El Cuervo Blanco y El Ojo de Serpiente.

12 3 0
                                    

—¡¡¡SIGMUND!!! —Gritó Sigurd Magnusson al darse cuenta del secuestro de su hermano menor.

     Él y Torsten echaron a tras el captor. Los pequeños subieron a lomos de "Sleipnir" el gran corcel de guerra del jarl de Munnin y lo espolearon. El bronco animal salió a galope tendido.

     Ninguno de los dos había ideado algún plan, lo único que comprendían era que tenían que darle alcance antes de que se alejara más de Lundr. Ambos eran solamente dos niños pequeños. No tenían nada que hacer contra aquel adulto.

     Sin embargo, el corazón de un vikingo siempre latía con fuerza en su pecho. Daba igual que el vikingo fuera aún tan joven. Sigurd sentía la misma rabia ciega que se abría paso en las venas de su padre cuando enfurecía.

—Acércate más— le pidió a Torsten al que había dejado encargado de las riendas de Sleipnir.

     Sin pensárselo dos veces Sigurd, el joven Cuervo Blanco, saltó a la grupa del otro caballo. Rápidamente cortó la cuerda del saco en el que habían metido a Sigmund y ambos se precipitaron al suelo. Torsten los esquivó por muy poco. 

     El niño había conseguido frenar su montura y les tendía la mano para que subieran cuando se dio cuenta con horror que el guerrero giraba en redondo con su caballo.

—¡¡¡ESTÁIS MUERTOS, MIERDAS DE TROLL!!!

—¡BUSCA A MI PADRE! —Le urgió Sigurd a sabiendas de que la mejor opción en aquel momento era separarse.

     Torsten asintió y espoleó al corcel de guerra que salió disparado hacia la ciudad. Sigurd y Sigmund corrieron en dirección al bosque todo lo rápido que dieron de sí sus cortas piernas. Sortearon raíces, piedras y todo tipo de obstáculos que se encontraron buscando frenéticamente un lugar en el que esconderse.

     Aunque las fuertes pisadas se escuchaban cada vez más cerca, Sigurd no dejó de correr a tiempo que animaba a su hermano menor a seguirlo.

     Si al menos lo hubiera llevado cogido de la mano mientras huían.

—Aquí estaremos a salvo, Sigmund—habló cuando se metió de cabeza en aquel pequeño cubil que tenía la medida justa para ellos dos—¿Sigmund?

      El niño abrió los ojos horrorizado al darse cuenta de que se encontraba solo en aquel agujero.

     Había perdido a su hermano pequeño y ni siquiera sabía dónde.



     Sigmund había visto con terror cómo Sigurd se alejaba después de que se hubiera caído tras tropezar con las retorcidas raíces de aquel gran árbol. Su primer impulso fue gritar para llamarlo. Sin embargo no lo hizo.

     En lugar de atraer al guerrero, el pequeño rodó hacia un lado e intentó ocultarse tras unos matorrales. El niño se llevó las manos a la boca para no gritar cuando la gruesa púa de la rama rajó su ojo. Sigmund los cerró inmediatamente y colocó su malherido rostro en tierra para calmar el lacerante dolor.

     El guerrero pasó por delante de su improvisado escondite, espada en mano, tras su hermano mayor. 

     Algo tenía que hacer, pero, ¿qué? Él era solo un niño desarmado que apenas había comenzado su adiestramiento. Y, la primera lección que le habían enseñado era a esconderse si se veía en peligro.

     Sigmund, haciendo esfuerzos por ignorar su palpitante ojo, lo siguió tratando de mimetizarse con el entorno. Había escuchado en infinidad de ocasiones decir a Rosta que cuando estabas en desventaja el factor sorpresa era muy importante.

Más allá de las Nornas +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora