ahí donde más pesaba la pena por la pérdida de mis hijos, de Hans o de Kristoff.

     De repente el desconocido se transformó delante de mí. Ahora ya no me parecía tan joven como hacía un par de segundos. Nuestro refugio se desdibujó por completo para convertirse en una especie de burbuja en la que solo estábamos él y yo siendo testigos de todo aquello que me había hecho feliz o me había hecho sufrir. De repente el refrescante sonido de la risa de mi hija Aina volvía a impregnarlo todo mientras jugaba con su inseparable muñeca delante de la puerta de mi casa. Haakon, mi hijo mayor, golpeaba furioso con su espada de madera los escudos tratando de destrozarlos con la misma facilidad con las que los partía su padre, Hans. Ragnar era el mediano. Odiaba las armas con toda su alma. Su vida era la tierra. La amaba por encima de todo. Se maravillaba con la magia que había tras el brote de una semilla y agradecía a los dioses ser testigo de aquello. Mi mundo entonces volvió a ser perfecto. Yo era una joven escudera con sed de aventuras que se embarcaba junto a su marido, varios años mayor, y a su jarl rumbo a una apasionante empresa a bordo de un gran drakkar al otro lado del mundo. Las risas se convirtieron en llanto amargo. Haakon, Ragnar y Aina morían llamándome a gritos. Mi corazón acababa de endurecerse de nuevo con la visión de Hans cayendo a tierra atravesado por aquella lanza. El calor que jamás creí que volvería a sentir regresaba la vida a mi corazón inerte con el primer beso de amor de Kristoff y entonces venía la desesperada súplica para que no lo abandonara.

—¿Qué has hecho? —Miré al hombre, ya no tan joven, al notar que aquellos recuerdos ya no me torturaban como antes. Al menos no los que tenían que ver con mi primera familia.

—Compartir tu carga, hersir. Llevas muchos años haciéndolo sin tener por qué... Ése es mi cometido. Es para lo que vivo.

     Antes de que fuera capaz de procesar sus palabras su lengua entró en mi boca haciendo que mis propias sombras retrocedieran para devolverles la luz en todo su esplendor. Sin poderlo evitar me dejé arrastrar. Había cierto poder curativo en el Seidr que manaba de él. Y entonces profundizó más y más su beso.

—Dime, dulce Rosta. ¿Qué serías capaz de hacer para que los dioses bendijeran nuevamente tus entrañas con vida?

—Casi todo—ronroneé mordisqueando sus labios, sabiendo que ya los había probado en el pasado—. Si me pidieran que hiciera una ofrenda a Loki a cambio jamás lo haría. Preferiría morir vieja y sola en una cama, lejos del combate y sin entrar en el Valhalla.

—Dime entonces, dulce Rosta—habló con grave voz burlona—. ¿Cómo sabes que no soy Loki?

—Porque él engaña, no seduce. Loki se apodera de tus sentidos regalando tus oídos. Te muestra solo lo hermoso para dejarte con un sabor de miel en los labios. No le importa nada más. Tú solo eres un guerrero que viaja por todo el mundo ofreciendo su brazo a aquel que lo necesite.

—¿Me necesitas, gatita?

—No sabes cuánto.


Más allá de las Nornas +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora